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lunes, 24 de junio de 2013

LOS PRESUNTOS INDECENTES

                       
  MARIANO RAJOY BREY DIALOGANDO CON SU AGRANDADA BECARIA


La "Presunción de inocencia" bailotea en todas las Pseudo polémicas de hoy en España. Hasta tanto no se expidan los jueces, aquellos culpables evidentes de crímenes, sólo merecen una condena moral que incluya la mentada presunción. Así lo establecen la Constitución y el Estado de Derecho.

Empero y sin transgredir la norma, será posible equiparar en teoría a dos personajes, hoy en el centro de la polémica; uno en proceso judicial, el otro, aguardando lo que traerá, tarde o temprano el fallo de la Historia.
José Bretón y Mariano Rajoy son dos presuntos del tenor. Uno, acusado de asesinar a sus dos hijos pequeños; el otro por condenar a la miseria, la enfermedad, la desatención sanitaria y la muerte, a cientos de miles de ciudadanos de este país. 
Anoche, "La Sexta" repitió el espacio del viernes sobre la pulverización de una ley, la de Dependencia, sancionada por Zapatero, dotando de asistencia a minusválidos, ancianos enfermos, e impedidos de todos los géneros y edades, condenándoles a la extinción. 
Las imágenes y casos del reportaje eran conmovedoras y elocuentes. 
El destino de los pensionistas bajo mínimos, ya está amenazado por la "revisión" de las prestaciones, reclamada por Bruselas. Los que fueron estafados por las "Preferentes", de edades avanzadas, son las otras víctimas que, junto a las de los desahucios y el paro (gracias a la Reforma Laboral), ven amenazada la supervivencia. 
Si hay un responsable de estas muertes, efectivas o en camino, es el jefe del este Ejecutivo, secundado por sus secuaces de Gabinete y aparato, los miembros del legislativo, y algunos jueces complacientes, amén de otros círculos mafiosos.
Son notables las coincidencias psíquicas entre Bretón y Rajoy. 
Ambos son espiritus frios, arrogantes e inexpresivos, dueños de un fuerte autocontrol. Asimismo, niegan responsabilidad alguna sobre aquello de lo que se les acusa. 
El primero, ejecutor del doble crimen por mano propia. El otro, responsable de un criminal incumplimiento liso y llano, del programa por el que fue votado, y las nefastas consecuencias del que aplica ni bien pisó La Moncloa. 
La contumacia se completa esquivando la evidente complicidad con Los Bárcenas y Correas, la Trama Gürtel, y una práctica continuada de sobresueldos millonarios, en los que justamente el señor Rajoy aparece como mayor beneficiado.
Las diferencias, todo hay que decirlo (¡faltaría más!), separan a Bretón y Rajoy en la magnitud del daño perpetrado. 
El primero, miembro de la sociedad civil, actuó sin cómplices. Todo surgió de su desvarío criminal y el deseo de venganza hacia su ex mujer. 
En cambio, el actual Presidente español representa a una corporación de tradición mafiosa enlazada a cajas y bancos, cuyas cúpulas han venido beneficiándose de la política para forrarse, desde las épocas del hoy ninguneado y paranoico señor Aznar; sin que la crisis económica y social sofrene esta sed irrefrenable de dinero y poder.
Diré que personalmente no tengo el disgusto de conocer en persona a estos dos señores. Sólo a través de la prensa y los medios, o el plasma en el caso de Rajoy, he podido estudiar acentos y gestualidad. Aunque informado sobre la vida y obra de cada uno, ambos me parecen sujetos poco recomendables. 
De momento, el presunto el asesino que juzga un Tribunal Popular recibirá la condena que se merece. 
Para el otro presunto, hoy imperturbable discurseando donde se siente protegido por acólitos y secuaces, quizá el castigo demore en llegar. 
Pero a diferencia del crimen puntual, comporta el monstruoso flagelo que muchos ciudadanos padecemos en nuestras carnes desde que llegaron él y su partida de caza para hundir este país en nombre del Reich Alemán y el poder financiero universal, valiéndose de una mayoría absoluta menguante, y sólo existente en las formas, de lo que significa una gran estafa política y moral. 
Lo que dicen las calles y se cuece desde las familias o centros de trabajo, en las colas del paro y bajo los puentes, basta y sobra para condenarle moralmente. A él y sus cómplices, de todas las esferas y ámbitos.
Para la opinión pública, la presunción de inocencia no siempre está sujeta a resoluciones judiciales, y menos cuando los límites de la paciencia ante este destrozo monumental se cruzan raudos, ante el fantasma cada vez más corpóreo de la miseria colectiva.

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