Traducida también como La marca del fuego en su estreno español, esta cinta de DeMille transpira sexo, un conato de prostitución a cambio de 10.000 dólares (de 1915) y la venganza del apetente príncipe birmano- encarnado con diabólica precisión y sex appeal por Sessue Hayakawa- al rechazar la dama (Fannie Ward) el cumplimiento del virtual contrato.
Entre medio aparece un marido en dificultades financieras, absorbido por las inversiones bursátiles (un insípido Jack Dean), y la cuota de racismo al retratar las bárbaras costumbres de un despótico y vengativo oriental.
El trato entre la dama de sociedad y el príncipe procuraba reparar la poca fortuna de ella perdiendo 10.000 dólares que no le pertenecían en una mala inversión. La ruptura del mismo, a un golpe de fortuna del marido en Bolsa.
Ward, que además de pactar sexo por pasta había coqueteado de lo lindo con el exótico varón, consigue que Dean le extienda un talón por los diez mil, que secretamente y de inmediato ofrece devolver al otro. Hayakawa se niega y ella, a punto de ser forzada se defiende baleando al agresor; no sin que antes éste le marque a fuego la espalda con su sello real, siempre a punto en su afán de acreditar la private property de jarrones y otras minucias.
La violenta escena antecede a la que treinta y ocho años después rueda Fritz Lang, haciendo que el despechado ganster Lee Marvin vuelque sobre el rostro de su amante Gloria Grahame una jarra de café hirviendo en Los sobornados.
La maestría de De Mille remata la escena mediante un primer plano del enfurecido Hayakawa desgarrando el vestido de Ward al tiempo que echa mano del sello al rojo vivo. De inmediato lo descarga sobre su espalda descubierta y visualizamos la humareda. El procedimiento nos permite imaginar el feroz marcaje.
Lang y Alfred Hitchcock han resuelto escenas violentas -paradigmáticas en el cine negro americano de los años ´40- empleando esta capacidad de sugerir, integrando al espectador en la acción.
Luego el filme abandona su erotismo original y algo de gas en beneficio del moralismo algo perverso que esgrime DeMille en todas sus películas de sociedad.
Herido en un hombro, el oriental monta un pleito al marido de la mujer (que asume haber usado el revólver para protegerla) y estalla el escándalo. Ella le visita ofreciendo echar un polvo (lo digo así para no alargar la cuestión) con tal de que retire los cargos.
Pero el otro rechaza la oferta.
"No me estafará dos veces"- dirá impertérrito, y en el fondo feliz por que encausen al consorte.
De momento el deshonor afecta al matrimonio. Él por cornudo y presunto asesino; ella por infiel.
Pero este no es un filme realista de Erich von Stroheim, ni acredita el aliento poético del maestro Griffith. El señor DeMille es ante todo un agudo comerciante, y como tal coje al vuelo lo que del cinematógrafo piden el público americano y la clase media europea. De forma tal que las convenciones resuelven en el último de los cinco rollos de entonces, el sentido de la fábula.
Por consiguiente, Ward revela la verdad y ante el jurado en gesto dramático desnuda su espalda. La cicatriz del sello imperial la señala marcada (como una vulgar res) por un miserable agresor de género. Disparó el arma para resguardar su virtud de esposa fiel. Entonces los conmovidos asistentes al juicio cambian de humor, abalanzándose indignados sobre el salvaje príncipe; al fin de cuentas un oriental de ésos, cuyo mayor mérito para los norteamericanos consistió en dejarse la piel y los huesos por unos pocos dólares en la construcción de las vías férreas que unieron el Este civilizado con el Oeste salvaje.
En la escala de trabajos forzados, los chinos eran víctimas propiciatorias, en cambio los japoneses disfrutaban de algún privilegio.En su mejor momento, Charles Chaplin pagaba 2.000 dólares mensuales a Kono, su chófer japonés. El ayudante karateka de El Avispón Verde, popular en la radio de los años ´30, también lo era. La excepción a regañadientes la cumplimentó el latoso detective Charlie Chan; aunque era un chino de Hawai; Estado americano del South Pacific.
En el apartado de villanos orientales que bosqueja el píncipe birmano de Hayakawa, cuentan el sombrío FuManchú y el Emperador Ming, su eco del singular planeta Mongo.
Como villanos se alzan con la representación, mordiendo el polvo en su final. En el Hollywood que fundaron DeMille y sus amigos judíos, los orientales (junto a los negros y los latinos) conocieron durante cincuenta años este destino, sólo fulgurante para lo peor.
Tras la extinción del drama reseñado (me refiero al específico de DeMille), la paz volverá al confortable hogar anglosajón del jugador de bolsa y su [casquivana] mujer. El American way of life ha vuelto a consumarse; al menos hasta el the end...
PD
Se aprecian en la cinta la vigencia de símbolos de género aún rudimentarios. La belleza de la actriz teatral Fannie Ward es algo bovina y se aleja bastante de lo que Gloria Swanson representará poco después como arquetipo de hembra irresistible y elegante, en las cintas de De Mille y otros directores (a la Swanson, el príncipe de Hayakawa no le hubiese despreciado el segundo envite).
Jack Dean representa un retroceso en comparación con la apostura y el buen hacer de Elliott Dexter proyectando al galán americano. En cuanto a Sessue Hayakawa, viene a ser un anticipo oriental del engominado italiano Rodolfo Valentino, luego en la cima del galanato hollywoodense. Durante algunos años, la vida privada de Sessue semejó la de un príncipe oriental de verdad. En 1920 ganaba 7.500 dólares semanales. Dicen que durante una vacación europea y en una sola noche de casino, el jueguista y mujeriego se dejó en el tapete verde 900.000 dólares. Durante unos años y ya curtido como característico, probó suerte sin demasiada fortuna en el cine francés.
A fuerza de fama pulverizada y ahorros menguantes, en su madurez el farrista sentó cabeza, criando tres hijos sanos y fuertes. Entregado al Zen y a algunas brillantes actuaciones como la del coronel Saito en El puente sobre el Río Kwai, partió con 83 años y rodeado de hijos y nietos en 1973.
En el fotograma superior, Fannie Ward y Sessue Hayakawa bajan de un lujoso rodado de la época. En el inferior, Sessue hornea el sello en su cálido fogoncillo.
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