Veo y escucho ayer noche a Mariano Rajoy departiendo con Gloria Lomana, jefa de informativos de Antena 3.
Para mi sorpresa es otro. Nada que ver con el ogro comesocialistas tipo ZP; el de los ojos como botones y la cierta ira desencajada. Éste, tan distendido y natural como la vida misma, me recuerda una instanténea de la reciente campaña, en la que Elvira Fernández, su mujer, reposa el cariño en su hombro.
¡Caray!, me digo, ¡qué complejos y diversos somos!
Es evidente que Mariano se lleva mejor con las mujeres tipo Lomana o Soraya Sáenz de Santamaría, que con los rivales peligrosos. Poco cuenta humanamente el Rajoy del duelo en la Academia de Televisión, con el que vi y oí en su tête a tête con la bella y codiciable Gloria.
Se me dirá que un político debe batallar como un león en los momentos decisivos; y digo sí, en la medida que no olvide los sentimientos. Se le deben ver. El duelo entre Obama y Clinton lo está ganando el primero por esto mismo.
Volvamos al plató de Antena 3. Entre los momentos sentidos comentó el presidenciable del PP sus inicios como concejal en Pontevedra hace más de treinta años. Si lo grabásteis y repasáis en el disco su expresión, quedaréis de una pieza; juro.
Participó nada menos que en la instalación de la primera central telefónica, y lo contaba con la sencillez que impregna el sentimiento de un niño.
El resto de la entrevista extendió el tono.
Entonces me dije:¿por qué no lo habrá empleado, aunque fuera matizando, durante el magno y mediático combate, a la luz de los focos y las cámaras?
La gente vota a veces, pero no deja de ser humana atrapando gestos de quienes vota o descarta.
Es raro que en alguna circunstancia alguien poderoso resista pensar en los grandes momentos de su vida. Aquéllos en los que para el caso, el rango de secretario de Estado o Ministro de varios usos era un sueño, y la realización de las pequeñas ilusiones brillaba como el sol primaveral, junto al cielo azul y el vuelo de las palomas.
Yo fui político durante casi cinco años. Lo era de una causa imposible; un espejismo que la Historia cruzaba en nuestra juventud de entonces. Metidos en el ajo, vivíamos un microclima ficticio y envenenado que rebajaba nuestra calidad humana, reduciendo al cómputo de amigos y enemigos el vasto y rico escenario de la existencia.
La obsesión de poder sofocaba la emoción de la ternura.
Allí aprendí que en general los políticos, democráticos o no, invariables vigías de la sociedad y ansiosos de mando, gobernados por la compulsión a repetir ciertas emociones de aplauso o reverencia, suelen dar la espalda o la cadera a los sentimentos.
En mi caso lo pagué, y lo hice pagar más caro aún a los seres queridos.
Aunque uno no lo desee, así funciona la cosa. Lo que se pone en una cesta se resta a otra.
En términos cinematográficos, hace un par de noches Rajoy perdió el debate (éso cantan la estadística inmediata y sus posteriores cifras preelectorales, por más que lo nieguen los que odian o desconfían de ZP) por parecerse más a Terminator, que a James Stewart en Caballero sin espada.
Con todas sus idas y venidas, el Presidente se distanció menos. El discurso socialista le ayuda. También su cierta bisoñez; hecho que la divina Celia Villalobos, excéntrica pepera tan infrecuente en cualquier formación, definió como Ingenuidad, y lo que el sufriente y ya maduro Joselito, ex niño cantor, definió Frescura en "La Noria" del otro sábado.
En cambio, el veterano Rajoy cuenta con ayudas que se tomó al pie de la letra y, la verdad no debiera. Le han crispado, alejándole de su mejor ánimo.
La realidad española y sus autonomias pleiteantes (y que conste no enfrentaré los pleitos que se ajusten a la verdad), requieren políticos prudentes, no flamígeros. A menos que estemos al borde de una catástrofe. Desde el Obispado, la COPE y El Mundo se la vendieron, y él se la comió con patatas.
Cierto es que a Mariano Rajoy le falta presencia para meter miedo e imponer el respeto aquél que desface entuertos.
No es más que un hombre probo y meritorio, puesto en la carrera equivocada a causa de un mal libreto.
A veces, que te hagan creer que alcanzarás la Luna cuándo lo que te va mejor es dar de comer a las palomas edifica una tragedia personal.
Por suerte, ante la previsible derrota y el consiguiente escarnio a Mariano le queda Elvira. La que entrecierra los ojos arrobada en su hombro.
Pues juro por mi madre, que aunque en marzo muerda el polvo, se la envidio...
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