En otros artículos comenté los sabrosos menús de los miércoles tarde en el "Cervantes" de Quilmes; bases de mi cultura cinematográfica y parte de la vocación narrativa acreditada luego.
El combo infantil mezclaba los shorts de Chaplin, Laurel y Hardy o Los tres chiflados con La pequeña Lulú (de los Estudios Paramount), El super ratón (de Terrytoons), los de Disney y algún sorpresivo film "B" con vaqueros, o policías y ladrones, agregando el plato fuerte de dos capítulos del serial en episodios.
Creo que en 1952 visioné por vez primera "King of the Rocket Men"(El rey de los hombres cohete) durante seis miércoles seguidos.
El impacto entre nosotros, los chavales de la época, fue absoluto. Representaba el deseo inconsciente de emular a Icaro en doce emocionantes episodios.
La vestimenta del hombre cohete y sus fantásticos vuelos surcando el espacio saciaban nuestra sed de fantasía; factor que reflejaron los carnavales del siguiente calendario, mediante pequeños hombres cohete de ropajes fabricados en casa, a base de cartulina platinada, adherida a cazadoras de cuero en desuso.
El argumento que la Republic Pictures ofrecía no era novedoso. En un escenario de persecuciones automovilísticas de cámara acelerada, micrófonos ocultos, explosiones y despeñamientos e imágenes de TV, el héroe volvía a proyectar la doble personalidad que la máscara (para el caso, una escafandra ovalada) encubre en el científico Jeff King (encarnado por Tristam Coffin).
Su enemigo en la sombra reitera otro desdoblamiento de un colega, transformado en el misterioso Vulcano, ansioso de capturar armas secretas de la sociedad científica a la que King y él mismo pertenecen.
El cast de primera fila se completaba con la devaluada Mae Clarke; rutilante actriz de la Warner Bros en los iniciales años ´30. Por entonces, no sabíamos que en 1931 James Cagney había aplastado un pomelo antológico en su bello rostro durante la célebre secuencia de "Public Enemy"(El enemigo público número uno), ni que Mae había compartido previos inicios en el espectáculo ganándose el pan como bailarina junto a su colega de fatigas, Barbara Stanwyck (con quien compartían piso) en un club de lesbianas.
Ya cuarentona, a una desangelada Mae le tocaba el rol insustancial de estar en peligro durante el metraje, con apenas bocadillos. En la mayoría de los seriales tal era el sino de las hembras; sumisas y raramente intrépidas ante el galán de turno. Curiosamente, el traje sastre gris y el corte de pelo la asimilaban al look de la Stanwyck en esta época; aunque las diferencias entre la madurez adecuada y el talento de una y otra eran patentes. Sin juventud, la Clarke extraviaba el encanto, mientras Barbara imponía sus edades en la pantalla.
Creo que lo mejor de este serial de flojo guión, radica en los vuelos del personaje -mérito de los hermanos Lydecker- y el salto inicial o los aterrizajes del fabuloso stuntman Dave Sharpe; muy creíble en las trepidantes escenas de acción a puño limpio y caida libre, junto a los infaltables Dale Van Sieckel y Tom Steele.
Con la materia viva de Sharpe, los Lydecker habían orquestado los mismos efectos especiales para "Captain Marvel" (El Capitán Maravillas) en 1941. Ocho años después lo reiteraban puntualmente para el último gran serial en episodios de la compañía, impreso en 22 días de un mes de abril, al coste de 165.000 dólares de la época.
Con la naciente TV en pleno desarrollo, la Republic y sus seriales tenían los días contados. De ahí que -contrariamente a lo realizado en los casos de Captain Marvel y Spy Smasher-, en vez de negociar con la Fawcett Comics los derechos de Bulletman (El hombre bala), procediesen a copiar alegremente la idea, adoptando parte de la escafandra y sus vuelos de papel, inspirados por los ejemplares de la popular Whiz Comics.
Quién probablemente haya sacado más partido del serial (sin mencionar otros dos productos del sello en los que se utiliza el atrezo del hombre cohete cambiándole el nombre en cada ocasión), fuese Tristam Coffin. No quizá en materia estelar; sí en los repartos de varios filmes de los años ´50 y muchísimas series de la TV. Entre ellas, recordamos su protagonismo en "26 hombres", western sobre los Rangers de Texas. Apuesto e inexpresivo en su juventud, el cano Tristam acreditó mayor solemnidad artística en la madurez, a base de plantarse ante una cámara.
Hoy, el recientemente imitado hombre cohete, cuyo único superpoder era volar mediante sus propulsores, reposa en formato VHS en mis anaqueles. Sirviéndome para recordar emociones pasadas pataleando el piso de la sala de cine, y vivando al unísono la aparición del héroe volador con los niños de entonces, cuando los títulos del auténtico postre que sucedía al bocata (preparado en casa por mamá), encendían la más pura ilusión de volar impartiendo justicia en la tierra.
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