Son las que a lo largo y ancho de su historia acreditan los pueblos que malviven al sur del Río Bravo, con los del norte y sus representantes.
Cuentan viejos y nuevos pleitos para que los gobiernos de Bolivia y Venezuela expulsaran a los embajadores norteamericanos. Los más recientes enlazan revueltas opositoras de sectores privilegiados respaldados por los funcionarios yanquis, nostálgicos del virreinato en el que ponían y sacaban presidentes a voluntad.
El drama político boliviano ha sido claramente alentado por la administración Bush; al igual que los crecientes roces con el gobierno de Hugo Chávez Frías. Nos guste o no, libremente elegido por la mayoría de los venezolanos.
Las crecientes tribulaciones del Presidente indígena (e indigenista) Evo Morales, responde a una tragedia social que ningún gobierno desde la independencia hasta hoy, pudo resolver: el de la riqueza de unos pocos y la miseria de muchos.
En el presente, el gobierno central controla el Altiplano y los valles; sus enemigos las provincias de Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija.
O sea, el petróleo, el gas, los minerales y las finanzas.
Ante la algarada de Chávez, patrocinando una intervención del Ejército venezolano en Bolivia si la nueva "rosca" desde Santa Cruz y aledaños asesina al Presidente o lo depone por medios violentos, la respuesta del jefe militar de esa nación no se hizo esperar. Los oficiales de un nuevo Ejército, entrenado por expertos norteamericanos y avituallado en armas e ideología con el patrocinio del Departamento de Estado (tras su virtual destrucción a manos de la furia popular ante el golpe de Estado reaccionario de 1952) advirtieron que no tolerarán la injerencia de tropas extranjeras en suelo patrio.
Se refieren desde luego a las venezolanas.
¿Es posible entonces, un golpe de Estado en Bolivia?
Quizá no en su forma clásica a tenor de lo que sobrevendía en un Continente menos dócil, y con territorios donde la democracia y el populismo comparten mesa y mantel; aunque la actitud de Morales llamando a la conciliación y reuniéndose con el principal dirigente opositor marque su probable derrotero.
El nudo gordiano de la crisis boliviana es que, siendo mayoría, los indígenas no han podido formar una élite que los lleve más allá del circuito étnico. Tampoco el resto de la población blanca o mestiza creó aceptables hombres de Estado. Las alternativas de esta grave carencia -frecuente en América Latina- proyectaron más de doscientos cuartelazos triunfantes con gobiernos de breve curso en este país sin salida al mar, desde su fundación.
Los actuales medios políticos y sociales no autorizan romper el nudo de marras.
De forma tal que, según pintan los sombríos colores de un lienzo -a menudo teñido de sangre- hoy son los poco democráticos opositores, dueños de medios materiales superiores, y el evidente respaldo del Ejército, quienes se preparan para convertir a Morales en un nuevo Aristide, para luego derrocarlo conjuntamente, aplicando las tácticas de camuflaje orientadas por nuevo embajador de Bush, McCain u Obama.
Aquellas que permitan a los Kirchner, Lula y Bachelet (mandatarios de los tres gigantes de la región) soslayar el cobro de las cuentas pendientes sin saldar entre el Imperio y sus pueblos.
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