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sábado, 4 de abril de 2009

EL FUNDADOR DE LA DEMOCRACIA, RESTAURADA POR EL VOTO POPULAR EN 1983; PRECISADA HOY DE NUEVO IMPULSO.

Don Hipólito Yrigoyen hacia 1926, rumiando la vuelta al pago.

El adiós de Raúl Ricardo Alfonsín ha servido para reafirmar su legado cívico. Nuevo Cid Campeador, cabe entonces revisar a fondo el pasado argentino.

De sus entrañas surge con ímpetu la figura del fundador del Estado democrático: Hipólito Yrigoyen. También la de su formación, la Unión Cívica Radical, maltrecha por el golpe de Estado de 1930 y sus consecuencias.

A pesar de la gestión conciliadora del ex presidente Marcelo Alvear con las maniobras del General Justo y su "Fraude Patriótico", y la posterior alianza de sus discípulos (a izquierda y derecha) con conservadores, comunistas y socialistas bajo el patrocinio del Departamento de Estado y su entremetido embajador, en la oposición al previsible candidato del Gobierno militar, coronel Juan Perón, la UCR supo, mal que bien, resguardar su naturaleza democrática.

La confrontación con el gobierno peronista y su absorbente líder, virtual dictador a medida que crecían sus dificultades en el manejo de la cosa pública, cedió paso a una peligrosa alianza con nucleos civiles y militares, francamente golpistas.

La cierta deriva de los principios fue patente tras el derrocamiento del dictador. La fractura en dos del Partido resultó su consecuencia. Encabezando una supuesta actualización de los principios y archivando la vieja estrategia, Arturo Frondizi tentó suerte aliándose con el peronismo proscrito, mientras Ricardo Balbín hacía lo propio con el Ejército y la Marina de Guerra, encarnados en el gobierno "Libertador" por Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas.

La suerte electoral inmediata de Frondizi en su pacto con el exiliado Perón no le salvó de ser derrocado en el cuatrienio siguiente, mientras Balbín seguía atando el carro del Partido al antiperonismo recalcitrante y al grueso de las unas fuerzas armadas, vacunadas contra el populismo, desde octubre de 1955 en adelante.

El interregno democrático del candidato radical, Arturo Umberto Illia, elegido gracias a la proscripción de los peronistas con poco más del 20% del sufragio, no llegó lejos, a pesar del valor personal del médico de Cruz del Eje, de trayectoria sabattinista y especialmente respetuoso del Estado de derecho.

Si bien fue derrocado ignominiosamente y en lo inmediato pasó al olvido, la gestión de Illia superó en calidad democrática y transparencia a la del tortuoso Frondizi; político marginal desde entonces.

El reconocimiento público a este viejo luchador tardaría en acreditarse; aunque la muy posterior victoria de la UCR con Alfonsín no fuese ajena a los méritos del periodo.

A diferencia de lo acontecido en los años ´50, el demócrata de 1983, representante del ala izquierda de la formación, fue respaldado a pleno por la misma.

El triste símbolo de un Yrigoyen derrocado y vejado desde 1930 hasta su muerte por la soldadesca, fue restaurado a pleno, mientras se cerraba el tenebroso medio siglo de arbitrio y despotismo militar.

El parcial fracaso del penúltimo Alfonsín reconoce varias causas. La que hoy destaca sin justificar otros procedimientos, es el sabotaje del peronismo -en especial del de su alerón sindical y sus perpetuos contactos con miembros del Ejército- al fair play democrático.

Descartada ya la amenaza militar, observamos en el actual Gobierno marcados trazos de la matriz autoritaria y cesarista que caracteriza el funcionamiento global del peronismo, con sus variantes y fracciones.

Mediante el frívolo y torcido Carlos Saúl Menem, los métodos usuales de arbitrio presidencialista suprimiendo a Montesquieu, operaron diez largos años desde el Gobierno.
Comportó el periodo una nueva Década Infame, de consecuencias funestas para el futuro.
Si bien no puede eximirse al opositor Alfonsín de cierta connivencia de estilo "alvearista" con el perverso interregno de Menem, y su virtual extensión de arbitrios, el torticero Punto Final del pasado, las constantes corruptelas y mal manejo económico, junto al inmediato patrocinio del Gobierno frentista del radical De La Rúa (ejemplar perteneciente a su ala derecha), no cabe desmerecer su mérito cívico, desde el poder o el llano.

Por ello, si en la Argentina de hoy cabe articular el relevo de este periodo contradictorio, aunque poco feliz en perspectiva, basándolo en lo mejor del pasado -distante o reciente-, contar con la Unión Cívica Radical resulta, más que necesario, imprescindible. Como referente y presencia activa, ninguna otra formación reune en la actualidad sus credenciales, ni el valor intelectual de sus cuadros.

Ya lo dije en previo post. La partida del abogado de Chascomús, defensor de presos políticos; combativo periodista y militante indeclinable de la causa popular; eterno enemigo de luctuosas guerras seudopatrióticas y pesadillas recurrentes; el que llevó a juicio a los genocidas mayores del llamado Proceso de Reorganización Nacional, no significa el entierro de sus principios, ni del pristino ejemplo de su honestidad, tan necesario hoy.

Las mismas resumieron el credo personal y político de don Hipólito Yrigoyen, caudillo reparador de injusticias y auténtico fundador del Estado de derecho en la Argentina moderna.












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