A medida que repasamos el artículo y observamos el gráfico estadístico que lo acompaña, no podemos menos que reír para no llorar.
Al fin de cuentas, se dirá, son emociones de alternancia, y regalarse con ellas te hace sentir más vivo.
Esta socialdemocracia que se proclama de izquierda, prometiendo un 0,7 del PBI al Tercer Mundo, nos condena a una jubilación de merde. Resulta que si no colgamos los guantes en la dura lucha por la vida a los 65 años; con setenta cumplidos, ganaremos el cielo, el infierno, o si sobrevivimos al subidón laboral...un misérrimo 15% de incremento en las pagas.
Claro. Todo está en relación con los sueldos. Y los sueldos que eran bajos, y llegaron al sótano con el toco mocho del €uro, perforan el subsuelo con el rebrote inflacionario.
De manera que los aumentos pensionistas servirán para pipas. Unas pocas, claro.
Por ahora seguimos por debajo de Francia, Alemania, Gran Bretaña e Italia en este apartado. Superamos, eso sí, a Irlanda; que le dedica tan sólo un 4% del presupuesto; situándonos cuatro puntos por debajo de Italia; país al que desde hace un tiempo miramos por encima del hombro; pero que protege y respeta mucho más la vejez decorosa de sus trabajadores.
El promedio de edad jubilatoria en varios países europeos es de 60 años. Aquí, con el cuento de la longevidad famosa de la que hacemos gala en las estadísticas planetarias, pretenden que juguemos al rango y mida diez años más.
Tienen un morro que se lo pisan.
Con frecuencia a la greña, el PP y el PSOE se han puesto de acuerdo en la actualización de las pensiones. Con gran pompa, el ministro de Trabajo, Jesús Caldera anunció los supuestos incentivos para los que sigan en la brecha.
La oligarquización política es una tara que arrastramos sin solución de continuidad. En el interior de los Partidos, la selección de cargos omite el voto directo de sus afiliados. El evento congresual que dirime la repartija es una ceremonia pastelera. Carácter y habilidades establecen el don de mando y el acceso a las codiciadas baronías.
Sólo Esquerra Republicana de Catalunya (criticada tan a menudo) adopta el modelo asambleario para determinar dirigentes y bloques mayoritarios en su interior. Sus funcionaris públicos y los cargos internos rentados destinan una fracción de las pagas a su formación.
En las demás, mandan los barones y sus subordinados del mapa.
En todos los casos, sueldos y gastos de representación en los altos cargos públicos preceden a una generosa pensión.
Ellos se lo guisan y se lo comen. ¿Y nosotros, los españolitos de a pié, qué?
La mayoría desempeñan tareas que no les satisfacen. Asalariados o autónomos atraviesan el mismo Gólgota. Un porcentaje ínfimo disfruta con su trabajo y podrá seguir disfrutándolo, hasta que el cuerpo aguante.
¿Qué pasa con los que no?
O bien gozan de una jubilación que supera la media, o deberán ser mantenidos por sus hijos y nietos para vivir con cierta dignidad. De no cumplimentar el requisito, se verán forzados a cambiar la casa propia por otra vivienda de menor coste, o encomendarse a Dios, como desea sin mediar circunstancias la Conferencia Episcopal.
Pagar un alquiler será difícil si se trata de un pisito o cuarto de pensión digno. El decoro habitacional, esencial en la calidad de vida, tiene costes elevados; y mas aún de exigir atención médica o asistencia permanente.
En fin que, si el sistema de Previsión Social quedó obsoleto debieran haberlo advertido antes, corrigiendo el rumbo. Enfrascados en la observación del ombligo y sus disputas más o menos abstractas, los oligarcas de la política se dejaron estar.
Los que no producen no interesan. Éso creen.
Forman legión. ¿Qué importa?
Más de lo que creen y les importa, pues también su poder de voto crece. Y me temo que de seguir así las papeletas no abarroten las urnas en las próximas generales.
Más madera si te jubilas a los 70, dice Público. Son mondadientes los que echan al fuego de la otra Caldera -no la del dadivoso don Jesús, líbreme Dios- en la vetusta locomotora previsional.
Francamente creo, señorías y señorones, que la dinamita pa los pollos veteranos, acabará costándoles un huevo.
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