Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

miércoles, 1 de abril de 2009

MONEY, MONEY, MONEY... (a propósito del fallecido Raúl Ricardo Alfonsín)

Joel Grey y Liza Minelli lo cantan y bailan en Cabaret. Algunos Presidentes de antes y ahora se lo tomaron al pié de la letra.
No por cierto quién acaba de partir en la Argentina en medio del respeto y la consideración ciudadana.

El modelo de honestidad del caudillo radical y ex mandatario retomó la vieja moral personal que Carlos Saúl Menem y otros hicieron añicos después.

Un repaso por la galería presidencial en la Argentina del siglo XX nos ofrece antecedentes éticos de gran valor. Con independencia de sus méritos o fallos (grandes o pequeños) en el campo político.

Roque Sáenz Peña, Hipólito Yrigoyen, Agustín Pedro Justo, Roberto Marcelino Ortiz, Ramón Castillo, Pedro Pablo Ramírez y Edelmiro Julián Farrell partieron para siempre en la modestia o la pobreza.

Quizá los ejemplos más conmovedores correspondan al viejo Yrigoyen, Ortiz, y Castillo.

Con independencia de que el primero fuera un gran luchador cívico al que los argentinos deben en realidad la Ley Saenz Peña, y que los dos restantes ocupasen el Sillón de Rivadavia gracias al fraude conservador reinstalado por el General Justo, cabe memorar que Ortiz, casi ciego, y alejado de prósperos negocios agropecuarios se arruinó puntualmente durante su mandato. Así lo cuenta Félix Luna en su biografía. En cuanto a Castillo, depuesto por el general Ramirez y el GOU, falleció poco después con pocos pesos en la cuenta bancaria.

Ramírez y sobre todo Farrell, se jubilaron con la pensión militar.

Hombre campechano y último mentor del coronel Juan Perón, don Edelmiro acostumbraba a guitarrear zambas en el Círculo Militar.

Cuando su pupilo fue ungido Presidente de la Nación el 4 de junio del ´46, volvió con solitario pie a su domicilio, mientras los granaderos desfilaban en honor del flamante General y las masas le vivavan en las calles aledañas al Congreso.

La situación pecuniaria del último cuando fue depuesto en el ´55, se presenta algo confusa. Según el FBI, empacó una fortuna evaluada en ochocientos millones de dólares. Nada pudo probarse al respecto, y menos aún cuando el primer tramo del exilio fuera tan modesto.

Los generales Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu sucedieron al derrocado Presidente sin acumular fortuna. Brillante artillero, Lonardi padeció estrecheces hasta el final de sus días. Aramburu vivió con mayor holgura, dentro de la sencillez.

Aquí hago un paréntesis para definir una moral común y ejemplar en los mandatarios criollos.

Se me dirá que algunos observaron una moral política floja o perversa, vulnerando la Ley Fundamental o saltándosela, y es verdad. Pero incluso un feroz dictador del talante de José Félix Uriburu (descendiente de patricios con buen pecunio) o el radical y democrático Alvear (idem) respetaron puntualmente la dignidad de la investidura.

Arturo Frondizi no robó un cobre. Tampoco el modestísimo médico cordobés Arturo Illia, ni los dictadores Juan Carlos Onganía, Roberto Marcelo Levingston y Alejandro Agustín Lanusse "metieron la mano en la lata". De modestos recursos, el dentista Héctor Cámpora falleció oscuramente en el exilio mexicano.

Sobre el último Perón - salvado el breve interregno del chulesco y corrompido Raúl Lastiri, ex secretario de Nicolini, jefe de del Correo durante el primer peronismo- caben serias dudas de honestidad personal; manifiestas tras la muerte dado el enorme patrimonio legado a su viuda.

De entre los capitostes del Proceso de Reorganización Nacional cabe mencionar la rampante corrupción del almirante Emilio Massera y varios jefes de su Arma, y la de Tierra. No consta que los generales Videla, Viola o Brignone se hayan enriquecido aunque lo mismo da, en vista de la barbarie criminal y delictiva que prohijaron; en la cual supieron desempeñar capitales instancias José alfredo Martínez de Hoz y Domingo Cavallo.

No me olvido de Galtieri; a todas luces borracho, asesino y especialmente sospechoso de cualquier clase de delito.
Con Raúl Ricardo Alfonsín llegó la democracia, y en su persona, el pleno retorno de la ética presidencial en varios campos.

Su parcial fracaso -sobre todo económico- precipitó un vendaval público de inmoralidad en todos los órdenes; incluso, en las filas de su propio partido.

El diáfano ejemplo lo brindó el cordobés Eduardo Angeloz.

Pero si Angeloz anticipaba el fin de una esperanza, Carlos Saúl Menem devino su brutal y grosera corporización.

Desde entonces, la consigna de enriquecerse echando mano de la política y los cargos públicos -de arriba a abajo- obtuvo patente de corso, alcanzando a De la Rúa y varios miembros de su nefasto gobierno.

Eduardo AlbertoDuhalde y en la actualidad el matrimonio Kirchner no hicieron otra cosa que perpetuar la tradición. El primero se enriqueció gracias a la política. Los segundos también, con el agregado que continúan haciéndolo desde el poder.

La época de civiles modestos y generales espartanos desempeñando altos cargos en la administración, parece olvidada.

Por ello, el adiós de Alfonsín no debiera sonar a réquiem. La necesidad de reavivar su legado y el de quienes lo precedieron en el cargo es una tarea a cumplir, junto a otras de igual importancia.
Si el poder no irradia honestidad, la corrupción generalizada en todos los ámbitos es inevitable.

La democracia -ya lo dije en varios artículos de este blog- es un sistema que nunca termina de edificarse. En ello no está el defecto, sino la virtud.

Recuperar la plena moral política y social potenciado el Estado de Derecho, dinamiza el mejor sistema que la humanidad creó hasta hoy, permitiendo su avance y plena consolidación.

Alfonsín lo intentó, ganando y perdiendo batallas entre aciertos y errores.

Pero los funerales que hoy se celebran en su honor no incluyen su ejemplo vivo en la caja mortuoria.
Y eso, en estos tiempos difíciles, es digno de tenerse en cuenta y ser llevado a la práctica...


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