Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

martes, 26 de febrero de 2008

APROBADO EN CASTIDAD

Chicho Ibáñez Serrador se pondrá contento. Evoco su añeja comedia teatral para definir al ganador del debate de ayer.

Rodríguez Zapatero lo consiguió con mérito de responsabilidad limitada. Es cómo las sociedades personalizadas que no crecen, pero vencen a la competencia que no sabe competir.

De poco más que sus votantes fijos le sirvió el arresto montaraz a Mariano Rajoy. Recitó el libreto que el FAES y las folclóricas le montaron con la bendición de Rouco Varela y Cañizares, sin acertar los golpes bajos (como el de la supuesta traición a las víctimas del terrorismo) ni el mandoble final.

Los arañazos que sufrió ZP son jugueteos caseros del minino galleguiño del PP; patético en sus muecas ante el ojo de la cámara. No era más que un prejuicioso y enfadado vecino del siglo pasado; el que amenaza con ponerte un pleito que jamás llega al juzgado de guardia.

Lo que de verdad consiguió este paradigmático funcionario en el paro desde el 2004, es hundirse un poco más frente a las autonomías. Ante catalanes, vascos y gallegos esgrimió en todo momento el espantajo del terror. Sumándole el que provocan los terroristas y aquél de tipo económico, destacado en su agenda pleiteante por el de los inmigrantes invasores sin trabajo a la vista, proclives -así lo sugiere su discurso- a la delicuencia contumaz.

La derrota de Pizarro le dispuso estrategas y sparrings que le afilaron el cross de derecha.

Todo fue inútil. Y no es que un ZP a la defensiva fuese un rival de buena cintura y gran contragolpe.

El Presi es flojo y vacilante en momentos que exigen noquear al rival. Nadie puede conseguirlo navegando en dos aguas.

Los beneficios sociales promovidos por su legislatura aumentaron menos que las jugosas ganancias de la banca, cifradas en casi 100 mil millones de euros cash.

En su haber cuenta lo que justamente le critica desde el inicio de la legislatura esta derecha cavernaria.

Lejos de comportar un error, la negociación con ETA reveló continuidad en la tradición. La emprendieron casi todos los gobiernos españoles desde 1978. La última tentativa sirvió para legitimar ante el País Vasco la democracia que acredita el sistema.

A este respecto, la intolerancia del PP revela sus persistentes limitaciones de nuevo cuño. Y éstas, basadas en la represión desestimando el consenso, le llevarán a perder una vez más las elecciones.

El drama mayor esta formación radica en no estimar la plurinacionalidad del mapa español. Lo consideran suyo, y ahí está el error. El Gobierno es más realista, aunque no le alcance para interpretar la complejidad de la situación. Se centra en ganar las elecciones, y tampoco es que vaya a ganarlas por goleada. No señor. Tendrá que pactar con el diablo para gobernar de aquélla manera.

Es la que cabe ante este pequeño infierno de partidos con programas chungos, falsas dicotomías de machacante y orinado orgullo nacional (dixit Carod Rovira) y líderes poco creíbles (con el susodicho en primera fila).

Ésa es otra de las conclusiones que desprende el duelo político de anoche: la flojera del liderazgo político en los principales partidos.

En realidad no es preciso que haya líderes. Los programas cantan. Y lo que cantaron hasta hoy estos pobres zafarranchos de combate desarrollista son tonadillas poco convincentes ensayadas por discretas voces.

Ninguna depasa el límite que los Pactos de la Moncloa pusieron en el tapete; consistente en que el crecimiento económico debe basarse en la invariable depresión salarial. En el punto resultamos pioneros, pues desde hace algunos años Europa nos imita, sin llegar a nuestro extremo ni el de Italia, inferior aún.

En concreto, el porvenir de nuestra economía depende del curso que desarrolle esta nueva recesión; algo más enredada que las previas-

Ello explica que ni ZP ni Rajoy debatieran ayer el futuro. Ni ellos ni nadie sabe a ciencia cierta lo que el destino y las cifras deparan a esta civilización.

En lo que a nosotros atañe, la polémica innovadora se echó en falta, si bien nadie tiene la bola de cristal ni tienta qué nueva catástrofe bursátil deflagrará en el imperio americano o cambiará el signo de nuestros temblequeantes activos.

Con todo, este casto y marrulero Presidente ganó el debate pese al mayor ímpetu de su rival.

No es nuevo el fenómeno. La dramatización cuenta en el fallo hasta cierto punto. El libretista Jiménez Losantos sacude el tendido político de lunes a viernes antes de que cante el gallo. Convengamos que es comparativamente más atractivo que Rajoy y su rival juntos.

Sin embargo, falla de raíz el asfixiante libreto: aunque no lo invalide su audiencia, millonaria hasta hoy.

Por ahora el más calmo Carles Francino le supera, mientras lo rebasa peligrosamente el glosador sevillano Carlos Herrera; poco más que un florido señorito de derechas, célebre en instantes de receso cultural.

El tremendismo es negocio de corto plazo, y el PP no acierta a salir del brete en el que lo metió su escoramiento hacia la extrema derecha. Sus métodos tampoco auguran otro porvenir que la deriva, pese a los votantes acreditados y las obsesiones discursivas que manifiesta con instinto suicida.

Es cierto que el zorrezno de La Moncloa mintió más de una vez. Antes y ayer. Pero las mentiras de Aznar, Rajoy y el PP son muy relevantes y pesan más en la balanza, desequilibrando la esencia misma de la tolerancia. Su infame campaña contra el médico jefe de las Urgencias en el Severo Ochoa; la homofobia manifiesta en la censura al matrimonio homosexual; la retranca antiabortista y el ninguneo de las tibias medidas sociales implementadas por el gobierno socialista, cantan por sí solas.

Las huestes de José María Aznar se opusieron a todas y cada una.

Y fueron ellas las que finalmente dieron ayer la ajustada victoria a ZP, pese a la corona de campeón que encasquetaron en la dura testa del desencajado Rajoy sus acólitos de partido, los casposos de las ondas hertzianas y el amarillento papel impreso...















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