Notable esfuerzo de este descendiente de holandeses por hacer de Juana de Arco un producto artístico, a la vez que comercial.
Los éxitos obtenidos con Geraldine Farrar en Carmen y luego María Rosa (basada en un libro del catalán Ángel Guimerá, donde la Farrar pasaba por una pagesa) le animaron a realizar este excelente espectáculo, bien remasterizado para nuestra revisión. El estilo interpretativo y singularmente operístico de esta prima dona -histriónico en Carmen, bastante más mesurado aquí-, rinde sus frutos. Pese a que el cinema silente no le permiten lucir una calidad vocal venerada por los críticos y el público, la diva transmite con desusado vigor la fuerza de una personalidad que, ya hemos dicho, no se apoya en la belleza ni en un físico apetecible (su aspecto de matrona -prematuro para su edad biológica- debía alcanzar poco más de metro y medio).
El producto supera estos naturales obstáculos gracias a una indiscutible calidad narrativa. Por desgracia, así como su Carmen resultó oscurecida por la parodia de Chaplin, este otro buen hacer colisionará en la historia del cine silencioso con Carl Theodor Dreyer y su Pasión de Juana de Arco (1928); una gran obra maestra, menos comercial que artística.
Asimismo, la doliente y conmovedora performance de María Falconetti -la Juana de Dreyer- desbordó ampliamente los más convencionales recursos de Geraldine Farrar; digna de cantar junto a Enrico Caruso, menos efectiva como actriz de cine.
Mediando nueve años entre uno y otro filme, el drama humano remitió al olvido un brillante estereotipo.
Dreyer desarrolló su relato en las antípodas de lo que nuestro admirado De Mille, absorbido por su ímpetu de pionero y ejecutivo de una gran factoría (la naciente Paramount de Lasky, Zukor, Goldfish y él mismo) plasmó el suyo.
A la primera Doncella de Orleans de Hollywood (la segunda sería Ingrid Bergman), la escoltan Wallace Reid interpretando a un invasor inglés prendado de su encanto sobrenatural, y Raymond Hatton (Rey de Francia algo acobardado a quien por un instante influye la heroica guerrera, visionaria y santa); intérprete que reseñaremos en otro De Mille, inserto en este excelente pack.
En el fotograma superior que encabeza el post, la Farrar arde en su martirio final. En el inferior yace maltrecha tras una fiera y masiva batalla de espadas y lanzas; evento en el que DeMille, curtido en el desplazamiento de grandes masas de figurantes, sentaría reales a comienzos del periodo sonoro.
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