El carapintada golpista, torturador y felón, en uno de sus frecuentes estadios de meditación.
La mala suerte acompaña el destino de algunas naciones.
El de Polonia, trágico y devastador, fue marcado por los nazis, los comunistas de Stalin y Winston Churchill.
El último prometió restaurar la independencia del país sin que nada indicase a posteriori y de verdad, el cumplimiento de su palabra. De hecho aceptó que sobre el desdichado territorio cayese el telón de acero, desnaturalizando el impulso inicial de defender la integridad de los polacos ante la invasión combinada de la soldadesca roja y la nazi, en 1939.
Sostener la inviolabilidad de Polonia o su fragmentación interesada, como casus belli, precipitó la Segunda Guerra Mundial.
A poco de andar, se observó que buena parte de los principios aliados de libertad y democracia, esgrimidos en formato universal, enmascaraban meros intereses. Los británicos querían seguir siendo un imperio, y los americanos el más poderoso del mundo, mientras Francia se entregaba mansamente a una paz celebrada a cualquier costo.
Más modestos, los valientes polacos, cristianos, judíos y ante todo eslavos a mucha honra, querían vivir en libertad. Es decir, a su albedrío.
Stalin y Hitler mataron esas ilusiones, arrastrando de paso a buena parte de la elite política y militar, comprendiendo post mortem a todos los partidos y tendencias.
El primero se cargó incluso a los comunistas, en atención a la gloria de su ombligo.
Polonia fue causal de guerra mundial y también su mayor víctima.
Lejos de aquel escenario prieto en traiciones, me remito a otro país traicionado por la Historia contemporánea.
Escarbando en la noticia que reseña la alianza de Néstor Kirchner con Aldo Rico, cabe volver al drama argentino.
A Polonia la acuchillaron salvajemente desde afuera.
En cambio, la República austral -bajo el despotismo o la democracia- se empecina en devorar sus propias entrañas con afán suicida.
Así fue y sigue siendo desde hace ocho décadas, sin prisa ni pausa.
Quizá la tragedia, deba remitirse al aislamiento geográfico y la vecindad de miserias centenarias, los hielos antárticos o el sofoco de las húmedas selvas norteñas.
Los variopintos kirchner, del bracero con las Madres de Mayo, el gangster Moyano y sus laderos, los épicos setentistas y la mar en coche, proyectan la endógena voracidad del monstruo que anida en lo profundo del ser nacional. La componenda electoral con un genocida contumaz como Aldo Rico lo reitera una vez más.
Hay quienes se alegra y lo festejan. Yo no. Me duele en el alma y los huesos. Ellos, pese a que viese la luz en el barrio de La Sagrada Familia, pertenecen al país...
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