En "El País" de hoy su ex director, el economista Joaquin Estefanía, dedica al desaparecido escritor, militante nacionalista y héroe de la izquierda argentina Rodolfo Walsh, un encendido panegírico, a raíz de la edición española de "Operación Masacre", su libro más famoso.
Dirigente montonero en plena disidencia con los jefazos de entonces (la mayoría exiliados), Walsh alcanzó a escribir un certero bando sobre la dictadura militar genocida, que llegó a publicar entonces el matutino en lengua inglesa "Buenos Aires Herald". Casi enseguida fue ultimado -no sin batirse a tiros con valor- por un comando represor, en el que figuraba el siniestro marino Alfredo Astiz.
Los elogios de Estefanía a Walsh no mencionan que, además de denunciar el fusilamiento de civiles en un basural bonaerense por efectivos policiales que respondían al dictador Pedro Eugenio Aramburu en 1956 mediante su mejor trabajo de investigación, el escritor ofició como matarife en jefe de Montoneros, planificando los respectivos asesinatos de Augusto Timoteo Vandor y José Alonso, encumbrados burócratas del sindicalismo peronista.
La previa trayectoria de Walsh, hijo de peones de campo irlandeses y educado por curas, señalaba un temprano nacionalismo; para el caso de derechas. Su paso por la tristemente recordada Alianza Libertadora Nacionalista (grupo armado cazador de comunistas que prohijaba desde el Gobierno el primer peronismo) no le impidió evolucionar hacia las márgenes izquierdas del río, mientras se afincaba en el periodismo.
La brutal represión que anticiparon los salvajes bombardeos rebeldes de Plaza de Mayo sobre la inerme población civil en junio de 1955, y el posterior derrocamiento de Perón, se prolongó desde una nueva dictadura, encabezada por el Ejército y la Marina de Guerra, con anuencia de los viejos enemigos políticos, vencedores de un peronismo proscrito desde entonces.
El año siguiente el conato de sublevación que encabezó el General peronista Juan José Valle fue abortado a sangre y fuego. Por vez primera en el País se fusiló a oficiales del Ejército (Valle entre ellos), extendiéndose la represión a políticos y sindicalistas.
Walsh fue quien con el tiempo denunció uno de los episodios más oscuros de la época. Luego su trayectoria le uniría tempranamente a la Revolución Cubana y su agencia de noticias Prensa Latina, por él creada junto a Ricardo Massetti y otro ex aliancista a quien leí en mi juventud y hace cuatro años tuve la desgracia de conocer: el oscuro y envejecido Rogelio García Lupo.
La conversión declarada al peronismo rebelde por parte de Walsh (antes pertenecía al menos romántico) se produjo a finales de los años ´60, cuando El Cordobazo y otras puebladas sacudían el poder de nuevos dictadores militares, tras breves interregnos civiles.
La concupiscencia de los burócratas sindicales con el abstruso admirador de Franco, General Onganía, generó nuevas corrientes y divisiones en la clase obrera, influyendo a la juventud nacionalista, pronto convertida al peronismo más combativo.
La eclosión de Montoneros tras el secuestro y asesinato del ex dictador Aramburu permitió a Walsh -formado como cuadro de Inteligencia durante incesantes viajes a La Habana- encarar la jefatura operativa del grupo.
Al mismo se deben crímenes tan bien planeados como los ya citados, y otros, perpetrados contra jefes sindicales de menor rango (Rogelio Coria, Dirk Kloosterman, y otros tantos gremialistas elegidos, mal que pese, por sus bases fabriles).
La creación del diario "Noticias"-órgano Montonero- tuvo en Walsh su mentor. Previamente lo había hecho con el semanario "CGT de los Argentinos", en respaldo del gremialista socialcristiano Raimundo Ongaro, a la vez que señalaba a Vandor como verdadero ejecutor del metalúrgico de Avellaneda Rosendo García (caído durante cierta reyerta sindical en un bar bonaerense) mediante otra labor de investigación ("¿Quién mató a Rosendo?")
Tras el breve ejercicio de Héctor Cámpora y el retorno pleno de Perón al poder llegó el "ajusticiamiento" de José Rucci (al que en modo alguno pudo ser ajeno Walsh), mientras el mayordomo del anciano Líder redoblaba sus ataques -también armados (e inducidos por el patrón)- contra la izquierda en todas sus variantes.
La colisión final entre Juan Perón y su ala juvenil montonera -a la que alentaba en sus cargas asesinas desde el exilio en Puerta de Hierro-, no tardó en producirse.
La tristemente famosa masacre de Ezeiza, implementada por el oficial de Inteligencia Manuel Jorge Osinde (destacado esbirro anticomunista durante el periodo 1946/55) en pleno retorno aéreo de su jefe, era un claro y masivo anticipo de una guerra declarada entre la derecha fascista (bien vista por los entonces silenciosos militares) y la izquierda guerrillera.
Walsh, al igual que Juan Gelman, Horacio Verbitsky y Miguel Bonasso (director de "Noticias"), intervino activamente en la carnicería. Sin embargo, una vez muerto el egocéntrico anciano, expulsado López Rega por los sindicatos y derrocada por las FFAA su calamitosa viuda, el periodista y cuadro de Inteligencia acentuó su disidencia con la miserable cúpula montonera; partidaria de una insensata táctica de acoso y derribo del debilitado Gobierno Constitucional, en la creencia de que "el Pueblo" se rebelaría contra los autores del previsible golpe militar.
Por si las moscas, la cúpula de la organización había partido a tierras lejanas (México, Cuba o Francia) impartiendo instrucciones operativas a los "militantes de base"; debilitados y en la práctica inermes ante el arrollador bulldozer represor, movilizado por Videla, Massera y sus secuaces.
Los planes económicos de choque requerían el terror masivo y miles de secuestros y asesinatos. Por ello, la nueva incursión de los cuerpos armados devino auténtica pesadilla. La descomposición de la sociedad argentina y la ferocidad militar administrando masacres de Estado inauguraron una etapa luctuosa y siniestra; equiparable a los peores despotismos del siglo XX.
Prácticamente aislado, con una hija muerta por los crueles amos del país, y lleno de amargura, Walsh -que desestimaba huir del infierno- sobrevivió pocos meses a las incesantes encerronas de los victimarios y sus chivatos.
Su mensaje final (obtenible en Internet), en el que vinculaba la sangrienta represión militar al draconiano plan antiobrero de José Alfredo Martínez de Hoz, retrata el coraje y la lucidez de un hombre honesto, y tan comprometido con su tiempo como el director del "Herald", periodista de Ley que debió abandonar el país bajo protección de la embajada norteamericana, tras publicar la denuncia del colega.
Su conmovida mención de la penuria obrera en la triste etapa, soslayaba su especial contribución a la pesadilla, asesinando dirigentes obreros de una clase a menudo idealizada, y que en los hechos daba la espalda a la lucha armada de los que con arrogancia proverbial actuaban en su nombre.
A pesar de los errores y horrores que vivió o promovió- entre ellos el tan común de fustigar a los enemigos de Perón, licenciando la naturaleza dictatorial de su régimen inicial- este póstumo matiz lúcido de Rodolfo Walsh nos lleva a respetarle; a diferencia de los que ayer y hoy siguen amparando en la soberbia y el pasapalabra una rocambolesca conversión democrática.
En el dudoso homenaje que le brinda en la fecha el ex militante de izquierdas y compatriota Joaquín Estefanía, -estrafalario al calificar de nazi a una autotitulada Revolución Libertadora, dictadura seudoliberal cívico militar que he criticado en mis libros sobre Perón; pero que con toda su negatividad dista de ser comparable a la última intervención militar- impera la voluntad de mitificarlo, omitiendo aquello que justamente humaniza a Walsh.
Esto es, la superación del equívoco entre el deseo de justicia y los medios que fatalmente conducen a su opuesto.
Nacido en un país de escasa tradición democrática, Walsh cayó empuñando un calibre 22, creyendo en el "socialismo nacional" y la Revolución Cubana. Años antes, los vietnamitas habían derrotado al Ejército invasor más poderoso de la tierra, mientras tronaban otros combates emancipadores, confundiendo muchas cabezas.
Me atrevo a presumir que quizá, de haber sobrevivido, su conducta autocrítica -movilizada por la pasión de investigar a fondo ciertas realidades-, se hubiese manifestado en una forma u otra.
El periplo trazado por este escritor y hombre de acción desde la derecha cerril, (violenta y amparada desde el poder), hasta la izquierda (también cerril y violenta, aunque instrumentada desde el llano), retrata tradiciones que su generación argamasó durante casi medio siglo en América Latina; tierra de caudillos carismáticos, militares autoritarios, oligarcas voraces, y poblaciones hambreadas, a menudo insumisas.
Nuestro objeto de reseña dejó un ejemplo final. El de la buena letra y la investigación de tramas criminales le suman tantos; aunque también se los resten numerosos delitos y faltas; muchas de ellas atroces al segar vidas humanas.
Su "Operación Masacre", "El caso Satanovsky" (otra denuncia sobre un crimen político, tributario de tramas económicas delictivas) o "¿Quién mató a Rosendo?" son obras meritorias.
Por contra, el espeso silencio del periodista y escritor ante las lacras del régimen peronista y su sino mafioso, o el castrismo que ayudó a consolidar desde el oficio, nos revelan adhesión a formas de gobierno enemistadas con la democracia, y en el fondo asociadas con el enemigo que se proclama combatir.
No evaluar de cualquier personaje público lo malo y lo bueno en su justa medida, desdibuja lo que del mismo cuente para la Historia.
El rigor de una crónica se estima por lo que tiene de veraz. Y el señor Estefanía (entre otros mixtificadores pobremente documentados) es de los que volvió a orinar fuera del tiesto.
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