Leo en Babelia un interesante reportaje de Miguel Mora a la escritora italiana Melania Mazzucco, autora entre otras labores de "Un día perfecto", llevada al cine recientemente. A Mora le debemos tiempo atrás otro, de igual tenor, realizado al escritor de novela negra y ex activista de la extrema izquierda Massimo Carlotto.
Es la segunda entrevista publicada por El País con diferencia de pocas semanas (en ocasión de la primera me deleité con las reflexiones de Mario Monicelli) en la que reconozco a alguien capaz de testimoniar con rebeldía la decadencia social, moral y familiar, unida al menosprecio por la juventud, que imperan hoy en esa tierra hermosa, que una vez acunó el Renacimiento y siglos después el Neorrealismo.
Esa tierra, corazón del viejo Imperio Romano con sus esplendores y decadencias, brindó al mundo grandes artistas y pensadores, capitanes de la industria y políticos entregados con valor a su tiempo.
También, hay que decirlo, produjo a Benito Mussolini, a la mafia siciliana y al canallesco Silvio Berlusconi; mezcla viviente del fascismo y las peores lacras de la democracia vernácula.
En momentos de crisis las sociedades producen hombres grandes o pequeños. Si la fase crítica refleja el hundimiento, asoman personajes despreciables, si por el contrario la crisis remonta, surgen aquellos que procuran su abandono enfrentando la adversidad con realismo, audacia e imaginación.
Melania no pierde las esperanzas y desde la lucidez carga pluma en ristre, documentando las miserias que agobian su tierra, encharcada por la corrupción en todos los órdenes. Será bueno que nuestros escritores y artistas (tan entregados a ninguna parte) sigan la huella testimonial de gentes como el escritor Massimo Carlotto, el veterano Monicelli y Melania.
Por ahora, no lo hacen. La razones abundan.
Con todo el magma que hoy pueda agobiar a los italianos, existe una tradición política y cultural importante, hundida en apariencia por sucesivos fracasos, propios y ajenos, pero que en algún instante reflotará, abonando el terreno para superar esta tragedia histórica.
Nuestra tradición en cambio, no augura instante alguno de superación en las cercanías. Aquí casi todo está por construir. Mal que bien, los italianos disfrutaron la democracia en la inmediata posguerra, mientras en España supurábamos en llagas de atraso y franquismo.
Se me dirá que, tanto la socialdemocracia, como el comunismo y los socialcristianos terminaron agusanándose en la bota penínsular tras medio siglo de sostenido desgaste, en cuyo tránsito las componendas y repartijas entre la camorra y los políticos profesionales, flanqueados por una vastísima y corrupta corte funcionarial, protagonizaron una tragicomedia que impidió estabilizar gobiernos, lesionando la economía y la modernización del país.
Todo eso es verdad. Pero las polémicas y debates en el marco político y cultural existieron; y de ello no podemos jactarnos en España.
Somos un país estriado y poco culto, en el cual el turismo, los servicios y las finanzas son el eje económico.
Nuestro desarrollo, real en cifras y PBI, ha soslayado puntualmente el factor humano. Por ende, los gobiernos elegidos por el pueblo desde 1978, se han remitido a administrar la cosa pública bajo fórmulas rudimentarias.
La Transición avanzó sobre el antiguo régimen arrastrando colgajos del mismo, visibles en las costumbres bárbaras, el enclaustramiento familiar y un rechazo cultural evidente, en las costumbres y los medios. La falta de autocrítica resume el taponamiento actual del sistema; en especial su área educativa.
El estado actual de un arcaico Poder Judicial extremadamente corporativo, refleja palmariamente esta debilidad de la propia sociedad civil. No tiene justicia quien no la exije a fondo. También cuenta el anquilosamiento de las formaciones políticas y las penosas rivalidades regionales entre los que se consideran una nación aparte, a ambos lados de los "ismos"; generosos en despilfarrar presupuestos arrancados del sudor ciudadano.
Si la tolerancia es el mayor fruto de la cultura, ésta se echa en falta, tanto en los partidos políticos como en las regiones, sus vecindarios y las condignas gestiones de los respectivos consistorios.
Zapatero no es Berlusconi. Sin embargo las evidentes oscilaciones en su proceder -a menudo sujeto a improvisaciones contradictorias- y esta parálisis ante la rampante crisis económica que padecemos, con un crecimiento del paro superior al de cualquier país europeo (acompañada por claros signos de desorientación tras la negación inicial de la propia crisis) desvelan esta precariedad histórica, basada en el rezago político y cultural.
Desde otras carencias (acreditadas por la xenofobia y el optimismo cerril que promueve el despido libre como panacea), la oposición del PP y las restantes formaciones operan con variables poco prometedoras. Cobrando sus hombres de Estado tres veces más que el español medio, todo está dicho.
Lo de la judicatura supera en gravedad cualquier dislate de los poderes Ejecutivo y Legislativo dada la extrema gravedad de los problemas existentes, y de aquellos que sin duda alguna se avecinan ante el disparadero del paro, la corrupción, los asesinatos (de género o no) y la delincuencia en general.
Sin justicia ninguna sociedad avanza. No bastan (por ejemplo) la multiplicación de radares en el control del tránsito de vehículos, si los otros radares -aquellos que detectan las transgresiones en el cuerpo social y actúan de acuerdo a las leyes- no proceden ajustándose a su espíritu, ni resuelven adaptarlas a un proyecto menos arcaico de sociedad.
Una mirada a fondo a nuestra cultura y tradiciones (me refiero a las siniestras) poco debe alegrarnos.
La bonhomía y sencillez izquierdista de Zapatero -leve e insuficiente en términos prácticos- distancian su imágen pública de fantoches al estilo de Belusconi o delirantes paranoicos en la vena del frívolo Sarkozy.
Está claro que nuestro espartano Presidente, modelo de esposo y padre de familia, carece de veleidades y la riqueza no parece impresionarle; no al menos como impresionó a Felipe González o José María Aznar; humildes anteayer, millonarios hoy.
Lo que creemos sí deben impresionarle al nieto del Capitán Lozano y sus funcionarios/as, son los diez millones de pobres que acredita nuestro corpus social, delatando una peligrosa ausencia de cohesión.
Ni qué decir lo poco que conmueve esta riesgosa precariedad a los neocentristas y neocons del PP...
El tema que nos preocupa es hasta dónde acreditan, el Gobierno en particular, y nuestros políticos en general, la capacidad para estimular el desarrollo cultural y material de nuestra Península Este, desde gobernaciones y consistorios, con mayor justicia y en pos de un modelo de Nación integrada, que supere el presente estado de cosas; insolidario con jóvenes, viejos, inmigrantes y pobres, de arriba hacia abajo y viceversa.
Repasando una vez más el reportaje donde Melania Mazzucco retrata las miserias italianas de ayer y hoy, se me ocurre en lo que a nosotros respecta, que Italia está a la vuelta de la esquina...
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