De vez en cuando me desenchufo de mi mundanal ruido y amparado por la calefacción de mis dos mascotas me arrellano en el sillón, frente al televisor. Habiendo insertado el DVD escogido, aguardo su puesta en pantalla y vuelvo, again, a Laura. Ese film tan emblemático e inolvidable.
En realidad, no fue un vehículo para el lucimiento de divos o divas. El libro de Vera Caspary, muy bien escrito y recibido por los lectores, se bastaba sólo como reclame para brindar un razonable espectáculo en blanco y negro.
Se rodó con un regular presupuesto en 1944, año de mi nacimiento, en los sets de la Twentieth Century Fox de entonces; la que comandaba Darryl F. Zanuck.
Así, mientras la diarrea estival me llevaba al borde de la muerte en la Barcelona de posguerra, nacía otro clásico de Hollywood y el cine.
Allí hizo su debut americano como director el judeo austríaco Otto Preminger, con antecedentes de importancia dirigiendo filmes y montando piezas teatrales en Europa, y que en lo inmediato provenía del teatro y roles de complemento en algunas cintas. El patrón del Estudio no quería meterlo a dirigir, pero al fin este emigrado antinazi de fuerte carácter y buen sentido de la oportunidad, se impuso a Zanuck, que al fin de cuentas era otro judeo americano culto, y se había iniciado escribiendo guiones para el perro alsaciano Rin Tin Tin.
En principio, el papel más importante estaba destinado a Laird Cregar, el grandote siniestro de El cuervo. Su muerte por infarto destinó el personaje al actor teatral y ex bailarín Clifton Webb; uno de los homosexuales más deshinibidos del ambiente.
El refinado actor, habitual figura en los repartos de Broadway, pertenecía a la jet set farandulera desde los años ´20, pero la suerte le esquivó durante años una carrera estelar en el cine. Al fin la consiguió intepretando al verdedero eje de la historia; que no es la criatura que borda Gene Tierney sino él; un refinado escritor tácitamente gay (aunque el filme no lo explicite) obsesionado por Laura; creativa de una agencia publicitaria cuya carrera impulsó a raíz de un primer encontronazo en un restaurante.
La historia despega con su relato, en primera persona evocando a una muerta.
En apariencia es Laura; asesinada de un escopetazo que le desfiguró el rostro. A cargo de la investigación asoma el tipo Dana Andrews como el detective Mark McPherson.
Hasta entonces tampoco Andrews se había lucido en la Fox. En cuanto a Tierney, ya era importante entre las estrellas jóvenes de Zanuck. Su intervención en La Pecadora de Shangai, El camino del tabaco y el western sobre Frank y Jesse James, que Fritz Lang rodó con Henry Fonda y Tyrone Power, seguidos de El diablo dijo no, de Lubitsch, y Belle Starr, la habían popularizado ante los espectadores.
Aunque sin duda la estrella absoluta del sello por estas fechas eran Betty Grable y sus bien torneadas piernas; favoritas en los decorados musicales de la casa y los frentes de guerra.
En Laura se aprecian diálogos inteligentes; un tema musical que haría famoso al compositor David Raskin; y escenarios de interiores espaciosos en los que domina la estética elegante, diseñados por Thomas Little.
Los secundarios de la historia no pudieron ser mejor escogidos. Judith Anderson, la gran actriz teatral (la malvada criada en Rebeca) compone a la madura amante y financista de un gigoló, del que Laura se prenda, encarnado por un joven Vicent Price.
La sobriedad y contención de Andrews, el detective que al comienzo de la historia se enamora de la bella joven que cree muerta (presente en un lienzo pintado al óleo por uno de los pretendientes que le aventó el celoso y obsesivo Lydecker), es opuesta a la frivolidad y cinismo de un escritor que conmueve a su público tarifando su invocación a los sentimientos.
Cuando la presunta muerta resucita ingresando a su piso, ignorante de que los periódicos y la radio han anunciado su asesinato, ante los ojos del adormilado investigador se corporiza un sueño.
Quizá sea uno de los instantes más recordados de un filme que no decae.
Otro sitúa a Laura bajo el foco policial de McPherson, en un interrogatorio que en realidad es una escena de celos. El detective pierde cierta objetividad frente la indecisión sentimental de ella hacia el gigoló crápula.
Pero al final el encuentro amoroso entre ambos se produce; casi en simultáneo con el hallazgo del culpable.
Ha sido Lydecker quién mató, aunque no a Laura sino a una joven amante de este otro, confundiéndola con ella en la penumbra de su piso, echando mano de una escopeta que había escondido en el interior de un gran reloj que regaló a su objeto de deseo.
Ante la reincidencia de ella con el detective, otro ejemplar "apuesto y musculoso" que la trae de cabeza, decide eliminarla a plena luz, acción que impiden el detective y sus ayudantes.
El violento fin del escritor era precedido por una retransmisión de su programa semanal, versando justemente sobre la eternidad del amor.
Tras el suceso de la cinta, Clifton Webb se convirtió en una estrella. Dana Andrews se consolidó como galán de carácter en la Fox, y Gene Tierney subió puntos en la estimación pública. Justamente ella y Price protagonizarían poco después El castillo de Dragonwyck, filme inicial del escritor y productor Joseph Mankiewickz.
Sin duda alguna su mejor labor artística sería la de perturbada mental y asesina en Que el cielo la juzgue, un technicolor dramático de John M. Stahl. La carrera de Preminger (hombre con fama de cruel e irascible dentro y fuera de los platós) tuvo en adelante luz verde, con buenos resultados hasta la década del ´60.
Yo superé la diarrea estival merced al casual cruce de mi madre con una vecina, cuyo sobrino, salvado por la experimental obstinación de un médico barcelonés, anticipó mi destino.
Gracias a su ciencia pude disfrutar de Laura años después, y hasta hoy.
En cambio, la pobre Gene Tierney fue desdichada durante mucho tiempo.
Amante secreta en los años ´40 de John Kennedy, desarrolló un casamiento causalmente poco feliz con el modisto Oleg Cassini, y luego un desastroso lío amoroso con el juerguista y principesco Alí Khan.
Madre de una hija disminuida síquica, su salud mental empezó a resentirse en los iniciales años ´50.
La corporización del sueño que ella representó para muchos fans, fue para la Gene Tierney real una pesadilla.
Consiguió abandonarla con los años, y tras desposarse felizmente con un magnate texano, vivió en el equilibrio hasta que un efisema pulmonar (herencia fatal de su tabaquismo compulsivo) la llevó a la tumba con 70 años.
Sin embargo, la redondez absoluta de este clásico noir y la presencia de Gene, joven y hermosa, siguen vivos, junto a una melodía que jamás olvidaremos.
Esta tarde de invierno en Vilassar de Mar lo comprobamos una vez más.
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