Según
están las cosas, la extrema derecha española, única existente, empleará
todos los medios materiales posibles, incluida la violencia física, complementaria de la económica y de coacción policial que se ejerce, para
mantener su égida económica y política sobre el Estado. Así lo acreditó
el capítulo final provocador de la gigantesca Marcha de la Dignidad. El
PSOE y la izquierda parlamentaria, enfrascados en la ruta electoral, no
servirán a la causa popular, más que
para marear la perdiz. El significativo graznido del cuervo Rouco
Varela, apunta el peligro que suponen las movilizaciones y un mayor
grado de autoorganización política, intolerable para el sistema. Su
recuerdo chantajista de la Guerra Civil, esgrimido como disuasiva
amenaza, responde a la decisión de blindar una nueva inequidad social,
semejante a la que intentó quebrar el gobierno del Frente Popular en
1936.
El alzamiento militar fascista salió entonces al cruce de aquel gobierno, débil frente la enorme presión de masas obreras y campesinas.
Hoy, los opresores cuentan con un arsenal material e ideológico superior, respaldado por el IV Reich y los ricos europeos, entre los que se cuentan los propios.
La vieja historia de la lucha de clases vuelve con sus peores pronósticos. Pocos ricos controlando instituciones corrompidas, y demasiados pobres, sin organización política para enfrentar la renovada embestida de los que sólo se interesan por sí mismos, no auguran otras fórmulas que dos.
O bien la miseria y la represión ganan la trágica partida, o sus causantes la pierden. En uno u otro caso habrá violencia y rupturas. No sólo en España, desde luego. Esta dictadura parlamentaria, operante bajo patrocinio alemán, es un calco de otras que suman leños a la hoguera de la actual devastación global que afecta a Europa. Su duración proyecta un panorama masivo de degradación, tolerable hasta que lo decida el destino. Pero en cualquier caso, y antes de que las ruinas proyecten su fúnebre humareda, la respuesta llegará. Y no discurrirá todo lo pacífica que desean quienes la están provocando.
El alzamiento militar fascista salió entonces al cruce de aquel gobierno, débil frente la enorme presión de masas obreras y campesinas.
Hoy, los opresores cuentan con un arsenal material e ideológico superior, respaldado por el IV Reich y los ricos europeos, entre los que se cuentan los propios.
La vieja historia de la lucha de clases vuelve con sus peores pronósticos. Pocos ricos controlando instituciones corrompidas, y demasiados pobres, sin organización política para enfrentar la renovada embestida de los que sólo se interesan por sí mismos, no auguran otras fórmulas que dos.
O bien la miseria y la represión ganan la trágica partida, o sus causantes la pierden. En uno u otro caso habrá violencia y rupturas. No sólo en España, desde luego. Esta dictadura parlamentaria, operante bajo patrocinio alemán, es un calco de otras que suman leños a la hoguera de la actual devastación global que afecta a Europa. Su duración proyecta un panorama masivo de degradación, tolerable hasta que lo decida el destino. Pero en cualquier caso, y antes de que las ruinas proyecten su fúnebre humareda, la respuesta llegará. Y no discurrirá todo lo pacífica que desean quienes la están provocando.
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