Otros han dejado de visitar mi Blog.
Allá ellos. Yo escribo lo que pienso. Para escribir lo que quieren otros bastan y sobran los periódicos.
O los manumisos que me copian.
Considero sin embargo que, en concreto, mis amigos se equivocan. La base de mi defensa y el correspondiente ataque a nefastas actitudes de Joan Tardá y Antoni Bassas para con Fraga y Nadal se dirige a enfrentar ese nacionalismo extremo que tanto mal nos hace.
El amor por el país no justifica el sectarismo antiespañol. El mapa que nos excede merece nuestro cariño y respeto; aunque nuestra densidad emocional hacia el terruño sea más fuerte, en tanto que catalanes.
Yo me siento un catalán de España, no exactamente un español de Catalunya. Pero la diferencia de matiz, de resultas leve, en términos democráticos no existe.
Y de existir algún rescoldo, deseo borrarlo del mapa de todo corazón.
En otro reciente post manifesté mi respeto por la decisión de Esperanza Aguirre sobre la oportunidad de abrir una escuela catalana en Madrid; área geográfica dónde residen 250.000 catalanes por H o por B.
Mis amigos me dicen que a la dama se le ve el plumero. Puede. Pero hasta que no lo enseñe consideraré plausible su iniciativa, proviniendo de una nacionalista española que no entiende nuestro nacionalismo.
A menudo señores, el amor por la patria ampara a los canallas. Hitler, Mussolini, Tojo y Stalin eran patriotas flamígeros. Igual que Milosevic, Ahmadinejad, y en otra esfera el señor Bush. No siempre el patriotismo tiene ese signo abominable, criminal o prepotente, pero en materia de porcentajes, aún en democracia (pues Bush mismo gobierna por voluntad ciudadana en un país regido por el sistema) sigue habiendo de todo, como en la Viña del Señor.
Durante más de treinta años residí en un territorio donde el nacionalismo acreditaba gran tradición y muchos errores. Entre ellos predominaba el de ser los mejores, despreciando otros países y sistemas; sobre todo el democrático.
No es la primera vez que digo lo que a continuación: si Franco y su odio africanista contra lo catalán no pudo sepultar nuestra lengua y tradiciones, menos podrá hacer la democracia por más rezagada e imperfecta que sea.
Dentro y fuera del territorio tenemos hoy un problema cultural importante. La Historia avanza muy rápido, y con ella países enormes que, como China o La India tienden a consolidar una extensa clase media. Aquí en cambio tendemos a fracturarla mediante combates estériles que nos debilitan a estos extremos.
Ayer contrasté una vez más, cierta nueva que venimos padeciendo con alarmante frecuencia en Catalunya: una multinacional lía petates y se translada desde un poderoso país hasta otro subdesarrollado, donde los sindicatos y el buen nivel de vida no existen para la mayoría de sus ciudadanos.
En concreto, los finlandeses de Nokia abandonan parcialmente Alemania para instalarse en Cluj (Rumania), dejando en la cuneta a 2200 operarios.
O sea, parten de la gran potencia exportadora (de Europa y el mundo), que en el pasado les facilitó terrenos y créditos para su instalación, con el fin de abaratar costes.
De los 1900 euros mensuales que gana un sindicalizado obrero alemán, los accionistas de Nokia pasarán a desembolsar unos módicos 200 a otros, vilmente explotados según los baremos alcanzados en los países desarrollados.
Las empresas funcionan según la ley del beneficio. Si es lógico que así sea también lo será que debamos capacitarnos para crecer tecnificando nuestra mano de obra y generando una nueva clase empresarial.
En vez de ponernos en carrera, estamos discutiendo en forma casi excluyente un derecho a decidir de contenido anémico y arcaica perspectiva.
La única posibilidad de decidir, significa crecer desarrollando en el interior de nuestra sociedad las ciencias exactas de alta tecnología, en paralelo con las humanas.
En ese marco y no en otro debemos ubicar la polémica.
Quién así no lo haga permanecerá indiferente ante el rezago estructural de una casa nostra que de no espabilarnos pronto quedará en choza con techo de paja; condigna vivienda para quienes viven con el reloj medio siglo atrasado y pretenden liderarnos, organizando en casa nostra la cosa nostra.
Lo que acaban de perpetrar los independentistas con Jorge Fernández Díaz y Dolors Nadal en la Pompeu Fabra (y Manresa el segundo) es propio de Al Capone o Don Chicho, no de nuestro seny.
No es señores, que debamos suprimir el amor a la tierra y sus delicias. Se trata de centrarlo, subordinando al progreso de Cataluya y España toda otra discusión. Para ello no hay mejor sistema que el de reconocer merecidas virtudes en los que rivalizan con nosotros, criticando a los que se supone nuestros, cuando luchan inútilmente contra sus propios fantasmas.
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