Disfrutar imaginando y proyectarse en arquetipos costaba 30 centavos en el Año del Libertador General San Martín.
La cubierta de "Puño Fuerte" no pertenece a Fred Meagher sino a su otro ilustrador, Joe Certa. Da igual para la evocación.
Cuando repaso el listado diario de mis visitantes, advierto que estas aficiones manifiestas concitan igual o incluso mayor interés que otras.
A mi me siguen importando ambas por igual. Aprendí temprano a combinar compromisos con la realidad, matizándolos con sendas pausas refrescantes.
En casa no faltaban piezas literarias dispares; como por ejemplo, las obras completas de Shakespeare, Cervantes, Oscar Wilde o Franz Kafka, junto a Gastón Leroux y Edgar Rice Burroughs; ni dos matutinos y un vespertino, devorados con el mismo apetito lector que las revistas de actualidad y los obligados comics ( "historietas", les decíamos entonces).
Tampoco permanecían ausentes la afición por el cine, la radio y algunos libros de pintura; clásicos sobre todo.
El singular combo ofrecido por mis mayores y algunas iniciativas tempranas fueron argamasando mi base cultural hogareña. Por ende, permanecen incólumes en los baúles de la memoria, dibujando una matriz común en algunas gentes de mi generación.
Ya lo he escrito otras veces; aunque cabe reiterarlo ahora: antes que la información y la minucia puesta en el detalle, me importa evocar las emociones. De ellas rescato lo percibido, proyectando la satisfacción propia de la infancia, contrastada en los valores de la adultez.
Es por eso que mis colecciones de viejos cómics o seriales en episodios, son más objetos de evocación comparativa, que de atenta lectura o despiadada crítica. En verdad, me resulta imposible revisarlos o evaluarlos con rigor en la madurez.
Archivarlos prolijamente constituye sin duda la base del coleccionismo, aunque yo infrinjo descaradamente la cierta vecindad de esta leve afición con el Síndrome de Diógenes, insuflándole otros matices y connotaciones.
Algunos mensajes recibidos tras consultar el Blog, acusan parecido talante. Constituyen justamente, la identificación pública que procuro en mis actuales pausas refrescantes, ante los incesantes vericuetos de un acontecer universal tan apasionante cómo difícil de desentrañar.
Sólo así, la "Biblia y el calefón" toman distancia del sabio adagio discepoliano, para conformar los espacios dialécticos de un trayecto vital...
No hay comentarios:
Publicar un comentario