Rubalcaba y Rajoy ayer, celebrando amplias complicidades.
El
caso de España resume el más escandaloso fraude postelectoral, agravado
por la monumental corrupción del PP, afectando a buena porción de sus
actuales barones, y los del pasado reciente.
Baste recordar la más o
menos reciente aseveración del jefe del Ejecutivo, estimando que "los
políticos perdían dinero en relación con previas labores del ámbito
privado", para entender la Trama Gürtel,
los papeles de Bárcenas y los sonados pucherazos de Valencia, Baleares y
Madrid. Vendrían a ser los sobresueldos y múltiples negocios sucios con
empresarios del tenor, una singular corrección del desequilibrio
apuntado por el señor Rajoy.
Lo mismo puede decirse del
enriquecimiento escandaloso de la familia Pujol, el Caso Palau y el
corrosivo interior de CiU, la coalición del 3% en las adjudicaciones a
dedo, durante décadas de nacionalismo pesebrero, sin dejar indemne a la
Casa Real, con su absurda opacidad, en vista de los resultados que
arrojan el affaire Urdangarín y otras miserias.
Menos complicado por saqueos menores,
el PSOE acredita su negra historia reciente en Andalucía y las
tribulaciones judiciales de José Blanco, mano derecha de Zapatero. Sin
la infame capitulación del penúltimo presidente español, no padeceríamos
al más reciente; mimado hasta las heces por su gastado lugarteniente,
señor Rubalcaba.
El encapsulamiento legal de los dos grandes
partidos emergentes de la Transición han fabricado mafias de aventajados
logreros durante los últimos 35 años. Antes se notaba menos. Ahora, en
medio de esta crisis económica bestial y un paro que bate marcas, es
cuando la sociedad civil, golpeada por la miseria y la creciente
destrucción de derechos elementales, se enfrenta dramáticamente a los
demonios que prohijó el voto puntual a listas cerradas, acompañado de la
fatal mansedumbre política.
A merced de un Gobierno fraudulento y
despótico, entrampados en el Euro y la voracidad acreedora de Alemania
& cía, y sin recambio político a la vista, el invierno de la
desgracia no admite otra cosa que el sinceramiento ciudadano. Elemental
para el posterior ajuste de cuentas con timadores y falsarios.
El
desarrollo de la protesta sectorial-ya lo dije muchas veces- no debe
quedar en justos reclamos. Sólo la organización política y la disputa
del poder, volcando en el combate toda la energía social, conseguirá
encender la luz, entre tanta sombra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario