Lo más interesante de las películas por jornadas consistió en divertirnos y hacernos soñar a la vez. Con todo lo primitivas que eran -y lo irrisorias que quedaron con el paso del tiempo- entrenaban nuestra capacidad de asimilar un relato en imágenes. Al recomendar a nuestros amiguitos del barrio o el colegio el serial de turno en el Cervantes, describíamos sus alternativas.
Así empezamos a contar.
La combinación entre su código y el de las historietas -de publicación abundosa y pulso semanal- alfombraban el camino hacia la literatura y el cine de calidad.
Los seriales me enseñaron a contar con cierta dosis de suspenso, manteniendo la tensión del relato.
En mis biografías, cada capítulo culmina enlazando emociones con el siguiente. Si el relato no obedece a alternativas que destilen tales grados de emoción, estableciendo en cada corte el to be continued, creo que no sirve. La técnica y el estilo literario/visual, requieren toda la gama de emociones que ofrece el ser humano.
Desde luego, poco tienen que ver las tramas del serial con las mías; aunque la cadencia narrativa las empareje, por influencia y tradición.
A los que integraron la partida del serial de poco les sirvió la experiencia, aparte de ganar el pan. El único astro consagrado resultó John Wayne, tras rodar La Diligencia para John Ford, recién en 1939. George Brent, Jon Hall y Lloyd Bridges intervinieron en unos pocos y alcanzaron otro estatus (Brent, sobre todo en la Warner Brothers y en el lecho de Bette Davis y Greta Garbo; Bridges mucho más tarde).
Jennifer Jones, Ruth Roman o Carole Landis no pasaron de ser estrellas menores (a pesar de que la Jones se casó con David Selznick y consiguió co protagonizar superproducciones y algunos filmes meritorios).
Más bien, era el campo yermo del género un descenso a los infiernos para algunos astros y estrellas de la serie A.
La breve estelaridad de Bela Lugosi con Drácula desembocó en las producciones B y algunos seriales. Romeo de varias estrellas del cine mudo (entre ellas Greta Garbo y Joan Crawford), el moreno de Alabama John Mack Brown halló un rincón de estrella menor en los westerns y seriales del poverty row. En adelante y hasta el fin de su carrera, jamás se bajó del caballo.
En cierto modo tuvo suerte. En el poverty row (o callejón barato de las productoras) las mejores cintas fueron las del Oeste.
Quizá el caso más patético de todos lo encarne Monte Blue. Competente galán del silent screen, favorito de Lubitsch y Cecil B DeMille, fue condenado a vestir malvados exóticos de pobre disfraz en la Republic. Con buena dicción para los talkies, su problama radicó en la etnia.
De camuflado mestizaje en la juventud, ya maduro la sangre indígena le acusó los rasgos; finalmente aprovechados por el serial.
En realidad, el género contaba con estrellas propias de pálido fulgor. Tom Tyler, John Mack Brown, Larry Crabbe, Kane Richmond, Charles Quigley, Ralph Byrd, Allan Lane, Dave O´Brien, Clayton Moore y Kirk Alyn, encarnaron varios héroes durante casi veinte años; entre ellos, algunos personajes del comic o el serial radiofónico. En su conjunto eran apuestos y menifestaban buen estado físico, pero seducían poco a la cámara. Previas experiencias en los Estudios y algunos filmes lo demostraba.
Incursas en el mismo apartado, las heroínas más solicitadas del sector fueron Kay Aldridge, Linda Stirling, Jean Rogers, Iris Meredith y Peggy Stewart. Otras, pasaron sin pena ni gloria.
Malvadas y malvados desfilaban con el donaire y la perfidia de Carol Forman, Edmund Cobb, Anthony Warde, John Davidson y Roy Barcroft.
Excepcionalmente, se contrató a excelentes secundarios de la industria para componer villanos y hasta héroes. Noah Beery (hermano de Wallace) y Victor Jory cubren estos dos ejemplos.
Algunos partiquinos de lujo eran el viejo astro de westerns mudos William Farnum, y el actor teatral Robert Warwick. O el excepcional Henry Brandon, siniestro Fu Manchú y auténtico protagonista del homónimo serial, tras otra retorcida aparición en la primera entrega del Agente Secreto X9.
Si el plan de rodaje promedio, insumía no más de tres o cuatro semanas a full, a un artista tan caro como Harry Carey, se le pagaban 10.000 dólares, imprimiendo sus escenas en un par de jornadas. Procedimiento que se extendió a Lugosi, Beery y Victor Jory por cifras cercanas.
La política estelar de Republic consistió en vender los chapter serials como producto, sin promover a sus principales cabezas; de roles cambiantes si cuadraba al encargado de producción. Clayton Moore y Charles Quigley, por ejemplo, actuaron como villanos en más de una cinta. A aquellos que no pasaban por el aro (como el popular vaquero Robert Livingston) se lo ingresó en la lista negra de la compañía.
La razón de no contar la fórmula con grandes astros propios, radicaba, aparte de la mediocridad de muchos, en las tramas llenas de acción. Para las mismas poco contaba la carnadura dramática de un intérprete. La pobreza de los diálogos y el primitivismo de manidas fórmulas que imponian estereotipos, condicionaban su naturaleza dramática.
En verdad, las estrellas ocultas del serial eran los stuntmen, acróbatas expertos en cabriolas, aparatosas caídas y toda clase de contorsiones peligrosas, controladas por la destreza en el uso del cuerpo.
Nombres legendarios como los de Yakima Canutt, David Sharpe, Dale Van Sieckel y Tom Steele brillaron con luces ajenas en las mejores muestras del serial. Los pocos estudiosos del género les han rescatado para la historia del cine; destacando Canutt más que nadie, gracias a su colaboración con Wayne y John Ford, entre muchos otros grandes.
Un par de semanas atrás resolví poner en pantalla The Lost City (La ciudad Perdida), un primitivo serial. En el siguiente post os hablaré de esta polvorienta antigualla que, no obstante, marcó buena parte del derrotero imaginativo y conceptual del serial sonoro.
De momento os invito a visionarlo en You Tube. Creo que si no está completo, poco le falta.
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