Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

viernes, 10 de abril de 2009

EL DEMENCIAL MURO ARGENTINO: UN CLARO ALERTA.

Los proyectados doscientos metros que presuntamente dividirían la pobreza de Villa Jardín y la opulencia de la Horqueta, se quedaron en nada.
En nada y todo, como siempre...

El Alcalde de la próspera San Isidro intentó oficializar la linea divisoria que en los hechos fractura la sociedad criolla.

Los ejemplos de Cisjordania y Tijuana eran un ejemplo a seguir por los defensores del privilegio y la exclusión universal. Y el alcalde Gustavo Posse (ex kirchnerista) es uno de sus heraldos.

Hay sin duda una excusa aparente. La provincia de Buenos Aires es uno de los territorios más asolados por los robos, el crimen y la consiguiente corrupción policial. El espacio público registra constantes episodios violentos y más aún si el contraste entre pobreza y miseria son vecinos.

El arrogante funcionario creyó satisfacer a sus votantes alzando barreras a la filtración nocturna de ladrones y asesinos, provenientes de San Fernando, contrastante municipio de barriadas pobres, donde la delincuencia sienta sus reales operativas.

En pos de curarse en salud, la Casa Rosada no demoró la condena del muro, mientras el diligente Hugo Moyano, jefe de la CGT oficialista y secretario general del Sindicato de Camioneros, fletaba un todoterreno con doce gorilas provistos de mazas.

Entre ellos y varios vecinos de Villa Jardín lo hicieron polvo con absoluta prescindencia policial, antes de que la justicia oficializase el criterio, activando las correspondientes gruas municipales.

La aparatosa maniobra "popular", de corte tan fascista como la adoptada por el alcalde, refleja un omnipresente autoritarismo fundido a la demagogia.

Más allá de quienes se desgarran las vestiduras clamando por la igualdad desde esferas oficiales, la nube tóxica que invade el cuerpo social argentino radica en el privilegio de una minoría y la exclusión del resto.

De los cuarenta millones de almas que hoy alberga la Nación, al menos tres cuartas partes vive en la pobreza o al filo de la misma.

Parece lógico que la precariedad abarque al conjunto por la vía del delito, cuando el retroceso cultural y material de las dos últimas décadas -rematado por la crisis del 2001- terminó de quebrar buena parte de la moral social.

Ante la descomposición política que registra el Estado democrático, las recientes generaciones de argentinos optan por las soluciones más expeditivas. La más difícil -y para muchos impensable- es integrarse al privilegio. La otra está a la vista, en el record de protagonismo juvenil que registran los constantes robos, secuestros y crímenes, a menudo sádicos y brutales en su aparatosidad.
En realidad son muestras palpables de venganza social, motorizada por un odio argamasado durante años, o por luctuosas herencias familiares.

Vecino a las alternativas del muro asoma el dantesco asesinato a mazazos, de una anciana de 84 años en Villa Crespo. El hijo es propietario de un conocido restaurante y los asesinos creyeron que su madre guardaba en casa la recaudación de la víspera.

Ni el muro ni los mazazos sobre la piedra, o la carne y los huesos, resuelven el mar de fondo que anega el corpus social.

A diferencia de otras épocas, los pobres de la sociedad civil no confían en la sociedad política.

A propósito, recuerdo como si fuera hoy mi periplo carcelario de medio año en la "Nueva 2" de La Plata. Gracias a Onganía y al igual que bajo el franquismo, los presos políticos compartíamos pabellones y patios con los comunes; muchos de ellos ladrones, asesinos o ambas cosas.

La filosofía de los últimos era simple: no creían en la equidad social, por eso habían delinquido. En el conjunto, eran marginales de infancias sembradas de dolor y desvertebración.

Extendida hoy a amplias capas de la población merced a constantes fracasos económicos y debacles varias, perpetrados por militares monstruosos y civiles de baja densidad democrática, esa marginalidad echó hondas raíces en la entraña social.

La vasta propalación de la droga, el timo y la postitución en todas las esferas, resume la enejenación pública. Los de arriba se drogan para olvidar que son prisioneros de sus trampas y privilegios; los de abajo aletargando en lo posible la eterna esclavitud del cuerpo y el alma.

El drama no abarca todo el espectro social; aunque sí buena parte del mismo. Y como no podía ser de otra menera, los políticos actuales lo reflejan en un grado u otro.

La despótica erección del muro en San Isidro y su violenta demolición, proyectan síntomas claros del cierto estado de guerra civil que asedia el curso de esta democracia, en la que creen muchos ciudadanos laboriosos.

Los ejemplos deTijuana y Cisjordania representan dos infamias supranacionales, de las que cabe responsabilizar al gobierno de Bush y los halcones israelíes.

En cambio, el más módico aunque igualmente ofensivo de San Isidro, corresponde a un país que desvela su largo resquebrajamiento interior, mientras desde esferas oficiales se maniobra torticeramente de cara a perpetuar el clientelismo electoral de baja cualificación, sin abordar la real magnitud del drama que amenaza la estabilidad republicana y su mejor futuro.
El que desean para todos los millones de argentinos que aman su tierra.










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