Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

martes, 7 de abril de 2009

LEGADOS...

Marcelo T. De Alvear cruzado por la banda presidencial, desde 1922 hasta 1928.

Representante del ala derecha del radicalismo, este aristócrata liberal tomó las riendas del Partido tras el derrocamiento del último Yrigoyen.

Fuera de juego el anciano, tocó al sucesor entenderse entre líneas con el General Justo y su sistema fraudulento, a cambio de escaños congresuales, algunas gobernaciones, unas cuantas alcaldías y varias "gauchadas" edilicias.

Si bien el póstumo gobierno constitucional inaugurado en 1928 no acertaba a adoptar medidas que hicieran frente a la inminente crisis, los desbarajustes políticos amenazantes -fuera y dentro de un radicalismo escindido- y el ruido de sables que a la sazón, le amenazaban desde que Yrigoyen resolvió volver a la Casa Rosada, fue Alvear quien profundizó ese repliegue político desde septiembre de 1930 hasta su muerte, acaecida doce años después.

La estrategia que el Partido -hasta entonces mayoritario de hecho- ensayó con la Unión Democrática en 1945, enfrentando al Ejército, su candidato y los nuevos sindicatos obreros por él estimulados, prolongó el nefasto legado, habilitándole el ticket perdedor en las elecciones del siguiente año.
Desde 1955 hasta 1983 puede decirse que las variantes radicales -tanto la de Frondizi como la de Illia (y Balbín)- dependieron de la mayor o menor tolerancia militar.

Con el triunfo electoral de Raúl Alfonsín, el radicalismo retomó el viejo ímpetu yrigoyenista y su moral social, derrotando a un peronismo que muchos ciudadanos vinculaban a la peste militar.

Al hacerlo, no sólo heredó el odio castrense y la sostenida carga sindical de los burócratas peronistas; cargó también con el legado del Alvear opositor, tara de fábrica inherente al remoto aggiornamento partidario, presta a manifestarse ante errores, imprevisiones y cierta temulencia estructural oriunda de los brumosos comités.

El fracaso económico de su gobierno y el precipitado exit en 1989 ante las incendiarias revueltas populares, provocadas por la carestía y una inflación incontrolable, lo enviaron a la oposición. Pero a la oposición sumamente debilitada de un Partido de caudillo desprestigiado, en sostenido repliegue y desbande.
Raúl Alfonsín había pifiado en otros órdenes, estragando su popularidad inicial. No era el único responsable -pues a diferencia del peronismo, los radicales constituyen de origen un partido organizado, menos sujeto a la verticalidad que al consenso interior- pero sí el máximo.

La Ley de Obediencia Debida licenciando de horrendos crímenes y violaciones de los derechos humanos a cientos de oficiales subordinados a la cúpula gubernamental de entonces, había empañado el ejemplar juicio previo a los miembros de las tres juntas dictatoriales.

Los póstumos alzamientos, apenas sofocados por secretos pactos, facilitaron la postración distanciándo al gobierno radical y el carisma del jefe de muchos votantes.

No sólo debió entregar prematuramente el poder al peronismo menemista anticipando las elecciones, sino que procedió a facilitarle un segundo mandato en 1994, respaldando la reforma de una Ley Fundamental que hasta entonces lo vedaba (y que sólo Perón se había saltado en 1949 al cambiarla).

La táctica de ceder era una herencia alvearista. Empero, dio su impensado fruto cuándo, ante el desgaste de menemato, la UCR se garantizó la Presidencia de la nación a través del FREPASO y su candidato, Fernando De La Rúa, en las inmediatas elecciones.

La nueva cesión del poder a tres años vista, fue más veloz y luctuosa ante el desastre económico y social. De La Rúa devino el peor y más mediocre, de entre los seis inquilinos radicales de la Casa Rosada.

Hoy, a cinco años de la fatal restauración peronista -encarnada por un matrimonio de empresarios voraces con experiencia de poder en Santa Cruz y un gran sentido de la oportunidad-, la desaparición física de Alfonsin precipita un revival democrático que, ante la asfixiante corrupción política y funcionarial que anega un país con pocos ricos, muchos hambrientos, y cotas de crimen y delincuencia sin precedentes, amaga o sugiere un nuevo frente opositor de vértice radical.
Es la primera vez en la Argentina que el funeral de un caudillo vivifica a su desmayada formación al potenciar un legado honesto, añorado por la sociedad civil.

La posiblilidad de estructurar un polo opositor al actual bloque de poder y sus variantes peronistas, vuelve a despuntar en el horizonte.

Aunque a corto o mediano plazo se consolide, la tendencia no pondrá pie firme en la Historia, de no articular un programa social y productivo que reequilibre la sociedad.

¿Se puede acometer la hazaña con 180.000 millones de dólares de deuda, la tercera parte de la población bajo el nivel de la pobreza, y una crisis mundial que devasta los confines del planeta?

Todo depende de una elite consciente de sus deberes, que asuma el desafío con audacia, honestidad y espíritu emprendedor, rescatando del pasado los valores que sirvan al propósito.


En Yrigoyen, Alfonsín e incluso Alvear, cabían buena parte de esos ideales. También en el primer Perón; aunque lastrados de espíritu castrense, monstruoso individualismo y una más que defectuosa formación cívica.


Los tres primeros demostraron que la democracia sin equidad social colapsa o retrograda. El último, que no basta equilibrar las clases ni pervive el esfuerzo, en tanto se prescinda del consenso democrático.


En el fondo, las dos líneas de pensamiento político en la Argentina moderna fallaron por su sectorialidad. Las FFAA -sobre todo el Ejército-, intentaron resolver el tira y afloja de la descompensada aunque poderosa sociedad civil, y sus débiles reflejos políticos.


Fuera ya de juego, son las defectuosas fracciones peronistas y radicales las que se han venido alternando en el poder-nacional o/y local-, de los últimos veintisiete años, sin consolidar un presente estable y prometedor.


Si la centenaria UCR no moderniza sus contenidos y los espíritus democráticos (sobre todo del centro y la izquierda) no intervienen ofreciendo soluciones globales, cabe la posiblidad que, los fracasos últimos de los dos grandes caudillos del siglo xx revivan en su interior las cadencias opositoras de Alvear en la llamada Década Infame.


De ser así, ante el debilitamiento del conglomerado kirchnerista y sin rivales a la vista, los discípulos de Perón ensayarán una nueva variante remaquillando la decrepitud de un cadáver insepulto.




















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