Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

viernes, 28 de septiembre de 2007

EL CORAJE DE UN PUEBLO

No dejan de manifestarse. Son cerca de cien mil almas las que animando el gesto y multiplicando el grito piden democracia y libertad un día tras otro, bajo el imperio de una bala dictatorial; que no cesa de cosechar víctimas.


Los birmanos (o myanmareños) son valientes e insisten en su propósito. Recuerdan, dijo algún corresponsal, a los mártires de Tiananmen y al chaval aquél que paró el tanque administrando coraje y convicción. La una impulsa el otro. No hay impulso social que brote de la nada. El subidón de adrenalina que lo determina, parte del cerebro y de un corazón colectivo que palpita con fuerza huracanada.


Son cien mil los latidos que acompañan día a día el coraje de un pueblo, perdido entre ogros ambiciosos de mapa ancho y víctimas de la mordaza. Es, creemos, la mejor pulsación. De ella hay que tomar ejemplo; aunque la democracia garantice entre nosotros canales y formatos menos riesgosos.


El compromiso con ella es intervenir en casa sin escaquearse. De paso, no vendría mal una manifestación de nuestras formaciones y ciudadanos, reclamando de viva voz que se oiga la más potente del pueblo birmano.


El poder colectivo de la solidaridad puede más que todo. Conservar el sentido de la justicia en simetría con el odio a lo injusto es la sustancia de la convivencia democrática. La equidad que exigen los que se manifiestan con pacífico fervor, es la que nosotros disfrutamos y debemos profundizar.
De ahí que, si alguien hoy me pregunta de dónde vengo y adonde voy, le diré que hoy mismo soy myanmareño.

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