José Pablo Feinmann imitando a la estatua de Rodin, sin el encanto de la piedra.
No es casual que quienes denunciaban la corrupción del menemato vaticinando el magma argentino, respalden hoy a los Kirchner.
Horas atrás quedó con las vergüenzas al aire el señor Daniel Muchnik. De las imposturas de Feinmann ya me ocupé en el pasado. Recientemente acentuó su default intelectual rescatando de la tribu militar que tanto dañó al país, al difunto General Alejandro Agustin Lanusse.
El pretexto no sólo radicó en compararlo favorablemente con Videla, Massera y la monstruosa partida de gansters uniformados que perpetraron el horror procesista.
Yendo más lejos, guardó silencio sobre su larga trayectoria de conspirador gorila (purgada con un encarcelamiento del que lo rescató la llamada Revolución Libertadora en septiembre de 1955) , y su resuelta intervención en cada una de las sucesivas dictaduras castrenses, abiertas o apenas camufladas en el rígido control de tres mandatarios civiles y el sucesivo derrocamiento de dos (Arturo Frondizi y Arturo Illia).
El eje estratégico mediante el que este "pensador" ensaya el rescate del represor Lanusse, se basa en dos premisas. Una es la defectuosa aplicación de la teoría de la relatividad; la otra el sentido "ético" de pertenencia de este oficial de caballería a "su Ejército", oponiéndolo a la desintegración moral que el cuerpo padeció entre 1976 y 1983.
La relatividad se apoya en las tres patas del ogro de uniforme menos malo. Lanusse derrocó a dos de ellos: Onganía y después Levingston. erigiéndose en nuevo dictador. Durante el periodo los mandos del Ejército y la Armada secuestraron, torturaron y asesinaron a obreros y militantes de la izquierda. La masacre del penal de Trelew, a cargo de marinos, lleva a que Feinmann atenúe la responsabilidad del dictador, sujeto- según él- a presiones del Arma rival.
Lo más grave amanece en su pluma cuando encomia el sentido de pertenencia -para el caso de propiedad- que atribuye a Lanusse, en relación con un Arma de Tierra posteriormente corrompida, fragmentada y lanzada junto a las dos restantes, a aventuras criminales dentro y fuera del territorio.
"Era su Ejército"- insiste Feinmann henchido de pasión sanmartiniana. No, claro, el subordinado por imperio constitucional al poder civil que determina el sufragio universal, libre y secreto.
El omnipresente Ejército de Roca, Riccheri, Ramón Falcón, Uriburu, Justo, Perón y Mercante, Lonardi, Aramburu, Rauch, Toranzo Montero, López Aufranc, Onganía, él mismo y los asesinos seriales que gobernaron después.
Es obvio que Richeri, o Perón y Mercante, no actuaron como los otros, pese a que el segundo y el tercero no puedan ser evaluados desde un mero punto de vista militar. Sin embargo todos, en una forma u otra operaron tutelando, por la fuerza, la persuasion o las dos cosas, a una sociedad civil que les pagaba el sueldo.
Salvando a Riccheri, fundador estrictamente profesional del moderno Ejército Argentino, los representantes de la sociedad militar se valieron de los fierros para imponer una expresa supremacía sobre la débil sociedad política y la caótica sociedad civil.
Hoy el Ejército -privado de los conscriptos que nutrían la base social de su poder político- y subordinado al poder civil, no gobierna ni influye en los asuntos de Estado. Empero, Feinmann -como buen teórico peronista- lo añora.
La tierna remebranza de Lanusse así lo revela. Por ello no vacila en quitar hierro, plomo y picana a su último tramo dictatorial, ponderando las carantoñas de la época con Salvador Allende, su verbal conversión al centroizquierdismo, (la forzosa) entrega del poder a Héctor Cámpora y la última rebelión (también verbal y que le costó varias sanciones) ante el último bloque de poder castrense.
El pensamiento idealista emprende la edificación de sus rascacielos imaginarios desde la azotea.
No es posible escindir el culto a Perón o reclamar su viva herencia quitándole el uniforme ni eviscerándole la concepción de mando, típicamente militar. El perfil deFeinmann corresponde tan luego a esa moral.
Ante los avatares de los Kirchner, "setentistas" de bolsillo lleno y mano larga en los negocios por cuenta del poder Estatal, el imaginario de este pensador sectorial, romántico alquilón al servicio de sus majestades, no trepida en idealizar un conglomerado despótico y criminal que no volverá.
Lo peor de su impostura señala una vez más la perversión intelectual de quienes criticaban con justas razones los dislates de Carlos Saúl Menem.
Lo hizo Muchnik antes y mejor, auxiliado por su ciencia economica y sin embargo ahí está, decrépito, intemperante y sin fórmulas que impulsen el debate universal. Más empírico aunque mejor escritor, Feinmann delata los mismos síntomas.
La reciente foto de Atilio Borón (amigo de Muchnik) junto a Castro y su chándal en la Habana, retrata la decadencia del sector. Hay muchos más en la acera, y la de enfrente. Estimo que codo a codo, no cabrían en el Estadio de Boca Juniors.
Son encarnaciones de una elite fallida en esta democracia criolla de baja densidad. De ahí que el correlato político entre las facciones peronistas y sus contrincantes no realicen otra hazaña que la de manifestar impotencia, debilidad y falta de soluciones.
Así, mientras la crisis que hoy devasta las economías del Primer Mundo, avanza con la potencia de un tsunami hacia el Cono Sur y su país austral, algunos burgueses criollos, incapaces de enfrentar la realidad, ensayan la histeria manifiesta, los viajes fraternos a La Habana, o el retorno imaginario al país del nunca jamás.
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