Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

domingo, 18 de noviembre de 2007

PROGRAMA DOBLE II: EL CUERVO

No titulo a ningún político; es otro filme degustado este pacífico fin de semana. De repaso obligado a la actualidad; but no comment.

La Paramount de 1942 atravesaba por ciertas dificultades estelares. Sobre todo en el apartado masculino. Los americanos más jovenes y las grandes estrella se habían alistado en la Marina o la Air Force. Sobraban maduros secundarios, pero faltaban galanes. Y héte aquí que la habil Sue Carol, ex flapper metida a representar actores y actrices, entevió la ocasión de colar en nómina a su protegido y amante Alan Wardbridge Ladd, un rubio Apolo con poco más de 1, 60 de altura.

Ladd, que entonces estaba casado y era padre de una niña, ya había intervenido en algunos filmes y hasta en un serial en episodios de El Avispón Verde.

El mal fario de pasar más o menos desapercibido se quebró parcialmente en 1942 gracias a Juana de París; un vehículo antinazi de la RKO para el lucimiento de Michéle Morgan y Paul Henreid. Allí caía como un héroe de la resistencia.

Carol se ocupó de que volviese a caer ese mismo año, menos gloriosamente pero de manera efectiva para su futuro en el cine, mediante El Cuervo; filme basado en un cuento de Graham Greene, adaptado a la pantalla por W.R. Burnett y Albert Maltz.

Lo dirigía Frank Tuttle; un periodista pasado al cine al finalizar los ´20, que acostumbraba a trabajar con izquierdistas como él.

Eso explica que el el albor de los talkies dirigiese al célebre Eddie Cantor, y que en El Cuervo interviniesen Maltz y el actor Marc Lawrence (como él, posteriores blacklisted durante la era McCarthy).

El abordaje del género negro, que tan buenos resultados dio a la Warner Bros desde Altas Sierras y El halcón Maltés, se adaptó a escenarios baratos y un cierto aire menos dramático que en las violentas entregas del otro Estudio.

Con todo, la cinta rezumaba tensión y violencia. A pesar de figurar cuarto en el reparto (detrás de Veronica Lake, Robert Preston y Laird Cregar), Ladd interpretaba con gran economía de gestos y un aire peligroso a Philip Raven, el asesino por contrato. Una toma inicial nos lo revela cariñoso con un gato, y violento con la mujer de la limpieza que lo espantó. El recurso de mostrar a los que maltrata o elimina como seres despreciables conserva el tono durante los 80 minutos de la entrega.

También que quienes lo alquilan para despachar a quién robó una fórmula útil a la defensa nacional son perversos en extremo. Mandado a hacer para un rol por el estilo, cumple el voluminoso y lúbrico Cregar.

Pero los billetes con que paga el servicio fueron denunciados en números de serie como robados. Advertido Raven, inicia la caza de los traidores. Su propósito es vengarse, sin interesarse por lo que significó para el futuro de su país el material entregado.

La casualidad de un viaje en tren y el compartir asiento, le procuran un nexo con la novia de un policía (Preston) que justamente sigue la pista de Cregar; sospechoso de vender secretos a los japoneses. Ella es el cebo para que este aparente propietario de un cabaret la contrate como cantante e ilusionista.

El resto de la trama es acción pura. Cregar, que también viaja en el convoy, advierte que Raven y la chica están juntos y trama su posterior secuestro, tras fracasar denunciándole a él.

A posteriori Ladd salva a Lake de una muerte segura y consigue acceder al edificio donde un anciano en silla de ruedas (el gran caracteristico del silent screen Tully Marshall) maneja todos los hilos del sabotaje.

Ladd consigue neutralizar una vez más al lugarteniente de Cregar (Marc Lawrence) y lo liquida, mientras el viejo palma de un infarto, y un inmediato tiroteo con la policía se salda con la muerte del antihéroe, del que Lake se había apiadado con bastante cariño, al contarle retazos de su terrible infancia.

El factor romántico, sostenido por el final feliz entre Preston y Lake no oculta el soterrado y más hondo de ella con el asesino angelical, piadoso con las niñas tullidas (así lo revela otra de las imágenes iniciales), las madres con bebés en los brazos y los mininos.

Buenos diálogos y un acertado manejo de los símbolos (cuando Raven, rodeado por la policía en un depósito, se ve obligado a ahogar un gato -"ser libre y que no precisa de nadie"- para que no maulle, enuncia "que su suerte se acabó"), componen lo mejor de un relato que conserva intacto su interés.

Se advierte, no obstante, las premuras que comporta un bajo presupuesto; centrado en interiores, con una sóla escena de acción al aire libre, de Raven, saltando desde un puente hasta el vagón abierto de un tren en marcha bajo una lluvia de balas.

El Cuervo fue muy bien recibida por el público. Desde entonces Ladd fue un astro de nota en Paramount y Hollywood.

Emparejado con Lake en algunos filmes, dio pié a que Warner Borthers ensayase luego una fórmula romántica con Bogart & Bacall, a partir de El sueño eterno.

Su vida fue sin embargo menos feliz. Asunto que detallo ampliamente en un capítulo de mi libro "La Piel de los Dioses". Tampoco la dicha llamó a la puerta de Verónica Lake y mucho menos a la de Laird Cregar (como ya dije, comentando los prolegómenos estelares de "Laura").

Nacido en 1862, Tully Marshall falleció un año después.

Robert Preston, muy celebrado en las tablas de Broadway y poco en el cine, pese al padrinazgo de Cecil B. DeMille, siguió bajo contrato con Paramount hasta que la vieja vocación lo devolvió a sus origenes. Lo que no le impidió ganar mucho después y poco antes de fallecer, un Oscar secundario por su rol de Victor o Victoria.

Albert Maltz fue perseguido por los cazadores de brujas y encarcelado un año. Marc Lawrence se fue a Italia, y Frank Tuttle abjuró de su comunismo; acción que le permitió trabajar en la industria; aunque lejos de que sus futuras faenas recordasen al cineasta del pasado.

Jean Pierre Melville y Alain Delón revivieron veinte años después parte de la historia y su atmósfera en El samurai.

Y al caer esta tarde de domingo, deleitado frente al televisor y las imágenes de los que fueron y ya no están, volví a recordar lo de tantas veces, en dos continentes: mi indómita pasión por una era de grandes filmes y arquetipos del pasado que el tiempo se llevó para siempre




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