Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

domingo, 19 de octubre de 2008

LA CALLE FLORIDA.1936



Vuelvo al irresistible Coppola y su añeja visión del centro capitalino. Esta vez cuelgo en mi espacio la estrecha calle Florida, desde hace años vía peatonal.

En el ´36 el esplendor de Florida superaba en distinción la calle Corrientes, de vía ancha. La pulcritud del paseo hacía juego con una impecable iluminación, propia y del neón destellando comercios muy concurridos. "Tonsa" (en segundo plano luminoso) era una zapatería tan prestigiosa como "Lutz Ferrando", la óptica representada por las gafas del primer plano. Más al fondo se anuncian pianos y las legendarias "victrolas" , presidiendo una columna destellante en la que figuran radios, música, pianos y discos.

No obstante, el cartel más ostentoso responde al espectáculo; presente en el neón de "La tía de Carlos", célebre pieza teatral y soterrada apología del travestismo, basada en un libro de Brandon Thomas (luego llevada al cine por Leopoldo Torres Ríos).

El deambular entretenido por Florida los fines de semana forzaba la elegancia de los viandantes. De lunes a viernes se imponían los trajes y vestidos algo más liberales de los empleados y funcionarios de oficinas y bancos, sin descuidar el tradicional sombrero de ala corta o los tocados femeninos haciendo juego con las prendas respectivas.

La coqueta arteria, con sus lujosos escaparates, untuosas salas de Té y el exclusivo templo del "Jockey Club", cenáculo de la hig porteña y la oligarquía criolla, era el orgullo del casco céntrico.

En la Florida del General Justo y el Fraude Patriótico, convergían al igual que hoy la Diagonal Roque Sáenz Peña, la castiza (y hoy tan desdibujada) Avenida de Mayo, las calles Lavalle, Corrientes, Córdoba, y la Avenida Santa Fe; junto con la del Libertador, la más representativa de las clases altas de la época.

Símil más o menos patibulario de la degradación urbana que afecta Corrientes, la Florida actual refeja palmariamente otra historia triste.

Su estrechez peatonal del presente espesa aún más el aire de soho que se respira. Aquí, los niños (por lo general inmigrantes del Este) tocan el acordeón sentados en un banquito, mientras las ofertas de cambio de divisas compiten con las de chaquetones de piel, el tarot y la adivinación.

Esta pobreza cotidiana y su cierta picaresca, se perciben con mayor desgarro en muchas madres que mendigan reclinadas en cualquier pared, asiendo un bebé en los brazos, mientras el pequeño más crecido te alarga la pequeña mano buscando unos céntimos. Les pertenezcan o no, manifiestan el claro desastre familiar y una niñez sin derechos.

La relativa vecindad de este conmovedor friso con la Casa Rosada y los ministerios, desnuda un contraste que se reitera en otros países menos desarrollados de América Latina.

En realidad, el pavoroso empobrecimiento de aquéllo que la cámara de Coppola captó 72 años atrás responde a múltiples causas. Las resume en sus efectos el retroceso social y económico del país en la esfera planetaria a partir de los años ´50 (sobre todo, tras caer Perón); aunque peculiares razones expliquen el concreto deterioro de la Capital Federal y su epicentro: abrumador en las dos últimas décadas.

Con la miseria acumulada en tiempos de dejación gubernamental y crecimiento demográfico, muchas familias criollas de las pauperizadas provincias de Buenos Aires y el interior del país migraron a la Capital, mientras la flor y nata de la burguesía -blanca y de ancestros europeos- se replegaba a los resguardados countries, afincándose algunos sectores en la tradicional Zona Norte en espacio compartido con restos de la clase media sobrevivida de las crisis.

La presente distribución de nuevos territorios corresponde a la extrema polarización de las clases, y el brutal crecimiento de la delincuencia y la inseguridad, conectado al floreciente negocio de los secuestros, la prostitución y el tráfico y consumo de drogas.

En las callecitas de Buenos Aires que glosa el tango de Piazzola y supo mimar el ojo de Coppola, el país de entonces se reveló apenas en ciertas instantáneas, reflejando la marginalidad de los durísimos años ´30. Ellas bastan para marcar la distancia que media entre la sensibilidad social del fotógrafo y Jorge Luís Borges.

Empero, los reductos delictivos del abierto bandolerismo y la baja calidad de vida de obreros y empleados estaban en la llamada Década Infame bajo el control oficial del Ejército y la policía brava.

La existencia de una clase media bien educada integrada por oficinistas, empleados y funcionarios estatales -aunque modesta en sus estratos más bajos- garantizaba además el valor agregado de un cierto equilibrio social que amplió decisivamente el peronismo en 1945.

Al multiplicarse la penuria popular y la sucesión de imponentes dramas que desquician la Historia Argentina de los últimos cincuenta años, el descreimiento y el individualismo salvaje ganaron fuerza como una nueva peste disgregadora del corpus social. A esos males se agregaron los de muchos inmigrantes de países vecinos huyendo del hambre a cualquier costo, junto a los avispados mafiosos de los países del Este.

Sobre el efecto devastador que provocan en la sociedad enferma los políticos y sindicalistas corruptos de esta democracia tullida, a todas luces insuficiente y sin elites competentes a la vista, ya opiné en otros post.

¿Quién mejor que un gran artista para entender que aquélla orgullosa Capital blanca de estilo europeo captada con tanto arte y sentido de la belleza por el ojo humano, entró a formar parte, allá lejos y hace tiempo, de un país del nunca jamás..?



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