Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

lunes, 12 de noviembre de 2007

LAS TRIBULACIONES DE UN MONARCA

Ya he dicho que soy republicano. También que simpatizo con Juan Carlos I. Ha declinado los poderes absolutos que heredó de Francisco Franco, aviniéndose a conservar los de representación, convalidados por el voto popular.


El 23 F fue coherente con los previos pasos, preservando la Ley Fundamental que consagró el Estado de derecho y la división de los tres poderes que rige, mediante el sufragio voluntario, nuestro funcionamiento democrático. Con la derrota golpista, se cerró el cierto periodo de inestabilidad latente, promovido por los nostálgicos de la dictadura en la sociedad civil y los cuerpos armados.


Hasta hace poco, la imagen Real era respetada en todos los ámbitos. En el exterior, se le atribuyó con toda razón buena parte del mérito en el desarrollo de la Transición. A esa imagen colaboró el talante personal de este hombre simpático y abierto al mundo. Su charmé tan español, le fundó una solera que esparció leyenda. Alto y apuesto, siempre elegante y con un toque campechano, este deportista y padre de familia ejemplar, era el Rey perfecto, sujeto a las atribuciones que regulan el funcionamiento de la Monarquía Constitucional.


¿Cambió él durante el último año? No. Cambiaron España y el mundo.


Los trastornos autonomistas, la remoción a izquierda y derecha de la Historia Patria y la incidencia económica de nuestro país en el concierto mundial, unidas al auge terrorista en Europa y varios puntos del planeta, tras el espantoso derribo aéreo de las torres gemelas produjeron la mutación. Nosotros padecimos uno de sus ecos en la estación de Atocha. Costó 192 muertos y 1.500 heridos.


Durante su presidencia última, José María Aznar había aceptado de mil amores el liderazgo brutal de George Bush. El concepto global de lucha antiterrorista, de dudosa implementación y efectividad bajo el liderazgo de EEUU y con Bush al frente, sedujo al Presidente.


De hecho, la política exterior española pegó un brusco giro. No sólo en Medio Oriente. Las relaciones críticas con la dictadura castrista y el apoyo al golpe de Estado en Venezuela fueron reflejos latinoamericanos de este nuevo paso.


El electorado descabalgó al PP del poder y el nuevo equipo, capitaneado por José Luís Rodríguez Zapatero, con su canciller a cargo de las relaciones exteriores, enderezaron el rumbo.
Mediante el nuevo trato mejoraron las relaciones con Cuba y Venezuela; pacíficas durante la gestión de Felipe González. La derecha mediática e involucionada reaccionó de inmediato. El eje interior se centró en el terrorismo, vinculándolo a ETA y a un complot imaginario del PSOE destinado a recuperar el poder. Su eje exterior, propinó sendos ataques a los restaurados amigos del Gobierno Z, sumándoles al boliviano Evo Morales, Néstor Kirchner y ahora, el Presidente de Ecuador, Rafael Correa.

Para los involucionados y los involucionistas del Partido Popular los terremotos autonómicos se transformaron en convergentes aliados de la destrucción de España.


El núcleo folclórico, con la aquiescencia de esta formación, se lanzó al ataque contra la supuesta permisividad Real ante el mentado caos. Los independentistas vascos y catalanes jalearon a sus bandas juveniles para humillarle, mediante la quema de efigies monárquicas.

La reacción de Juan Carlos I fue la indignación, manifiesta hacia el más peligroso descrédito; el mediático y folclorista.


Ahora, en plena Cumbre Latinoamericana y ante la innecesaria provocación del amigo de Castro y Ahdmadinejad, seguida por otras protestas de Daniel Ortega, estallaron sus nervios, crispados desde tiempo atrás.

La época en la que nuestro monarca era venerado puertas adentro y paisajes afuera (los latinoamericanos son muy apreciados por él), era cosa del pasado.

El clamor popular en Ceuta y Melilla ante su visita, acompañado por Doña Sofía, apenas restauraron la alegría de antaño.


La tensión de hoy, mezclada con cierta fatiga propia de la edad se advierten claramente en una sonrisa a media asta y cierto dejo de amargura. Detesta a Chávez y se le nota. Pero tal como acaba de señalar Margarita Saez Diez en el curso de una tertulia televisiva, días atrás y durante un desafortunado periplo venezolano, Aznar se despachó a gusto criticando a Chávez.


El otro se desquitó sin que le faltaran razones. Pensemos cómo hubiéramos reaccionado si él o algún otro personaje de tal magnitud del extrarradio, hubiera procedido igual, machacando a Z o el Gobierno en nuestras propias narices.


Siguiendo la ruta que le condujo a ser el líder menos valorado en las encuestas, Mariano Rajoy apoyó de mala gana la intervención moderada de Z en la Cumbre; guardándose muy bien de censurar las provocaciones de Aznar en Caracas. Este tipo de collonades, propias de una mentalidad imperialista (el aznariano afecto por Bush es una consecuencia, no una causa del factor), son las que hacen peligrar las inversiones españolas en el exterior; en especial las del área citada.


No voy a defender a Chávez. Por la hoja de ruta que despliega -semajante a la de Juan Perón, entre 1946/48-, será dictador al completo aunque preserve formalmente la fórmula de Montesquieu en el país. Pero su intervención contra un ex Presidente que debió guardar el decoro en tierra extraña, encontró la víctima propiciatoria en el tonto útil, e indefendible fuera de esa Cumbre.


Las consecuencias, una vez más, las paga Juan Carlos I; junto a nuestro prestigio en el exterior. Sus tribulaciones, hoy por hoy, no dejan de ser en el fondo las nuestras






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