Un cómic español editado en Barcelona por Grafidea, reprodujo los quince episodios del serial, agrupándolos por lo que aquí se conoce como"jornadas".
(La cubierta está signada por el dibujante José Grau)
Varios autores señalan que esta producción de 247 minutos acredita, junto a The Painted Stallion (El potro pinto) y Dick Tracy (1937); Daredevils Of The Red Circle (Los tres valientes) y Zorro Fighting Legion (La legión del Zorro) (ambas de 1939); Drums of Fu Manchu (Los tambores de Fu Manchú) (1940) y Captain Marvel (1941), los mejores esfuerzos de Republic en la materia.
Un repaso al pelotón de stuntmen empleados (que cuenta hasta con una stuntgirl experta en saltar vallas sobre lomos de un potro con las manos atadas a la espalda, en la persona de la actriz Dorothy Herbert), desvela el ritmo trepidante del pruducto, aunque también la precariedad dramática de los actores que secundan a Ciannelli.
Hasta descubrir a la Herbert -estrella en los trajines circenses montados por Barnum & Bailey, y los posteriores del afamado domador de fieras Frank Buck (héroe de un pionero serial de la Mascot)-, saltando un vallado montada en un potro con las manos atadas a la espalda y la rienda entre los dientes, no caí en la cuenta de los estrechos lazos que guardaba el serial en episodios con los espectáculos circenses.
Su orfandad dramática y total carencia de profundidad no se echaron en falta durante los pases de aquellos años; fructíferos para el apartado y las tres compañías entregadas a fabricarlo. Sin embargo, tanto Columbia como Universal, factorías menores dentro de la liga superior, aunque a buena distancia del poverty row encarnado por Republic y sus westerns horarios de bajo coste, jamás llegaron a producir seriales tan bien acabados.
La importancia de los stuntmen era crucial en todos sus metrajes. Por ello contaron en sus inicios con el especialista Yakima Canutt y el extraodinario Dave Sharpe. Ambos sustituían en las escenas de riesgo a figuras como John Wayne, Gene Autry o después Roy Rogers.
En la más bien pobre imitación de Flash Gordon durante la aventura submarina (que tan creativamente plasmó Alex Raymond hacia 1935), lanzaron el siguiente año Undersea Kingdom (El imperio submarino); un tema para el que ficharon, en su doble condición de actor y stuntman al apuesto y atlético Ray Crash Corrigan (posterior western hero en la excelente The Painted Stallion (El potro pinto).
A lo largo y ancho de las cuatro horas largas que devora El misterioso doctor Satán se impone una acción constante que certifica escasos diálogos, aunque la conseguida atmósfera de misterio y cierto interés en seguir visionando un capitulo tras otro, capturen a los consumidores habituales del código serialero; niños en su momento, nostálgicos o especialistas hoy
La briosa partitura musical de Feuer, escrita y ejecutada siguiendo el ritmo del relato, se cuenta entre las mejores del cine B de aventuras. La inclusión de Ciannelli (Eduardo, meses antes de que Pearl Harbor y la guerra al Eje forzaran el Edward anglosajón) continuaba la sabia tradición de incluir un villano con tablas y cierta solera.
Repasando la historia del serial sonoro -en especial los de Republic- encontramos entre otros canallas meritorios a Monte Blue (ex galán de importancia en el cine mudo), Noah Beery, Charles Middleton, LeRoy Mason, Johnny Arthur, Henry Brandon, John Piccori, Lionel Atwill (otro famoso en decadencia), John Davidson, y en los años ´40 el insuperable Roy Barcroft.
Ciannelli se contó entre los mejores y más contenidos; dando además a su perturbado sabio que fabrica robots terroríficos, el aire lóbrego y refinado que acentúa una buena iluminación.
En cambio, Robert Wilcox, entonces joven, nada simpático y naturalmente estólido dada su escasez de registros, se luce únicamente mediando la capucha de cobre. Lo mismo sin capucha cabe a la menuda Ella Neal, hermana de Tom Neal, un apuesto peso pluma de vida rumbosa, que protagonizará luego muchas cintas de mediano y bajo presupuesto (entre ellas el serial Bruce Gentry y la premonitoria Detour), para terminar en la cárcel convicto por asesinato.
Abriendo la escena con un par de víctimas importantes, encargados por un doctor Satán resuelto a dominar el mudo fabricando duplicados de su poderoso robot, despunta su futura némesis: el encapuchado Cabeza de cobre.
La razón expresa de su irrupción deviene por herencia de la capucha y el pequeño símbolo de una cobra (evocador de la Z que marca el Zorro con la punta de su espada), legados por el padre de Bob Wayne; una añeja víctima de Satán. Los lazos familiares justificarán las ansias de justicia y venganza, propiciados por los intentos del loco y sus pistoleros, procurándose materiales que consoliden la manufactura de nuevas máquinas de metal.
Los episodios del serial comportan un auténtico torneo de puñetazos, destrozos y acrobacias. La aparición del (pesado y torpe) catafalco metálico, obediente al control remoto que manipula Satán, provoca risa hoy por su primitivismo acartonado. También los caprichosos artilugios de TV, sumados al mismo en varias secuencias.
Entonces, la fórmula robótica unida al sabio loco que pretende controlar el destino de la humanidad surtía efecto en la serie B. Hitler -que de sabio no tenía nada, aunque su acorazado régimen robotizase la voluntad de los alemanes para invadir Europa occidental aquél terrible calendario-, acreditaba idéntica obsesión.
En 1939 la Universal agregó un grotesco ejemplar del género a otro perturbado de la especie, en la piel del morfinómano húngaro y ex Comisario de las Artes durante el breve gobierno comunista de Bela Kun, Bela Lugosi, astro de los grotescos episodios de Phantom Creeps.
A la hora de escoger, preferimos, pese a su escasa credibilidad, el de Satán.
El puntual remate de cada episodio ponía a Cabeza de cobre en serias dificultades, cuándo no, sucumbiendo en apariencia, luego desmentida por el truco de enseñarnos en el capítulo siguiente lo que el montador se había guardado.
El truco capital en esa forma de contar un cuento era dejar colgando del precipicio, o junto a los rieles de un tren arrollador, el destino del heroe o la heroina, sugiriendo que perecían en cada capítulo.
El código se cumple para el caso, con estilo y calidad narrativa, salvando de la ruina un pedestre libreto. La pericia de William Witney no se echa en falta; tampoco la cámara de William Nobles captando paisajes crepusculares y acentuando mediante una sabia iluminación a los personajes y la acción: remarcada al segundo por los acordes de Feuer.
Otro de los méritos que rescatamos de la pieza radica en que los crimenes significativos son sugeridos, antes que retratados. Uno imagina (con cierto esfuerzo) que el infernal artilugio clava sus pinzas desgarrando la carne humana, a través de gritos desgarradores en off o detalles simbólicos no menos siniestros. Igual efecto provocan los ajustes de cuentas de Satán con fracasados sicarios echando mano a su arsenal de armas mortíferas.
El lucimiento principal del encapuchado y sus infatigables cabriolas, escalamientos y caidas riesgosas, corresponde por entero a David Sharpe (1910/1980); a quién distinguimos en varias secuencias del metraje sustituyendo a Wilcox, gracias a los mandos del VHS.
Partícipe de 4.500 filmes en todos los Estudios desde los 14 años, David se merece un homenaje por su larga carrera doblando protagonistas. Él mismo lo fue en ocasiones sin que su labor dramática a cara descubierta colase del todo entre los espectadores.
Figurando en el reparto, cuentan el periodista simpático y auxiliar de Cabeza de cobre, interpretado por William Newell; el científico bueno y padre de la chica (secuestrado por Satán durante las 3/4 partes del metraje), a cargo del veterano actor australiano de la serie B Charles Montague Shaw; y el jefe de policía, encarnado por otro ex galán de seriales: Jack Mulhall (el Craig Kennedy de The Clutching Hand (La mano que aprieta).
El caso del dipsómano Robert Wilcox (1910/1955) revela ausencia total de mérito artístico, junto a una gran inestabilidad emocional, hecha pública en la degradada relación con su segunda esposa, la también alcohólica Diana Barrymore.
Por contra, la vida personal y trayectoria del actor dramático Eduardo Ciannelli (1889/1969) -graduado en medicina por la Universidad de Nápoles y estimable vocalista operístico-, le señalan como una de las personalidades más cultivadas e íntegras del ambiente.
En la década siguiente este napolitano que al final de la vida volvió a su tierra natal, continuó integrando los repartos de grandes filmes, y luego pasó a la televisión, prestigiando el oficio.
La caprichosa parábola de los roles en el cine y los correspondientes a la vida real de sus intérpretes, se reiteraba una vez más.
Hacia el fin del serial el malvado Satán de Ciannelli se desbarranca con su robot. Una última imagen lo revela exánime en una suerte de sepulcro metálico. Cabeza de cobre ha hecho justicia al colocarle la capucha en pleno desmayo, confundiendo a la máquina asesina.
El mito de Frankenstein volvía a operar gracias a la justiciera venganza del héroe, haciendo que la criatura diabólica se inmolase junto al creador...
Cierro el comentario confesando haber visionado este filme olvidado recién en mi madurez, tras adquirir el pack durante cierta estancia en Los Ángeles, visitando la hoy descolorida y mugrosa barriada de Hollywood Boulevard.
Sin duda alguna lo proyectó el quilmeño Cine Cervantes varias veces durante sus sesiones continuadas de los miércoles.
Se había estrenado en Buenos Aires el 17 de septiembre de 1941, de manera que los pases bonaerenses se multiplicaron en esa década; no en la que yo disfruté de los seriales en episodios. Siendo muchos de ellos más antiguos que éste, por existencia de stocks permanecían en alquiler, a diferencia de otros posteriores.
Sin embargo El misterioso doctor Satán, capturado por mi nostalgia junto a otros incunables en las cercanías de aquél Teatro Chino inaugurado a todo gas en 1927 por Sid Grauman, sigue haciendo juego juego con un mundo ya remoto y por momentos añorado: el de la infancia, sus sueños y fantasías; tan alejadas de la realidad como estos pálidos retazos de otro tiempo.
Los de un periclitado universo donde la imaginación reemplazaba sin esfuerzo lo que apenas sugería el modesto celuloide...
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