No
soy independentista. Pese a haberme criado en Buenos Aires, participé
durante años en las festividades del Centro Catalán de Quilmes, donde
todos éramos inmigrantes españoles plurilíngües, además de republicanos.
No habíendo discriminación alguna aprendí a bailar los compases de la Sardana y la
Jota, o la Muñeira. Cuando regresé a Catalunya, tras 33 años sudamericanos,
me encontré con otro panorama. Yo admiraba, lo he dicho, al POUM y el
levantamiento de los obreros y campesinos de mi tierra natal contra el
Golpe de Estado franquista. De aquello quedaban cenizas. Sobre ellas y
la incuestionable resistencia de los catalanes a no rendir sus
tradiciones y lengua varnácula frente a los vencedores del ´39, había
nacido durante la Transición una nueva forma burguesa de nacionalismo
pleiteante, de contenidos culturales primitivos, asentándose una
oligarquía local, representada por Jordi Pujol y CIU.
Su propaganda
abrumadora, basada en el control de la Generalitat y varios
consistorios en Girona, Lleida y Tarragona, vació de contenido social la
vida pública, centrando reales en la educación sectorial y la sanidad. Paralelo al fenómeno, los medios escritos, impresos y orales se ajustaron al diktat oficialista.La llegada
del Tripartit tras años de desgaste y corrupción, no varió en demasía
esa política, puesta hoy en cuestión gracias a la crisis.
A la
colaboración del PS local y la sucursal de IU(Iniciativa-Verds) con ese
espíritu nacionalista se sumó ERC, alzando bandera republicana con el
mismo formato burgués de CiU, aunque más radical. La deriva de Pujol y
sus huestes llevó actualmente al valido Mas, obediente a los dictados de
sus enriquecidos amos, a extremar el nacionalismo más o menos
chantajista hasta el borde de la ruptura con España. Es la agudización
de una vieja política, menos efectiva ante las cifras catastróficas de
empobrecimiento autonómico, atribuídas al expolio fiscal, esquivando el
otro del 3% en comisiones, sobornos, incompetencia y despilfarro.
Sin embargo, años de
educación centrada en bajos contenidos amparados en la Senyera han
desembocado en el desarrollo creciente del independentismo. La pregunta a
responder, radica en señalar aquello que realmente separa a los niños
desnutridos, los jóvenes sin futuro y los parados, de los restantes que
abultan el mapa estatal.
Ya en otro artículo opiné de lo que
debíamos independizarnos. Separar lo viejo gastado de lo nuevo
prometedor pasa por la República social federativa y un nuevo equilibrio
entre la sociedad civil y la política, con un programa que fusione los
auténticos motores del cambio de esta Nación de Naciones. No creo que
otro camino sea el mejor y más promisorio ante esta Europa regresiva.
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