Confeso "hijo de Borges" y especialmente interesado en que sus compatriotas literarios bajen del mismo árbol; el sionista argentino Marcelo Birmajer rinde homenaje a George Bush, ante la "vejación" infligida con par de zapatos voladores por el valiente periodista iraquí; hoy entre rejas, aunque convertido en héroe con futuro político por buena parte de los iraquíes.
El tal Birmajer, pretencioso autor (entre otras obras y escritos) del infumable guión de "El abrazo partido" y cultor de una estrecha amistad con el decadente Horacio Vázquez Rial, sostiene que el "terrorista", según él, cómplice de Hamas, los talibanes y toda suerte de criminales fundamentalistas, atentó contra la buena salud de un mandatario elegido democráticamente.
En lo último lleva razón. El cargo de George Walker Bush fue votado democráticamente; aunque por sus compatriotas, no por los iraquíes.
Pero los iraquíes, especie arábiga de naturaleza inferior, compuesta por suníes, Chiitas y kurdos alborotados, poco cuentan en la reseña de este escriba mediocre de les bas fonds (en la pertenencia a tal esfera literaria reconoce una simétrica identidad con Vázquez Rial, el hoy patético imitador del más patético, aunque brillante Juan José Sebreli), desplegando un universo caótico que precisa ser invadido a costa de cientos de miles de muertos, para la regeneración y encuadramiento de los que queden vivos, en los intereses petroleros y/o geopolíticos del imperio americano y el mundo occidental.
Sobre el dudoso posicionamiento "democrático" de Birmajer (y Vázquez Rial, habituée del premonitorio sarcófago de Libertad Digital), conocemos el manifiesto encantamiento con el colombiano Uribe Vélez; poco sospechoso de respetar el Estado de derecho.
Para él, la fuerza bruta que comporta una democracia de bajísima densidad, o el avasallamientro de un territorio para expurgale el dictador de turno o la guerrilla levantisca, comporta el mérito; ante el cual los desplazados colombianos (que suman millones de hambrientos que han perdido todo menos la vida), y los iraquíes o palestinos (acosados y reprimidos por tropas mercenarias o ejércitos ocupantes) debieran dar las gracias.
La burbuja neocón no protegerá a fulanos como Birmajer (y su amigo del ánima) de un ajuste de cuentas crítico y la condena moral. Unos pocos, junto a estos dos sionistas de extrema derecha (incluyo al clon austral, que no es judío y reside en Barcelona) se atreven en España a desplegar al viento estas mugrosas banderas.
Hace poco Vázquez Rial comparó a los catalanes (entre los que pulula orondo sin ser molestado) con los paraguayos de sangre indígena, que el atroz general Stroessner condenaba a perorar en guaraní en detrimento del más frecuente español, peligrosamente informativo y cosmopolita.
Argumentaba a tal efecto, el necesario aislamiento cultural de los oprimidos por parte de los opresores, equiparándonos con los primeros, y a nuestros políticos - libremente elegidos, desde el President hasta el alcalde y los consellers del pueblecito más pequeño del mapa autonómico, según lo establece la Ley Fundamental-, con Stroessner.
No es la única afrenta que lanzó este racista emboscado al país que lo acogió y el territorio donde reside. Poco antes había ensalzado la "inteligencia" (sí, es increíble pero cierto) del señor Bush y José María Aznar.
¿A quién en su sano juicio puede ocurrírsele que a estos pájaros les ilumine la inteligencia?
Birmajer es otro de los enfermos que honran el sendero tenebroso del racismo validando la democracia en abstracto, tras eviscerarle intensidades y localización.
Las circunstancias de la democracia (un sistema que por fortuna, ya he dicho, nunca termina de realizarse) son diversas, puesto que en abstracto no existe más que como concepto genérico sujeto al relativismo.
Bush -por ejemplo- no es Clinton. Tampoco Lula da Silva es Chávez, ni éste es un clon político de Kirchner. Lejos está un timador como el "democrático" Uribe Vélez -parido con la bendición de Bush y el Plan Colombia, entre el narcotráfico, la baja política y los escuadrones de la muerte- de confrontarse a ejemplos algo menos tenebrosos.
A su vez, equiparar la calidad democrática de los tres primeros abre una polémica que tiende a clasificarlos en diferentes apartados, más o menos equidistantes de una democracia avanzada; sólo posible en sociedades tolerantes, desarrolladas e igualitarias. Lo mismo ocurre, por ejemplo, si comparamos a un sátrapa y confeso torturador como Bush (lo hizo a través de Cheney), con Zapatero, Gordon Brown, Merkel o Sarkozy.
Guantánamo y las torturas autorizadas por la Casa Blanca no acontecieron en España, Francia, Alemania o en el corazón de los EEUU, sino en una porción de territorio cubano ocupado ilegalmente, tras las heridas abiertas en la sociedad norteamericana por el salvaje y cruento 11S.
Tampoco son validables bajo este prisma las atrocidades que llevan a cabo las tropas invasoras y la soldadesca israelí con los palestinos, de inspiración semejante a la que Bush y el Pentágono aplican a los prisioneros en un vallado flanco robado a Cuba. Lejos de ser afecto al terrorismo, aclaro defender incondicionalmente la existencia del Estado de Israel; asunto que no rebaja en modo alguno mi empeño crítico para con la injusticia y los atropellos de sus servidores armados con poblaciones indefensas.
Pero claro, el autotitulado "hijo de Borges" y sus compadres no saben de injusticias, más que aquellas perpetradas por responsables imaginarios que ellos culpabilizan en su afán de justificar la propia violencia interior, producto de viejos tormentos que, al no asumirse, acaban proyectándose sobre los destinatarios, mediando la previa identificación con los que atormentan.
En lo último caben la tara del resentimiento y su fruto, el odio. Cuando en un estilo literario y conceptual no figuran como premisas el diálogo ni el acuerdo, sino sus opuestos, manda una pulsión francamente destructiva. Las buenas o malas cualidades desempeñan un rol determinante a la hora de edificar una posición frente al mundo. Por ende, la frustración personal inherente a las malas ha digerido en la peor forma posible la realidad.
El terrorismo se ejerce de muchas maneras. La sectorialidad extrema en el juicio comporta la más habitual, y aunque el producto intelectual no mate de hecho a nadie, justifica que otros lo hagan actualmente en nombre de la democracia. Nada tiene que ver este belicismo con posición liberal alguna. Los Birmajer y Vazquez Rial viven proclamando un liberalismo que en realidad usurpan con descaro.
Para un liberal de verdad, la lucha contra el terror requiere enfrentar toda especie de terror, sin excepción.
Emplear medios materiales para combatir la lacra será lícito, en tanto no se validen mentiras con tal de saquear pozos petrolíferos de gran valor estratégico, ni se machaque a un pueblo, o se atormente dónde sea a presuntos responsables de crímenes contra la humanidad.
Otorgar al mandatario de la primera potencia mundial (muy desprestigiado ante sus compatriotas) la equidad del procedimiento armado sobre territorios que exceden su potestad, no es democrático. Tampoco llamar terrorista a quién arroja unos zapatos a un invasor, por más rango que luzca y diplomacia que lo ampare.
Admirador de Bush, el tal Birmajer no se ajusta a las reglas de juego de aquello que invoca. Menos aún su venal hermano de leche; probado carterista de ideas y nada casual validador de personajes retorcidos y chaqueteros como el coronel Gustavo Durán, en esperpéntico texto que anticipó en su momento el actual valor por él otorgado a un defectuoso Presidente a punto de irse, y a otro que, habiendo partido (me refiero al señor Aznar) aún xode.
Por ello, aunque los zapatazos del periodista que ama a su patria introdujo en la Historia no hayan dado en el blanco, cuentan bastante más que los berridos condenatorios de estos impresentables.
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