"Yo nací en Granada, en el Padul, en el ´57 del siglo pasado, hace 49 años. A los 20 estuve un tiempo por Galicia, un año y pico, y poco después me fui a Catalunya, a trabajar de maestro. Allí he vivido hasta ahora en diferentes ciudades y pueblos. En barcelona, en Premiá de Mar, en Mataró, en Orrius, en Ger, en All, en Puigcerdá que es donde vivo ahora. Una ciudad pequeñísima y preciosa en medio del Pirineo y tocando con la misma frontera francesa. O sea que nací en el sur del sur y ahora vivo en el norte del norte. Me gusta vivir en la montaña, y a su amparo estoy."
Así dibujaba su tránsito de Granada a Catalunya y las entrañas comarcales el maestro José Luís Jiménez.
Le conocí hace unos doce años, cuando ya dirigía el Centre de Recursos Pedagógics en la ciudad pequeñísima y preciosa, donde se le conocía y amaba.
También se le estimaba mucho más allá. Entre los profesores comarcales, y allí por donde pasó "el Jiménez, o José Luís" dejó la misma estela, idéntica en los colores y el buen sabor.
José Luís, fallecido apenas ayer, era un mozo guapo y amable, con mucho mundo. Tenía mujer e hijos que lo disfrutaban en casa. Su unción al trabajo y el interés permanente por atender su área de competencia no restaban tiempo a su buen talante y amabilidad para con todos.
Lo ví por última vez cuatro meses antes de finalizar el curso pasado.
Un amigo común (Josep, del CRP del Ripollés) me había comentado que acababa de ganar el Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya. Eso lo hermanaba con mi oficio de escritor. La noticia me alegró de sobremanera, y previa charla telefónica, me desplacé a Puigcerdá con dos libros míos, rodeado de augurio primaveral en el tránsito de una mañana soleada, escogiendo el camino de montaña.
Hacía un par largo de años que no nos veíamos y él estaba como siempre: guapo y amable, con ese aire del sur sureño, y el seny norteño del norte destellando en su sonrisa.
Hablamos de literatura tomando un café en la cantonada del CRP, que está en los altos del Instituto Secundario. Cuando nos conocimos y mucho después, nadie supo de la afición común.
Él era un educador y yo su proveedor de material didáctico. Sin embargo, algo nos conectaba secretamente marcando una simpatía. Eran las letras, ocultas aún.
Probablemente ya escribiera poesía; yo nada desde 1984 hasta 1997, cuando me nacieron los tigres.
El que es poeta siempre lo fue. En cambio, el escritor raso, depende...
Esa mañana de Puigcerdá, José Luís se sentía feliz. Su libro de poemas "Las luces del norte", vencedor sobre 126 obras admitidas a concurso (sobre más de 3.000) y 13 finalistas, estaba imprimiéndose; de manera que me prometió un ejemplar para el próximo viaje.
Y a pesar de que el libro existe, no pudo ser.
La levedad del ser hace que el rayo de la muerte caiga sobre uno en cualquier instante.
Verle tan joven como cuando le conocí, me impedía pensar que el cáncer se estaba incubando a marchas forzadas en su organismo.
Poco antes de finalizar el curso aquél, Josep me anotició de la tragedia. Dijo también que el hermano médico de José Luís lo intentaba sanar en una clínica de Barcelona, donde se ensayaba un tratamiento experimental. En paralelo, hablé por teléfono con su ayudanta en el CRP. Ella estaba desolada, pero aún conservaba cierto optimismo.
Josep, que además de educador es psicólogo y hombre reflexivo, parecía más resignado dentro del dolor que le causaba la tragedia del amigo.
"La medicina experimental es éso", me dijo.
Las malas nuevas confirmaron su presunción.
"José Luís luchó a brazo partido por vivir. Tenía mucho coraje. Otro se hubiera derrumbado.", reiteró esta misma mañana, mientras fotocopiaba para mí estos versos, impresos en una revista literaria.
Yo he visto a tres seres queridos morir de cáncer. Mis dos padres y la madre de mi hija; con luminosos 33 años.
Sé lo que padecen, y con ellos padecí desde su atención en el día a día.
No contaré lo que conozco del Vía Crucis del maestro granadino hecho catalán, amigo y poeta. No alcancé a verlo de nuevo.
Lo sé de oídas y de experiencias...
Mejor, os transcribo unos versos del libro que la tan temida muerte no nos arrebatará jamás.
Son la parte más universal de su legado.
La materia viva del alma, de quien fue todo un hombre.
BAILARÉ PARA TI
Espinoso y garduño cruje el ritmo
y tu abrazo me ampara
con uñas de tijera y alfiler,
mientras bailamos solos en la pista
la música narcótica que suena
y da compás al ortigal de serte.
Trenzados en un baile de memoria,
no existe laberinto que me guíe
ni sinfín más cercano que tú misma,
me sobra turbiedad en la mirada
y nada aguardo.
No necesito nada salvo darme,
salvo las magnitudes milimétricas
de pudor, de saliva y de perdón,
con las que te susurro y te suplico
que interpretes la música y la danza
que se adueña sin rumbo de mis pasos,
de esos labios de sólo pronunciar
el misterio y el beso de los nombres.
Para ti bailaré
hasta quedarme quieto y en suspenso
sobre la estampa de bailarnos juntos.
Hasta siempre, José Luís...
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