De ellos me interesa la carnadura humana. ¿Qué quiero decir? Pues lo que afirma la importancia de la hormiga y el hormiguero como algo indivisible.
A menudo olvidamos formar parte de la tribu. Mirarse el ombligo es menos problemático. También desestimamos que las emociones nos gobiernan a menudo, y que deseamos que nos quieran. Por desgracia, con mayor frecuencia barremos bajo la alfombra el verbo amar, ignorando el sentirnos felices de estar vivos y permanecer más o menos sanos.
La vida es un pasaje fugaz, pero también intenso, y como pasajeros debiéramos disfrutarlo a fondo. No digo que sea fácil. Pero la prosecución del intento no debe perderse de vista. Quien lo pierda en la esfera mediática o el campo cultural, sea escritor, artista, cineasta, artista, o editor reflejará en su emprendimiento el brillo del plomo.
En los animales políticos, sujetos pasibles de adicción por el poder, la calidad humana pasa de largo demasiadas veces. Les preocupa interesar a la gente; seducirla o abducir a que les voten. Creen que prometiendo el oro y el moro conquistarán sus voluntades. La mayoría considera honestamente hacer lo justo y necesario por sus congéneres. Y no digo que deban despreciarse los bienes materiales, pues ellos dan seguridad a las familias, consolidando la buena estructura social.
Sin embargo, demasiadas veces asistimos a discursos en los que se fabulan promesas materiales, haciendo de las mismas la suprema causa de nuestra convivencia. Es en buen romance, la vieja y trágica búsqueda del Becerro de Oro.
Hoy por hoy permanecemos culturalmente bajo mínimos por esta razón. Hemos fabricado políticos y hombres de Estado que no quitan una coma a estos tristes Cuentos de Calleja, sin el discreto bencanto de Calleja. En los flancos de la pirámide social acreditamos escritores y artistas que nos ofrecen más de lo mismo. Muchos son eficientes en lo suyo aunque no sobrevivan en la Historia más que en su anecdotario.
En esta España nuestra se habla poco de los sentimientos. A menos que los administremos como carnaza del corazón. La TV matutina rebosa estos contenidos. Hemos vulgarizado el verbo amar hasta el punto de trocar la cita en algo convencional, producto del mercadeo más bajo.
El declive cultural acompaña el político. Todos van de la mano y cantando lúgubres salmos, envueltos en nubes de niebla.
Parecida a la niebla de Casablanca en el tramo, sin Humphrey Bogart ni Claude Rains. Ellos al menos partían a la Resistencia. Nosotros a la esclavitud voluntaria.
Hoy en la Europa desarrollada -y a ella (en teoría) pertenecemos- no contamos con políticos de relieve que naveguen contracorriente. Sí hay buenos economistas, y técnicos o científicos. Pero esta otra especie, vital para el progreso colectivo, declina sin perspectiva de cambios en el rumbo.
Sarkozy, esperanza blanca de los alquimistas políticos de la derecha, está de capa caída. Pintaba Napoleón y se quedó en la estatura. Ahora amaga con emular a D´artagnan en el rescate selvático de Ingrid Betancourt. Me temo lo peor. La ossis germana Ángela Merkel prometía; ya no. Gordon Brown es el siamés más robusto del Blair decadente. Mencionar a Italia, con Prodi o Berlusconi, es ennegrecer aún más el triste repaso de la galería política europea.
Una de las razones que genera mediocridad antes que excelencia, radica en el repliegue conservador de sociedades a la defensiva ante incesantes olas migratorias que avanzan por aire mar y tierra, rebasando los requerimientos de empleo a bajo coste y amenazando con lesionar gravemente el equilibrio social y productivo del viejo continente.
Nosotros, situados en la misma zona de privilegio defensista, somos un caso especial. En parte, de chaleco de fuerza. Cuatro de nuestros grandes políticos contemporáneos abandonaron la primera fila convertidos en el caricato de lo que fueron.
Muy peculiares en detalle y orígenes, Suárez, González, Pujol y Aznar gobernaron con mayorías absolutas y acabaron perdiéndolas. Se me dirá que fueron sus validos y no ellos quienes no conservaron los votos. Pero está claro que los sucesores eran consecuencia de un relevo inevitable ante manifiestos signos declinantes de diversa causa.
Hoy nuestros pesos pesados son dos en el orden nacional. Sin duda ZP supera a Rajoy en carisma, juventud y programa social. Lo dicen las encuestas y lo admite la voz de la calle, con las matizaciones del caso.
Pero, seamos realistas, ni uno ni otro desbordan el mediocre canon europeo en la materia, pese a ciertos amagos y actitudes aguerridas del nieto del Capitán Lozano, fusilado por fascistas defendiendo la legalidad republicana.
Quizá el ejemplo actual de los norteamericanos y sus primarias nos den la pista de lo que hay que hacer, aunque también de lo que hay que atravesar para llegar a la otra orilla.
Las dos presidencias de Bush, partiendo de su victoria inicial frente un buen ecologista y mediocre rival, llevaron a tocar fondo. Primero por el ataque terrorista a las Torres Gemelas, inimaginable en otra situación; luego por la catastrófica invasión de Irak y la mayor desigualdad entre ricos y pobres, debilitando la calidad democrática. Tragedia que ha encarnado con sus dislates totalitarios este belicoso y torpe tejano.
La rebelión actual de los afiliados demócratas enfrentando en las primarias a una ex Primera Dama y un mulato (ambos miembros del Senado), y la de los republicanos, posicionándose en favor de un héroe de guerra que se chupó seis años de tormentos en las selvas del Vietcong, brindan nuevas perspectivas al liderazgo de esta gran nación; ejemplo de algunos, que otros condenan.
La presentación de Hillary Clinton, histórica por tratarse de una mujer que puede llegar al Despacho Oval de la Casa Blanca era previsible, No la del fulgurante Barack Obama, ni la de McCain; una suerte de outsider algo apestado en un Partido Republicano tan sujeto a la tradición.
Las hondas crisis son las que remueven sociedades, sacudiéndolas hasta los cimientos. Quien toca fondo tiene dos alternativas: repechar la cuesta estableciendo un nuevo contrato social, o hundirse para siempre.
Franklin Delano Roosevelt y Winston Churchill reaccionaron en los EEUU y Gran Bretaña ante enormes catástrofes. La Depresión y la Guerra Mundial eran dos versiones del infierno (con demonios incluidos), tan temido en la primera mitad del siglo que se fue.
Los dos estadistas, de aristocrático origen y refinada cultura, eran hombres de elite curtidos en política, efectivos en la maniobra y correctos en la función pública. Pero el cenit de cada uno superando los méritos del pasado se produjo en excepcionales circunstancias. Para salir adelante dieron la talla adoptando duras providencias. Son bien conocidas y no es preciso recordarlas.
Sin embargo, la más creativa de todas las puestas en liza es con frecuencia olvidada.
Estos dos personajes públicos del siglo XX apelaron a los sentimientos de sus compatriotas, echando mano de la sinceridad y la propia emoción, para vencer la Depresión y ganar la Guerra. No era la rutina del oficio aquéllo que les hizo grandes. Era el corazón abierto en canal.
Lección fundamental: El oficio político de nadie cuenta, si los sentimientos humanos no lo impregnan.
A Sarkozy le sobra vanidad; a Merkel y Brown rutina; a Prodi y Berlusconi cinismo. Esta gente gobierna sin prestigiar el cargo, al ser gobernada sin descanso por sus propias limitaciones. La falta de grandeza cobra esos síntomas. De ellos cabe huir como de la peste. Ellos insisten en estar conformes y permanecer inamovibles.
En cambio, el afroamericano Barack Obama (ya no se dice negro, Lucía Méndez, a ver si te enteras) huele a los grandes del pasado. No tanto a Kennedy, que además de aristócrata era hijo de un tramposo al que sus rivales apodaban El Contrabandista por sus oscuros negocios durante la prohibición alcohólica de los años ´20. Más bien Obaba se parece a Mandela y Hâvel. Puede que defraude, puede que no.
En cualquier caso son muchos a quienes debe contentar. Imagino que a tal efecto preferirá adecentar la casa antes de mirar por la de los demás. Y que después de adecentarla, como buen norteamericano seguirá mirando por su casa cuando eche un cable a otros pueblos.
De nuevo os retrotraigo a nuestro mapa, dispuesto al voto de marzo.
Si la recesión en ciernes se acentúa, quien ocupe La Moncloa tendrá que echarse la manta al hombro adoptando el rigor numérico. No soy economista, pero supongo que las medidas exigirán el sacrificio colectivo, en especial el de las clases madias y bajas.
De asentarse la recesión, hará que equilibrar muchos desequilibrios; ante todo los sociales y regionales. A tal efecto se requiere ciencia económica, sensibilidad social y emplear suma modestia en el trato de quien piense o sienta de otra manera.
Y Mariano Rajoy, cateto pre diluviano en términos democráticos, no es mandado a hacer, en vista de los compadres que eligió, o le eligieron y le promocionan desde el PP y otras machaconas esferas como aspirante al cargo.
Sólo quien llegue al corazón de sus casi 47 millones de gobernados en esta Nación de naciones (para algunos fantaseosa, a nuestro juicio efectiva aunque sin realidad Federal), podrá vencer cualquier amenaza que se cierna sobre sus ciudadanos, la calidad democrática y esta civilización.
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