Lo de Sarkozy, navegando entre Cecilia y Carla Bruni, es una polinoticia.
Sirve a la prensa del corazón el chimento; a los analistas políticos como novedad insertada en la carrera presidencial de este peculiar sujeto; y a los psicólogos, en tanto amplía la visión de un personaje egocéntrico.
El objeto de análisis fue abandonado por su mujer al borde de alcanzar el sueño de su vida: el poder político en Francia, uno de los países más poderosos de Europa y el mundo.
La inmediata elección de Carla, farandulera liberal de agitada vida amorosa y semejanza física con su ex, forma parte del exhibicionismo estructural en este hijo de inmigrantes húngaros.
Despreciado por una mujer, se agenció de otra para no quedar pagando ante el espejo. Por eso eligió la sosias de codiciada belleza.
Fue como decir "¿veis lo atractivo que soy?"
Sin duda le pirra mostrar su seguridad y energía en público. Detrás del pavoneo, esconde un complejo de inferioridad propio de la inmigración en un país fuertemente nacionalista.
Todos sabemos que ha llegado para reconducir su futuro. Es el pasaporte que le acredita como el más francés de los franceses.
Él se encargó de refrendar la finta enfrentando a los sindicatos obreros y la izquierda.
La falta de prejuicios incorporando a su gabinete ejemplares de esta tendencia, recuerda, si unimos lo previamente apuntado, a Carlos Saúl Menem, el ex mandatario argentino.
Era otro hijo de inmigrantes (libaneses para el caso), empeñado en exhibirse junto a hembras del espectáculo tras divorciarse de su mujer.
Menem, un peronista de opereta empeñado en globalizar el país a cualquier coste, lo puso patas arriba. No sólo domó a los sindicatos, sino al más temido Ejército, restándole presupuesto y armamento. Desde entonces, los militares quedaron subordinados a un poder civil fuertemente personalista.
Asentado su proyecto en la dolarización de la economía, Menem fue aplaudido por el FMI, los EEUU (con los que estableció "relaciones carnales" (sic) y la derecha europea.
Recuerdo como si fuera hoy al economista español Juan Velarde Fuertes ponderando en el programa del fallecido Antonio Herrero las desestatizaciones compulsivas de aquel Presidente Imperial, a las que agregaba el remate a bajo precio de grandes empresas. Otro de los que tiraba cohetes junto a Velarde era el entonces partiquino Jiménez Losantos (hasta hace no mucho entusiasta de Sarkozy).
El resultado final de los diez años de corrupción desenfrenada que transformaron a Argentina en un paraíso de las multinacionales (principalmente españolas), llevando su deuda exterior a un record histórico, se saldó con la catástrofe económica y social del 2001.
En esos tiempos, Alberto Fujimori (hijo de japoneses) pleiteaba con su mujer, mientras gobernaba el Perú más despóticamente que Menem, con iguales índices de corrupción.
Tras largos y fangosos despropósitos fue depuesto por medios democráticos que respaldó el Ejército, y es juzgado hoy, luego de años en el exilio y un forzado retorno.
Es obvio que Francia no corre el risgo de colapsar ni de enfangarse en tal forma, sea o no Sarkozy el Presidente. Sin embargo, la semejanza de los rasgos apuntados entre el criollo del Líbano, el japonés del Perú y este francés de Hungría, no presagia un feliz mandato.
Los franceses han reaccionado velozmente ante la manifiesta firvolidad del caballero, restándole puntos de apoyo. De poco ha valido el haber matrimoniado con la Bruni. Alguien que pretende enfrentar la crisis de obsolencia que frena el desarrollo nacional de una de las columnas de la CEE, debe observar austeridad personal.
Los signos de derroche y fanfarria que han acompañado al señor Sarkozy una vez votado, genera antipatía en épocas de crisis. Se observó durante el suntuoso paseo en el yate de un amigo supermillonario, poco antes de asumir, y se reitera en la actualidad, mediante este episodio de vodevil, precedido por un divorcio y el inmediato casamiento con otra, que paseó por Egipto con los gastos pagos a cuenta del erario público.
Ni siquiera Valery Giscard D´Estaing, que era un veleidoso y corrupto (entre otros pecados, aceptó diamantes obsequiados por el caníbal Bokassa) se permitió el farderio insolente y ofensivo de este hombre inmaduro; poco equilibrado en sus emociones y afanes.
Qué ame o no a Carla Bruni interesa poco. En cambio, sus compatriotas empiezan a pensar que su amor por ellos y el país es dudoso.
Y no hay peor estigma para cualquier animal político; así pasture en el llano, en las pampas, junto a los Andes o en el Elíseo.
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