Los desastres se amontonan derrumbando a los gigantes financieros norteamericanos y sus asociados.
Esto es, todo el mundo. O casi. Los especuladores profesionales no.
La lección para este planeta globalizado es clara.
El ala financiera del capitalismo, su paradigma liberal de falso crecimiento, no funciona.
El comunismo a la antigua usanza se ha derrumbado. Apenas quedan Corea del Norte y Cuba practicándolo a rajatabla. Hoy, la mixtura entre el viejo colectivismo autoritario y este capitalismo en crisis funciona en China, Rusia y Viet Nam. Por ende, tampoco estos países se salvan del gigantesco crack. Parte de sus finanzas globales en este gigantesco mercado multinacional e interdependiente, se enlazan con las de Occidente.
Si el llamado comunismo se realizó en los hechos como un capitalismo atrasado, de corte burocrático y semifeudal, el que aparentemente lo superó- avanzado y salvaje- colapsa hoy.
Los controles económicos legados por el crak del ´29 resultaron anticuados para frenar las apetencias del anárquico sistema financiero. Crear unos nuevos requerirá intervenciones constantes del tesoro norteamericano y el Banco Central Europeo, hasta quién sabe cuándo. Tras nuevos derrumbes, rescates desesperados de entidades claves en la economía, yacerá moribundo un vasto tendal de parados y desposeídos que ya amanece.
La cierta fusión entre el Tercer Mundo y el Primero -inimaginable hasta ayer-se palpa en el aire.
En España debimos prepararnos para lo peor. Aquello que ni Zapatero o Solbes, ni Rajoy o Montoro estaban ni están preparados para enfrentar. Por eso los dos primeros descartaban llamar las cosas por su nombre y ahora, todos ellos maquillan la gravedad de esta crisis (que el señor Rajoy quiere hacer pagar a los inmigrantes; tan caros para la Seguridad Social y las prestaciones del paro).
En parte, porque ni ellos ni nadie sabe hasta dónde llega el fondo del precipicio; aunque también porque fueron de palo ante nuestra propia burbuja inmobiliaria y la anarquía de jauja que vivió la industria de la construcción; de punta en la economía, y durante la última década casi a la par del turismo, dinamizando el desarrollo español.
En el invierno de nuestra desgracia no tenemos pozos de petróleo y producimos caro y bastante mal. Nuestra baja cultura refleja lo poco preparados que estábamos para soportar el disparadero del barril de Brent y la caída del consumo interior, acentuado por el azote de una carestía alimentaria como preámbulo de la stagflation que viene si no bajan los tipos de interés.
Que el Banco de España manejase sus asuntos con mayor tino que el Tesoro Norteamericano comporta una ventaja menor ante el sombrío panorama.
Claro, me dirán que toda Europa entró o entrará en recesión. Pero no es excusa.
Alemania o Francia, países más fuertes, conocerán una recesión, nosotros otra.
El acierto -que no depende del grado de desarrollo sino en sostenerlo ante cualquier eventualidad- radica en preparase siempre para lo peor.
Y levitando en su Nirvana funcionarial, nuestros políticos y economistas asociados lo olvidan a menudo.
No imaginaron que el agua faltase o que llueva en exceso y que, por ejemplo (no lo quiera el destino) se incendien la mitad de los bosques en cualquier verano atípico.
Parece difícil que eso ocurra. Aunque si comparamos la economía mundial con un bosque planetario, arden en el presente millones de voraces hogueras, destructoras de cuantiosos recursos materiales y espirituales.
Tras un vasto incendio quedan cenizas. La destrucción de empleo y el avance sostenido de las quiebras y la morosidad asoman sin parar en nuestros índices.
Somos una de las economías más dependientes y vulnerables de la CEE.
De ahí que, al fallarle a nuestro Faro de Occidente el oráculo, por soslayar contumazmente el riesgo inherente al enorme déficit exterior y unas malas finanzas, se acabe precipitando esta encadenada catástrofe.
La que fatalmente nos alcanza en el corazón de nuestra no asumida desigualdad...
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