Me refiero a nuestro estimado Baltasar Garzón; un magistrado que profundiza la joven Democracia Española proyectándola hacia el mundo.
En otros artículos de este blog sostuve que la Democracia es un régimen que, partiendo de la libertad del ciudadano y la división de los tres poderes que la acreditan y resguardan, nunca termina de realizarse.
Este magistrado, respetado en Occidente por todos los que defendemos el Estado de derecho y el imperio de la Ley, ha dado un nuevo paso al frente en la plena vigencia de la Memoria Histórica.
Gracias a él, Augusto Pinochet y algunos asesinos del Proceso austral no se salieron con la suya. Tampoco duermen tranquilos los que no respetan la vida desde una banda criminal de fachada patriótica, o los de otra banda internacional, igualmente sanguinaria que segó la vida de doscientos españoles y mutiló a muchos otros.
Ahora le toca el turno a los fascistas que avanzaron a sangre y fuego contra la legalidad republicana desde junio de 1936, imponiéndola a todos los ciudadanos durante el tenebroso y largo mandato perpetrado por el franquismo y sus asesinos seriales.
Garzón no se corta a la hora de instruír nuevos procedimientos contra este viejo régimen y sus matarifes. El que la mayoría críe malvas jusnto al jefe, no es obstáculo para que la ética funcione, desgarrando el oscuro velo del pasado fascista.
Secundados por oscurantistas de todo pelaje, los guarros de [casi] toda la vida alzan sus voces y plumas contra la estricta Memoria, en nombre de la Transición Democrática; cómo si ella no fuera el producto de un mero impasse favorecido por las circunstancias, más que por un sentimiento colectivo de estricta justicia.
Una de las alforjas que no sirven para este viaje es la vieja amnistía que los representantes del viejo régimen pactaron con la nueva elite democratizante. En su momento evitó quizá otra guerra civil. Hoy debemos superarla sin temores ni prejuicios. Las nuevas generaciones y la correcta educación de nuestros niños y jóvenes lo hacen posible, y por demás necesario, en lo que atiene a nuestra higiene cívica.
Es por ello que, a treinta años del forzoso pacto y una vez consolidado el Estado democrático, no veo por qué razón deba mantenerse el silencio sobre las víctimas de un oprobioso régimen militar-clerical, ya difunto.
Si [presuntamente] todos los españoles estamos de acuerdo en defender la democracia, cabe profundizarla sin prejuicios hasta el fondo de las tumbas anónimas y los crímenes tramposamente olvidados, que hoy se lanza a destapar, con el valor y la audacia de siempre, el juez Garzón.
Recordamos una vez más que, si los beneficiarios de la larga noche que nos envolvió, rescataron a voluntad y en público los restos de los deudos, impidiendo igual procedimiento a los familiares de los muertos por Franco, la Falange o sus amigos de la Legión Cóndor, Gestapo y la Ovra -operantes en España hasta bien entrada la Segunda Guerra Mundial- es de estricto sensum que hoy toque hacerlo a los hijos o nietos de los combatientes republicanos.
La sola existencia de un juez como Baltasar Garzón desvela en tal sentido, el vigoroso imperativo ciudadano.
A él nos sumamos sin que nos tiemble el pulso ni se nos tuerzan los renglones.
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