Rajoy deponiendo en las Cortes, rodeado de su claque.
Asoman
en las palabras y los gestos, que son huellas digitales de una conducta
inmoral. Mariano Rajoy desgranó en la entrevista que le hizo Bloomberg
ambas piezas del puzle.
"Hay cosas que no se pueden
demostrar"-dijo, indisimuladamente contrariado por la periodista. El
hermetismo del todavía presidente cerró en falso el gesto simultáneo,
bien conocido por los españoles, en persona
o desde el plasma. La frase, de corte judicial y netamente defensiva,
podría haberla soltado cualquier mafioso, grande o pequeño. Él viene a
ser uno de medio pelo, cada vez más ralo, como el poder real que
detenta. Su inconsciente no controló para nada el aserto. Que no se
puedan demostrar ciertas cosas no las eximen de su existencia. Tanto los
amigos como los muchos enemigos de este señor conocemos el paño, y sus
deshilachadas costuras. A diferencia de las abiertas mentiras en el
congreso, aquí empleó el cinismo, olvidando que la falta de honestidad
es como una rata en fuga tras ser detectada yantando residuos.
Seguidamente nos enteramos del reclamo supresor del tramo de la
entrevista dedicado a Bárcenas. No satisfecha por la cadena, la insólita
demanda, propia de un dictador bananero, refrenda las culpas del señor
Rajoy.
En este elenco, que el sujeto dirige desde Génova y La Moncloa, hierven los insinceros faltos de escrúpulos.
Otro ejemplo, más gestual aunque detectable de lo último, fue la
reacción de Ana Botella, cuando la tragedia del "Madrid Arena" y su
simultánea vacación lusitana detectaban gran irresponsabilidad. La
repuesta de la alcaldesa a los periodistas ante una probable renuncia,
fué un "NO" culposo, descartando todo otro argumento sobre cualquier
responsabilidad, previa o posterior a la tragedia.
Estas conductas
cunden en los ministros, altos funcionarios, muchos barones partidarios,
y varios diputados, senadores y alcaldes.
Blindados en la
arrogancia y el desprecio por las reglas democráticas, sus valores e
instituciones, se creen dueños del mundo, cuando legalmente lo son de
apenas una mayoría de votos que se va por el desague hace meses.
Pero las huellas delictivas, las pequeñas y las grandes, quedan impresas
en la memoria colectiva, pese a los intentos mediáticos por torcerlas o
borrarlas, y aunque aún haya ciudadanos que no las quieran ver, dejan
sus marcas de impotencia y dolor, de rabia y desesperación en millones
de españoles. Esa es la realidad de esta bendita tierra hoy. La que
burdamente intentó disfrazar en la asamblea de la ONU este mal
presidente, de un gobierno servil con Berlín y Bruselas, que avanza
imparable en el sendero de su completa deslegitimación.
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