Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 3 de noviembre de 2007

LAS PELÍCULAS POR JORNADAS I

Hoy hablaré de eso, aparcando los combates políticos y sus consecuencias durante algunos post.


¿Qué son las películas por jornadas? Pues lo que así se tradujo en España, aquello que en su país de origen bautizaron como chapter serials, y en la Argentina de mis pocos años seriales en episodios.

Pertenecían al género B del bajo presupuesto y totalizaban unos 270 0 300 minutos, segmentados en doce o quince trepidantes episodios de 20 o 25.

La clave de cada segmento, protagonizado por el héroe, su chica y los malvados, desarrollaba una trama de acción que precipitaba por pura maldad de los segundos, el alto riesgo de los primeros. En el siguiente se salvaban raspando de un seguro fin; no antes de haber sembrado la zozobra en los espectadores.

Por lo general, las salas de cine exhibían en los años ´30 y ´40, uno o dos capítulos de cada serial. junto a otros filmes de metraje regular y mayor categoría. Entonces se destinaban a todos los públicos. Nosotros los visionábamos en la década siguiente los miércoles, en el marco de una jornada infantil.

El origen de este formato había nacido en Francia, prolongando las novelas por entregas. Sin embargo, la potencia de la industria norteamericana fue quien más lo explotó.

Durante el período mudo el serial consiguió una gran popularidad. Se rodaron cientos de ellos, la mayoría perdidos por la oxidación del nitrato.

Yo he visto unos pocos. Conservo dos de los más importantes: Los peligros de Paulina (1914), y otro bastante meritorio: Tarzán el Tigre (rodado en 1928).

El primer serial lo visioné a los cinco años en el Cine Cervantes, de Quilmes, el pueblo de la cerveza famosa. Era el inicial de Dick Tracy, rodado en 1937 (luego se hicieron dos más) con Ralph Byrd. Recuerdo la impresión que me causó su enemigo El Araña, envuelto en sombras y cojeando con cuádruple tacón. El anticipo de la muerte llegaba con la araña proyectada en círculo por una linterna sobre la frente del sentenciado.

Tras ella sonaba el disparo.

Hoy el serial, minucia del pasado poco recordada, es uno de los sesenta y cinco que pueblan mi videoteca. La mayoría me los agencié en California, Londres, Florencia o Buenos Aires. Pero el del detective Tracy (editado en Italia para el formato VHS) fue llevado al DVD no hace mucho en España. Como en todas las adaptaciones de un comic célebre (y el detective, publicado por la revista Historietas primero, y después por Puño Fuerte, lo era), poco tenía que ver el de la pantalla con el del papel.

Pero no importaba. La fantasía de los niños de entonces fusionaba lo que hubiera. Si transformábamos ramas de los arboles o palos de escoba en caballos, y ladrillos de una obra en construcción en automóviles sobre la arena, eramos capaces de todo.

Otros seriales que deleitaron mi infancia fueron los tres de Flash Gordon (confeccionados entre 1936 y 1940), con el atleta Larry "Buster" Crabbe encarnando al héroe de Alex Raymond, y Charles Middleton asumiendo un Emperador Ming que parecía hecho a su medida. También figuraban la rubia Jean Rogers (luego reemplazada por la morena Kay Hughes) en el papel de Dale Arden, y el irlandes del Abbey Theatre, Frank Shanon, como el Dr. Zarkhov.

En aquellos días se republicaban en los álbumes de la revista Pif Paf y en los paquetes de cromos Babilonia, las aventuras tan bellamente diseñadas por Raymond entre 1934/44, exacerbando nuestro entusiasmo por ser algún día como Flash.

En los iniciales años ´50, nosotros matábamos el ocio con los cromos de ases del fútbol, las cometas, los baleros de cedro, el juego de canicas, las revistas de historietas y los seriales, proyectados entre semana junto a un paquete de dibujos animados, cortos de Chaplin, los del Gordo y el Flaco, y los seriales en episodios. En cierto sentido, constituían un gran estímulo para imaginar más allá de las posesiones y su uso real.

La televisión, oficialmente inaugurada en 1951, no se difundió masivamente hasta unos años después. De manera que las aventuras servidas por los seriales, o los westens de clase B (rematados en 60 minutos y pocos dólares), eran el plato fuerte del menú de entonces.

Recuerdo especialmente (es un decir, pues están a mano en mis anaqueles) los del joven John Wayne, Roy Rogers, Gene Autry, Buck Jones y Allan "Rocky" Lane, o Bob Steele. Los visionábamos años después de su estreno en los EEUU, cuando Wayne era ya un astro de superproducciones cercanas al Cinemascope.

La mayoría de aquellos actores de bajo caché, había hecho seriales. Y en este otro formato los disfrutábamos. Mi estrella favorita del western serial era, no obstante un trepidante enmascarado: El Zorro. Ello explica en parte el título de este Blog.

Los mayores artilugios del Zorro salían de la Republic Pictures, una productora especializada en dichas entregas. Me impresionaba el traje negro, el sombrero, las botas, en ocasiones el capote y un relumbrante y brioso caballo a tono. Salvando el Zorro de Tyrone Power (en realidad el mejor y más romántico, por calidad y presupuesto), éstos de ocasión no empuñaban la espada. Les bastaba un par de revólveres de cachas nacaradas que sabían manejar con acierto.

El mas competente Zorro de Republic era, pese a la opinión de algunos críticos señalando a Reed Hadley (1938), el stuntman Clayton Moore; quién luego destacó como Lone Ranger en la serie de TV.

Una característica de las tramas, eran las más elementales tomas de judo y los nutridos puñetazos, propinados por lo general en medio de batallas campales en las que intervenían especialistas, reemplazando disimuladamente al protagonista.

Se abordase o no el western, la sonoridad de los combates, dónde se utilizaban cajones, armarios o banquetas de madera balsa estrellándose por doquier, eran los efectos mejor logrados. En ambientes modernos, eran frecuentes las persecuciones de coches lanzados a toda carrera, despeñados a menudo desde altas rocas modeladas en cartón piedra muy convincente.

La labor de los maquetistas Laydecker, dos hermanos que reproducían en miniatura los objetos e instalaciones más creíbles, otorgó a los productos de la casa un sello inconfundible.
Estudios mayores como Universal o Columbia (dotados de su unidad B) no pudieron competir con los seriales de Republic. Tampoco con dos directores tan notables como William Witney y su ayudante John English, o el buen oficio de Breezy Reeves Eason.
Al primero se deben clásicos del género, destacando entre otros, la mentada Dick Tracy, El Capitán Maravillas (o Marvel, según el comic original) y Los Tambores de Fu Manchú.
El ritmo impreso por Witney al género lo sitúa en su cúspide, a pesar de guiones a menudo pedestres y repetitivos.

En el siguiente capítulo seguiremos comentando el tema. Con palomitas en mano y algún serial en pantalla.





















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