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martes, 15 de abril de 2014

REACCIÓN O DEVASTACIÓN



Cuando las cifras más terribles reflejan la realidad de esta España atroz, el grado de responsabilidad de gran parte de su sociedad queda seriamente comprometido con la misma. Ya no cabe insistir en lo malvados y corruptos que son quienes gobiernan, si no en los que aceptan, por activa o pasiva, el presente destrozo social, político y económico, que tanto dolor y muertes causa. 
Esta penosa escena, en la que imperan el miedo y la miseria, material y moral, entre opresores asesinos y víctimas que van sumando índices de pobreza e indefensión espeluznantes, delata la ausencia de una élite capaz de enfrentar el desafío de terminar con el creciente oprobio, para edificar otra sociedad partiendo de cero, retomando valores enterrados con la derrota republicana en la Guerra Civil.
La sociedad española ha vivido la frágil prosperidad de una democracia devaluada, incursa además en una dependencia carente de industria y cultura de calidad. A lo largo y ancho de 37 años, se ha edificado un modelo pasible de ser derrumbado como un castillo de naipes, ante el vendaval de esta crisis europea y mundial. 
La base de un consumo desarrollado con soporte financiero exterior, y la concentración de la riqueza en pocas manos, pudo realizarse merced a la desmemoria histórica forzosa, digerida en medio de ciertas concesiones públicas en las áreas de sanidad, educación y la remisión del tradicional paro local. La oligarquización política devino fruto del aletargamiento de la sociedad civil y, también por efecto del tradicional aislamiento comunitario, sobre todo en regiones como Catalunya y el País Vasco, con lenguas y tradiciones diferenciadas del resto. La incapacidad histórica de centralizar el país al modo francés por medio del desarrollo económico sólido, ya apuntada por Marx en el siglo XIX, coadyuvó en la tarea de fragmentar fuerzas sociales desde el proyecto transicional que sucedió al franquismo, autorizando a su vez, el control de las burguesías conservadoras locales, tan corruptas y logreras como las restantes del mapa. 
Era un reparto de tareas en las que intervinieron activamente los dos grandes partidos nacionales. 
Hoy, todo el modelo, desde la monarquía hasta los espacios autonómicos -en especial el catalán-, viven una crisis de extraordinarias dimensiones. El cepo europeo y las exigencias de su mayor potencia acreedora, resueltamente imperial, tornan mayor el caos y su consiguiente desembocadura. 
Reemplazar esta élite fallida, que se extiende al sur continental, llevará un largo período que conspira contra los ciudadanos españoles, griegos, portugueses, irlandeses e italianos. 
En uno de de sus lúcidos artículos más recientes, Rafael Poch de Feliú (corresponsal en Berlín de "La Vanguardia" y autor de "El Cuarto Reich") sostenía la necesidad de deconstruír esta Europa injusta para construír otra, de la equidad social. Pero creo, nada será posible si en cada uno de estos territorios no se imponen primero aquellas pautas morales, sociales, económicas y políticas adecuadas. 
El proyecto de la extrema derecha fascista en seis países comunitarios, es realizarlo en forma abstrusa, potenciando valores xenófobos e inequitativos. Representa otra carta que se juega un ala del capital financiero global, protegiendo al sistema en su conjunto.
El que debe imperar enfrentándolos, será inclusivo y redistributivo, para culminar en la consecución de la Europa Social; o de lo contrario continuaremos volviendo a la barbarie. 
De ella, a no engañarse, vivimos sus primeros tramos, ganando nuevos y más devastadores a gran velocidad. De no reaccionar con premura, llegaremos a su punto exacto de hervor, transformando el sur continental en países de pocas gentes pudientes y muchas chabolas, donde se trabaje bajo sujeción esclavista por la comida y el techo de lata. Más o menos eso pasa.
No exagero. Las cifras y datos actuales de organismos nacionales e internacionales, son demasiado elocuentes para acusarme de "demagogia y catastrofismo". Ójala fuera así...

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