Inicié este Bolg comentando el deceso de Jane Wyman. Tras reseñar su vida y obra grosso modo, dije que con Kate Hepburn se habían muerto todas las grandes de Hollywod.
Cierto. Por que con todo el tibio encanto que se llevó, la recién desaparecida Deborah Kerr fue al fin de cuentas una estrella menor. Reseñando sus películas olvidamos incluír "Sombras de sospecha", penosa despedida de Gary Cooper, ya enfermo de cáncer.
En ese patético film de mal suspense y peor resolución, Deborah actuaba a tono con la cierta ausencia de un enfermo, sin estarlo.
Quiero decir que reveló su real indigencia estelar, mediando un flojo director y un guión estúpido.
Laraine Day, fallecida ayer en Utah, fue una indigente al completo; aunque con suerte. Pescó la onda estelar a comienzos de la década de los ´40, luego de figurar como enfermera enamorada de Lew Ayres, en la serie del Dr. Kildare, donde brillaba el característico y grande Lionel Barrymoore, componiendo al Dr. Gillespie en silla de ruedas.
Luego trabajó con Joel McCrea a las órdenes de Hitchcook en Enviado especial (1940), una de sus películas americanas más flojas.
Ni McCrea -que reemplazaba con frecuencia y cierto aire de doble a su amigo, el inalcanzable Gary Cooper(entonces bajo contrato con Sam Goldwyn)- ni ella, otorgaban a los héroes ese toque tan necesario, propio de los grandes filmes.
En aquellos años secundó románticamente a Cooper, Cary Grant y John Wayne en otras cintas, que tampoco destacan mucho en la filmografía de ellos, ni en la de sus directores.
En realidad, la gran película y único protagónico de esa trigueña que jamás enamoró a la cámara ni a los espectadores, fue La huella de un recuerdo (El medallón; en la Argentina). Dirigida por el interesante John Brahm, allí se portaba mal con los hombres, usándoles uno a uno, para luego abandonarlos, cada vez más rica...y trastornada.
Si bien el papel de psicópata y cleptómana le calzó como un guante, brillaron más la trama -de sombríos destellos- y el medallón; leit motiv que, gracias a un retrato al óleo permite al psiquíatra y marido abandonado saldar cuentas con ella; a punto de casarse con un millonario.
Gene Raymond y Brian Aherne interpretaban a dos de los ejemplares timados. El tercero, quien la pintó con el medallón (que robó) se suicidaba, saltando por el ventanal de un edificio.
El papel, poco adecuado para el joven Robert Mitchum, amigo de Laraine y en los comienzos de su carrera, era otro de los que le ganaron un puesto importante en los film noir de la época.
Ya que poco antes había rescatado, desde otro rol secundario, a Katharine Hepburn de las garras de Robert Taylor, en Corrientes ocultas, melodrama psicológico de entraña criminal impreso por Vincent Minelli sin mucha suerte en taquilla.
La huella de un recuerdo insinuó una carrera de mala hembra en el género, que Laraine Day no reiteraría hasta la modesta versión televisiva de Perdición, junto a Frank Lovejoy y Ray Collins.
Lejos estuvo su vida privada de romper marcas o causar algún alboroto. Fracasado el primer matrimonio con un vocalista de swing, encontró al hombre de su vida en el promotor de béisbol Leo Durocher.
Ya mayor, rodó algún filme menor, fracasando en la TV con un show propio de 15 minutos.
La memoria de algunos de sus conocidos en Hollywood la refieren más lista y aprovechada, que actriz. Su discreto retiro a una vida familiar confortable tras poco más de veinte años de carrera así lo demuestra.
Por eso quizá, duró tanto. Rozar las nueve décadas sigue siendo privilegio de pocos.
Aunque la historia grande del cine no repare mucho en ella, ni salgamos corriendo a buscar sus películas.
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