Tercia anteayer el obispo Ricardo Blázquez, clamando perdones por lo imperdonable: las bendiciones a 40 años de tiniebla franquista.
Se entiende. Como en el teatro, la Iglesia de togas, salmos y agua bendita, esgrime sus dos vertientes escénicas: la sonrisa y la tragedia.
El cardenal Tarancón representaba lo que hoy el confesado discípulo, con la diferencia en su contra, diaria y machacona en estos días, de una formación política y tres medios (El Mundo, La COPE y Libertad Digital, ya multimedia) que, al enfrentarle en el día a día, gozan de un respaldo de facto por parte de la Conferencia Episcopal.
Quien la preside -teóricamente Blázquez- padece la neutralización activa de Rouco Varela y Cañizares; poderosos guardianes de la fe al servicio del pasado más inmediato. Parecen salidos de una secuencia de Iván el Terrible. Ellos se apuntaron un tanto nada despreciable, al obtener una masiva beatificación de clérigos franquistas, que ni el venerado protofascista Pío XII se atrevió a consagrar.
Fueron 435, los subversivos de ayer y santos de hoy. Murieron por la doble fe. Confiaban en Dios, y el Caudillo, obediente a su gracia. No puedo aplaudir estos crímenes, ejecutados contra civiles desarmados. Tampoco su adhesión al Golpe de Estado que desencadenó la Guerra Civil.
Setenta años después les cae la breva.
Ergo: quién no manda en la jerarquía clerical de nuestros días, es el Presidente, sino el que está enfrente.
Un tanto en contra de la templanza, parte de las heladas brisas del Vaticano. Este Papa es tan conservador como el que partió para siempre, cuando apenas era un hilo de voz y mueca eclesial.
Sería conmovedor sino fuese tan patético. La agonía del predecesor fue una suerte de la padecida por Franco, sin los tubos; aguantado en base a los mimos de claustro, la ciencia, y los honores recibidos por asestar el póstumo mandoble de cruz al comunismo. Le aprovecharon hasta el último suspiro sin piedad alguna.
En nuestra terrena miseria, ante el dilema que enfrenta a progresistas en desventaja y retrógrados mayoritarios bendecidos desde la cúpula, elegimos abstenernos; reservándonos el derecho a financiarles o no.
Una vez más negaremos toda colaboración a la sacra corporación, desde el rutinario formulario de Hacienda.
Es nuestro recurso para restarles poder de maniobra. De gobernar Juan XXIII o Paulo VI, lo pensaríamos dos veces.
Esto de la COPE -convengamos- son negocios que entrelazan la común visión de la Historia y una común vivencia de la histeria entre los dueños del circo y sus bufones.
Devotos de la iniciativa, validamos el criterio de los oyentes y lectores, al tiempo de reclamar a viva voce una urgente ley educativa que nos libere del presente atraso. Invisible si nos atenemos a la proliferación de flamantes todoterrenos y viviendas hipotecadas.
Necesaria y real, por éso mismo.
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