Se
critica abrumadoramente el nacionalismo catalán sin hablar de otros
nacionalismos. Se omite sospechosamente la conveniencia de unas sabias
gotas de orgullo nacional, sin las que ninguna nación de la tierra
prospera.
No me refiero al rancio nacionalismo español, de capa
caída en estas horas bajas de paro masivo, crueles recortes y abiertos
despojos, sino al tan agresivo de Alemania.
Su seña imperial es la que nos complica la vida a todos, incluso a los
catalanes, gracias al servilismo de la abrumadora mayoría de los
partidos políticos de este país.
La diferencia existente entre los
devotos de la Estelada (mixtura de la legendaria Senyera y la enseña
cubana) y el grueso del pueblo alemán, representado democraticamente por
Merkel y el Bundesbank, con su miserable cohorte eurocéntrica, es que
con los primeros se puede discutir. A los otros hay que obedecerlos...o
no. Aunque convengamos, a día de hoy ni siquiera los audaces dirigentes
de Izquierda Unida, o los aguerridos asamblearios de Esquerra
Republicana de Catalunya están por la labor. Preferimos terminar de
destriparnos unos a otros, para ofrecer al Quinto Reich y un puñado de
estafadores y asaltantes de aquí mismo, un mejor bocado...
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