Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

viernes, 29 de febrero de 2008

ARRIBA Y ABAJO

Le ordeno a la computadora móvil de mi máquina radial que en ruta me conecte al 102.0. Seguidamente, asoma la voz de Jiménez Losantos, la criatura goyesca que el destino y el Dios de los obispos deparan al dial.

Le oigo junto a sus contertulios unos minutos y cambio de emisora. Cada vez les soporto menos. Ya bastantes desgracias cosecha la vida para cargar con el jefe y su partida. Su mensaje, matizado por laderos complacientes, me exige el aire puro de Beethoven o Liszt desde el CD.

El sujeto es un demócrata en el límite de lo aceptable. Sus soflamas piden guerra. Una no declarada, pero en ciernes. Su ajustado metro y medio me recuerda a la vecina del piso de arriba. Son idénticos en centrimetraje y mala baba. Ella, pésima madre de dos okupas entregada al frenesí sexual, taconea con sus zapatos de aguja sobre su piso, que es mi malhadado techo de propiedad horizontal, para demostrarme que es alguien.

En vano intenté persuadirla civilizadamente para que me considere su vecino de escalera, sin resultado. Argumenta que está en su casa, y en ella hace lo que le apetece; argumento válido si viviese en una torre o insonorizase el piso que alquila. Pero los demás le interesan un pimiento. Es más, creo que nos odia desde siempre.

Por más qué jodas no crecerás!"-vocifero entre maldiciones ante lo que en horas de reposo quiebra mi sueño.

El as de la COPE y aledaños hace exactamente lo mismo, administrando frases que a menudo son ofensas de blanco invariable, entre ejemplares nacionalistas o de la izquierda. Él también las dispone cómo taconazos de aguja dirigidos a la audiencia. Millones lo celebran.

La mala leche es de dominio universal.

Echarle la culpa a los presuntos culpables encausados sin derecho alguno por este provocador de taberna, alivia otras tensiones. Las del patrimonio estrecho o la vejez son el heno de su aguarrás. Él se limita a encender cerillas y echarlas desde el micrófono. Es su forma de crear opinión.

Gracias a los estimables servicios, el público de este paranoico compulsivo agria la mala leche un poco más, redondeando así, la requerida opinión. Sus contertulios o articulistas de Libertad Digital y la colateral televisiva, existen en función del ritmo que él mande bailar. De no mandonearlos el sujeto, este coro de cacatúas se diluiría en la noche de los tiempos.

De vez en cuando, algún tierno rifirrafe con el ininteligible Ramírez, dueño de mensajes reaccionarios, amaga polémica, y ahí se queda. En su periódico la información torticera se confunde con reportajes en los que se inquire con gran desvergüenza sobre la vida sexual del entrevistado. Sino, que lo diga María Teresa Fernández de la Vega. La Vice fue atinada respondiendo a la intromisión en su lecho. Yo hubiese enviado a paseo a quien se mete donde no debe.

Convengamos en que sus sabuesos no se ocultan en armarios para grabarlos o filmarles ilegalmente la intimidad. A tal efecto, reconozco que al director de El Mundo no le gusta hacer la faena que le hicieron una vez. Por ello es estricto, aunque no deja de ser grosero. En otros temas es sibilino y fantasioso, montando por ejemplo, conspiraciones imaginarias más propias de la paranoia que de un periodista centrado.

En cambio, Jiménez Losantos, que aplaude esto último, desestima tocar intimidades. Quizá por que la vida sexual de las víctimas que a diario escoge le interesa bastante menos que su yugular.

Durante todo el espacio oral, escrito o manifestado en vivo y directo, las soflamas de la estrella de los conferencistas episcopales y la extrema derecha española imitan el salto final del tigre ante la víctima de turno.

Del instinto selvático ni se salvan los comentarios del corazón que sus sirvientas y folclóricas con bata de cola (entre ellas la ex progre Alaska, vieja y vencida) parlotean sobre la hora de cierre. Él está para reconducir cualquier chisme o chascarrillo de la farándula y la jet, hasta su obsesión política.

Ni qué decir de la incompetencia sus cómicos del Grupo Risa; fácilmente confundibles con la algarabía de los desdibujados tertulianos.

Carente del sentido del amor, el Pequeño César ensaya un humor de chanza fácil, vitriólico y agraviante. Algunas de sus víctimas le ganaron pleitos, mientras los juicios y comparecencias en los tribunales se acumulan verso a verso en su agenda.

En apariencia, este leninista -arrepentido de la vieja ideología, no de su impulso totalitario-, promueve el triunfo del PP. Pero a un mercenario que emplea estos métodos catequizantes basados en el denuesto nihilista, no hay que pedirle incoherencia; de manera que si en marzo y como es previsible todo se fuera al carajo, la venenosa miniatura seguirá impertérrito, lanzando soflamas y cosechando odios que cada vez con mayor asiduidad le conducen al banquillo.
Confieso que durante un tiempo, de seis a siete u ocho de la mañana le escuché. Heredaba un interesante y polémico espacio que dejó vacante Antonio Herrero, y el otro Herrero blandengue llevó a mínimos. En cambio él, a poco de andar lo convirtió en una popular tribuna del descrédito ajeno.

Tuvo y aún retiene, esa clase de éxito que de la noche a la mañana puede convertirse en polvo de estrellas.
Antes, debí matizar su discurso envenenado con varios cambios de dial. Ahora no aguanto ni eso. Además, el libreto me lo sé de memoria. Es el de siempre y va a peor.

En realidad la fórmula del personaje no varía un ápice. Consiste en ventilar las miserias, reales o ficticias, en base al ninguneo arrogante y destructivo. De tomar lo que dice sobre tal o cual al pie de la letra, seguramente estaríamos viviendo en un corral de puercos.

En el fondo, así trata a los que no le gustan, a quienes les votan; y los que estando en desacuerdo con ellos les toleran. O sea que, la democracia parlamentaria vendría a escenificar ni más ni menos que el acto fallido, fustigado tan consecuentemente por indivíduos como Lenin y Hitler desde los dos extremos.

A fuer de no haber mal que dure cien años, las encuestas dicen que desde tiempo atrás la audiencia de este demagogo mengua, y me lo creo. Era previsible aunque se bañe en agua bendita. El aquelarre mola hasta un punto. Luego apesta.

A mí nunca me moló. En realidad he asistido poco más que a la autodestrucción matinal de un provocador de la prensa, que se saltaba la ética profesional en aras de la ambición, la notoriedad y la pasta. Claro, éste es de los que se destruyen a medida que se rompen contra el prójimo. En su desprecio por la sensatez, se equiparan a los conductores temerarios saltándose el código de circulación, con riesgo para aquellos que lo observan escrupulosamente.

La historia de los medios registra muchos arribistas que trasgreden códigos éticos. Walter Winchell lo hizo a diario desde el papel y la radio, en la norteamérica de los ´40 y ´50.

El faldero de los obispos lo realiza entre nosotros; igual que en otro escenario mi vecina de arriba.
Ella incordia al que vive abajo y está por encima suyo. Este otro se entrena a diario lanzando escupitajos sobre los que considera enemigos.

El caso es que por más que incordien al personal, uno y otra no crecieron, ni crecerán...








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