Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 29 de septiembre de 2007

LA IMPOSIBLE VUELTA ATRÁS

La convocatoria unilateral del Lehendakari vasco Juan José Ibarretxe a un referéndum territorial de aquí a un año, pone en el tapete un problema que debe resolver un diálogo de partes, abriendo paso al debate nacional.

El Estado de las Autonomías contemplado en la Constitución Española impide los referendos territoriales de trámite secesionista. El problema actual radica en que las cosas han cambiado, principalmente en el País Vasco, y también; aunque con menor ímpetu, en Catalunya desde la sanción de nuestra Ley Fundamental. La prédica nacionalista en estas dos comunidades, complementada por la inmersión lingüística catalana y la intensa labor de las ikastolas euskaldunas, ha profundizado una conciencia nacional vinculada al sentido de pertenencia, natural en el ser humano. El desarrollo desigual de estas dos comunidades respecto de otras, menos afectadas por el progreso, se proyectó en simetría con elites políticas vernáculas de gran peso, debilitando la fuerza de los dos grandes partidos nacionales: el PSOE y el PP.

Los errores de Felipe Gonzáles y los de José María Aznar contando con mayoría absoluta, a pesar de sus pactos o acuerdos regionales con fuerzas nacionalistas de dentro derecha (CIU o PNV), han cedido espacio a coaliciones de José Luís Rodríguez Zapatero con la izquierda social y la nacional-republicana en Catalunya. Más atenuados en Euskadi, estos pactos desembocan ahora, tras la ruptura de las negociaciones del gobierno con la banda terrorista, en una audaz estrategia de confrontación constitucional del Lehendakai Ibarretxe.

Casi en paralelo, las manifestaciones contra la corona en Catalunya y las simpatías de Esquerra Republicana (socia del PSOE local e IC en el Govern de la Generalitat) por la convocatoria de Ibarretxe, van desnunado la profundidad de una crisis de Estado aún controlable, pero irreversible.

Sin duda hay un márgen de maniobra para negociar posiciones conservando el presente estado de cosas. La única formación cerrada en banda a cualquiér acuerdo es el PP, en manos de la derecha acérrima de Acebes y Zaplana, celosos guardianes de Mariano Rajoy; algo más transigente. Detrás del tinglado, José María Aznar no cede posiciones. Es el mismo que, con mayoría en las Cortes envió tropas a Irak, con un talante político menos flexible que cuándo con ella no contaba.

A menudo se acusa al actual Presidente (hábil funambulista que abandona el cable de las alturas en el momento justo) del terromoto autonómico causado por los hervores nacionalistas.

Sin embargo, esta radicalización cobró impulso durante los gobiernos del PP; especialmente en Catalunya, dónde ganó rápidas posiciones ERC en detrimento de votos socialistas, convergentes e izquierdistas.

El hecho incontrastable radica en la baja densidad del nacionalismo español y la potencia creciente del vernáculo en estos territorios. El sentimiento, cualquiera sea su signo, no se puede imponer. Si la fuerza centrípeta del idioma y las tradiciones se realiza con tal impulso en los dos núcleos regionales, no habrá más remedio que revisar la Constitución, adecuándola a los nuevos tiempos.

Ningún Estado puede desarrollarse en medio de tiras y aflojas entre nacionalismos de signo opuesto. La actual dirección del PP rechaza entenderlo. La atención que prestan a la prédica fundamentalista de la COPE lo demuestra; amén de otras catilinarias catastrofistas que cuelan en público Acebes o Zaplana. Para ellos España es un valor absoluto.
Las regiones, a su folclore, chapurreando el dialecto en las festividades; y poco más.

Más astuto que sus rivales de la derecha, Rodríguez Zapatero está al caso; aunque además procure que los intereses políticos de su formación y los suyos propios sobrevivan en la tormenta. Es lo que intentan desde sus frentes de guerra el circunspecto Artur Mas (un fino político) y Carod Rovira (menos diestro éste, con guerra interna en su tribu). Tomando la delantera, Ibarretxe juega su carta brava sobre el mismo tapete.
A mi juicio, el derecho a autodeterminarse debe figurar en la Constitución. Creo que cuánto más resistamos legislar en el terreno, mayor será el efecto contrario al que hoy se procura desde Madrid. Cierto es que hay intereses políticos y económicos entremezclados en este complejo laberinto.
Para el caso, un año brinda tiempo a negociar a todos los jugadores; pese a que ETA, debilitada aunque no agónica, siga constituyendo la filosa punta del iceberg vasco, y algunas fogatas despunten en Catalunya.

En medio de la partida, Juan Carlos I mantiene el tipo. Creo que, por experiencia, savoir faire y sentido del humor, es el jugador más hábil de todos.
Sabe que la única chance de supervivencia de la Monarquía Constitucional es adecuarse a la marcha de los tiempos. Esa es la base del respeto y el cariño que le guarda el pueblo llano.

Quizá en alguno que otro rincón del mapa no le vean con buenos ojos.
En cambio él, parece vernos bien a todos. Incluso, a los patanes que le insultan y no paran de ofender a los suyos.

No estaría nada mal, de cambiarse la forma monárquica de Estado por otra republicana (evento que apoyo sinceramente), elegir un Presidente... como él...



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