Barack Obama, senador por el Estado de Illinois y candidato presidencial por el Partido Demócrata.
Las encuestas de ayer sitúan la ventaja de Barack Obama sobre McCain en cuatro modestos puntos.
Probablemente, en Occidente el respaldo popular (y no tanto) al senador afro americano supere en muchos puntos más el anhelo de rectificar los errores de la última década, de cara a las futuras relaciones políticas y económicas entre los EEUU y el resto del planeta.
Ayer, la modesta y digna directora de un instituto secundario comarcal me pronosticaba una debacle mundial en el caso de triunfar el casposo y atortugado héroe de una guerra injusta. Mc Cain no será Bush, pero se le parece hasta en el estilo facilón de Sarah Palin, la cutre compañera de fórmula.
La alarma de esta docente representa la que aqueja a muchos españoles, europeos y latinoamericanos.
De contar sus votos (junto al nuestro), Barack ganaría por goleada.
Así, tras largos años de otorgar al color blanco el bien de la esperanza, la fuerza del progreso, unida a una crisis económica de campanillas y el aura luminosa que acompaña el irresistible ascenso de un político prometedor, mudamos tonos.
No es que el tradicional racismo (abierto o soterrado) que acompañó nuestros mundanos privilegios haya desaparecido. ¡Qué va!
Es el temor mismo a desaparecer lo que a nuestros ojos abrillanta el súbito color de esta esperanza...
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