Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

viernes, 28 de septiembre de 2007

LA PIRA

Veo en la TV imágenes de presuntos estudiantes encapuchados en rojo, quemando un gran retrato de los Reyes. Reiteraban otras fogatas recientes.

El otro día, me dijo un conocido, ante una observación mía rechazando la pira de Gerona.

"Llevas razón, Joan. No se debe quemar el retrato del Rey. Hay que quemarlo a él."

Unió su espontánea sonrisa a mi seriedad, ante tamaña sentencia.

Los encapuchados de la Universidad no hicieron más que proyectar esa opinión, liviana, sin duda, a un acto simbólico más escénico que efectivo; aunque contrario a la Ley. No sabemos si sonreían bajo la máscara; pero a mi me dan repeluz. Son la clase de niñatos poco aplicados al estudio, que te escupen y golpean si no estás de acuerdo con sus flexiones totalitarias.

Las capuchas y las piras simbólicas se justifican en una dictadura. Las primeras por preservar la salud de los que incineran retratos del dictador. Las otras expresan el repudio popular a su despotismo.

¿Me queréis decir dónde está la dictadura y quién es el dictador?
¿Tal vez creéis que mora en el Palacio de la Zarzuela? ¡No hagáis que me cague de risa!

Jiménez Losantos y otros tremendistas de la moderna extrema derecha -nostalgiosa del pasado aunque no lo admitan- aborrecen las autonomías. Las interpretan un doble gasto estatal, útil a lo peor. También les escuece el Rey. Creen que "España se rompe", gracias a la Real parsimonia ante aquellos que conspiran contra su unidad de hierro y rejas.

Ésta es la de ellos. Estiman que España es un mapa absorbente y por lo tanto excluyente. Dicha Nación imaginaria, en la que sólo cabe un sentimiento, es la que manipuló y con la que nos machacó el franquismo durante cuatro décadas. De hecho nunca existió como tal. Las nacionalidades, sobre todo la catalana, vasca y gallega (y que lo diga sino el galleguista Manuel Fraga, otra bestia negra de estos cavernarios, y ex admiradores de sus más antiguos servicios), tienen tradiciones propias, a las que se suman con gusto sus grandes corrientes migratorias.

El lenguaje diferenciado del castellano no es un invento caprichoso de sus pobladores, ni una tara destinada a la exaltación folclórica. Para que existan naciones se requiere un sentimiento nacional. Quién me diga que el sentimiento nacional no existe en estas tres comunidades no pone los pies en la tierra. Tampoco quien sostenga que no existe en otras.
En Valencia (pese a Zaplana y Rita Barberá), Sevilla, o incluso Asturias, piensan lo contrario.

¿Quiere decir esto que neguemos el hecho del mapa común, renunciando a la lengua común? Lo harán algunos, no la mayoría. El bilingüismo es una de nuestras mayores riquezas. Lo que nos universaliza.

El Rey de España no niega dichas características. Sí en cambio algunos nacionalistas. Los de España y otras regiones, obsesionados con su ombligo. Allá ellos. Juan Carlos I ha superado la educación franquista, asimilando lo mejor de la cultura liberal. En cambio otros, lo crean a o no, la reproducen puntualmente en su esencia intolerante.

El comportamiento de la Casa Real durante la Transición democrática ha sido ejemplar, ganando el respeto de las grandes mayorías en esta Nación de naciones.

En lo personal, ya he dicho que soy republicano y federativo. También, que de ser preciso reemplazar la monarquía constitucional por una Ley Fundamental republicana, resulta imprescindible un debate nacional serio.

No parece que las algaradas reaccionarias de Jiménez Losantos y su pandilla, o la de los jóvenes jaleados sotto voce por algunos popes de Esquerra Republicana, nostálgicos de la capucha, el petardo, o el secuestro y el tiro en la pierna, se encaminen en tal dirección. Tampoco es de recibo el torpe meneo que del monarca realizó el desmadrado vasco Anasagasti.

Esta gran burbuja de saliva que suelta gargajos, desprendiendo cerillas encendidas y efigies en combustión, no tiene futuro. Ni en Catalunya ni en ninguna parte.

Pensar otra forma de Estado requiere ponencias y ponentes sensatos, que centren el debate en el bien común. Pocos políticos profesionales lo hacen hoy cuando se aborda el tema.

Lo demás son agravios gratuitos, papeles quemados y cartón pintado.

Es éso, no otra cosa. Sino, tiempo al tiempo...








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