La segunda respuesta a Z llegó flamígera en boca de Acebes, acusando al gobierno del bochornoso affaire de Santiago de Chile. Su tolerancia hacia Chávez habría facilitado los insultos a Aznar, respondidos con templanza por Z, y frenados en seco por el Rey.
De las audacias de José Mari en Caracas, ni mú. Está bueno esto de tirar la piedra y esconder la mano señalando al de enfrente.
La dirección del PP intenta desesperadamente instrumentar en su beneficio el asunto. Ellos, que prohijan complots imaginarios sumergidos en la sombra sociata mientras desayunan con las exaltadas coplas de Jiménez y su troupe folclórica sobre la grandeza de una España mancillada por soberanistas e independentistas, insiste en guerrear su pre campaña electoral manipulando, una vez más, todo aquello que les permita esgrimir la almidonada defensa de la patria.
Ahora se volverán húsares ad hoc de Juan Carlos I; el que mandó callar al gorila rojo, como le llaman el pequeño César y sus tiroleses (por lo del eco propio, semejante al rebote acústico en las alturas del Tirol) con bata de cola.
Convengamos. De rojo, Chavez no tiene nada; pese a que juguetee cromáticamente con el tono. Su régimen dirigista no eliminó la propiedad privada de los medios de producción. Coacciona, eso sí, a aquellos que no le sirven el diezmo. Pero su idea totalitaria no parte, como en Fidel Castro, de la comunización. Los humildes orígenes del venezolano se asemejan a los de Perón. En el fondo les deslumbraban los grandes propietarios. Por eso, estos pequeño burgueses de origen campesino no se atrevieron a eliminarlos.
A lo sumo, coaccionaron o arruinaron a los menos dóciles. En cambio Castro, hijo de un gran hacendado, intentó emularle fundando otra hacienda mayor: la que abarca la isla entera del caimán. Para hacerlo, debió eliminar la propiedad privada, encarcelando opositores, o expulsando a los capitales extranjeros y su perniciosa influencia fáctica.
Son los estorbos del poder absoluto. y ellos no disponen de otra fórmula, por carácter y formación.
Las tres versiones resumen identificaciones parentales con agresores, que son mentores a la vez.
La figura rectora del padre y la presencia de madres vigorosas, fraguaron temperamentos ambiciosos y paranoicos. La circunstancia militar en Perón y Chávez, se transforma en una creación ya adulta en Castro. Jefe de un ejército guerrillero relativamente pequeño, el ex pistolero universitario lo agrandó una vez en el poder, nombrándose a sí mismo Comandante.
Pero la necesidad de controlar con mano de hierro los arsenales y la base de masas, es común al trío.
El régimen venezolano, enredado en las regalías en alza que promueve el precio del petróleo, se corrompe aceleradamente. Crea propietarios reales, alimentando a los poderosos de antes. Las limosnas previsionales que abarcan la educación y la sanidad de muchos menesterosos, son las sobras del mantel en la merienda petrolera. Los bocados más apetecibles los engullen aquellos que se benefician del sistema capitalista en su vertiente gangsteril.
Estos patriotas hacen de la Patria un ítem de giñol. Uno de taberna; desencajado y de a ratos amenazante.
La versión democrática del patriotismo cerril que trae aires del pasado, lo encontramos en el declinante Aznar y su más fiel puppeton. O sea, Acebes. Son peligrosos si llegan al poder. En el llano querulan desaforados, pero son rebatibles y hasta cierto punto entran en vereda.
De darles la llave de La Moncloa, que Dios nos ampare. Los obispos de la COPE no lo harán, desde luego.
Del subsiguiente mote que Chávez destinó a Juan Carlos invocando la bravura de los toros mihuras, poco hay que decir.
¿Quizá se siente torero, o más bien se avendría a tareas de cepillado y piensos?
En todo caso, convengamos que quién más lejos está de los bípedos es el destemplado trovador de rancheras. Su malsana afición al espectáculo y la acción pura le impiden pensar lo que dice.
Quien embiste torunamente resoplando los morros es él.
Fidel, enfermo, ya no está para apuntarle desafíos en los que fue experto durante los últimos cincuenta años.
Todo lo contrario de nuestro Acebes, sujeto a los libretos que le alcanza su jefa de Gabinete; la argentina Cayetana Álvarez de Toledo, íntima de las folclóricas.
Ellos son los nuevos haraldos de España. La plácida, que tanto añora Jaime Mayor Oreja.
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