La enseña franquista, memorioso bastión de la derecha española en el poder
La
brutalidad manifiesta de los canallas que ingresaron en la delegación
catalana de Madrid es la misma que, a golpe de Real Decreto y Consejo de
Ministros saquea los salarios y las pensiones, estafa en las
preferentes y desahucia a varias familias por día, reduciendo a
escombros la sanidad y la educación, mientras su Reforma Laboral
agiganta las cifras de paro e indefensión pública de los asalariados.
De hecho, esa brutalidad pertenece a la obra de misma familia,
nostálgica del franquismo y enemiga de la verdad histórica. Se les podrá
clasificar por categorías sin que desaparezca el ADN del parentesco
criminal.
Los miembros "constitucionales", con el Ejecutivo a la
cabeza, acreditan la mala entraña de los otros. Son por igual
despiadados, insensibles y malvados. El fruto malsano de una pesadilla
viviente que permanecía oculta bajo el disfraz ofrecido por la cierta
prosperidad. Ese fue el ayer de las tres últimas décadas.
Desde el
2007, la crisis europea y el V Reich cambiaron las reglas de juego,
aquellas que autorizaban la amable apariencia de un Estado de Derecho
más o menos amparado en la cierta abundancia. Ahora, la crudeza de la
realidad y una masiva pobreza llevan a que los peores instintos de clase
gobiernen Grecia, Portugal, Irlanda, Italia, y desde luego a nosotros,
los dóciles camareros del sur.
Visto el cuadro, aquí no parece
necesario que despunte en el cercano horizonte otro "Amanecer Dorado".
Eso es asunto de griegos. Con este Partido Popular y un PSOE rendido
ante la circunstancia paneuropea, la tiranía social de las minorías
"constitucionales" garantiza sobradamente el presente estado de cosas.
Eso se llama centralización política. Un asunto español de naturaleza
tan destructiva como el ejemplo griego, aunque se manifieste más
veladamente.
La pretendida sacralidad de nuestra Ley Fundamental
ante la tan temida secesión catalana no operó para que los dos grandes
partidos le introdujeran una gravosa cláusula disfrazada de supositorio,
que ata nuestro destartalado carromato al de los vencedores europeos, vía pago de la deuda exterior.
Bastó entonces un sencillo acuerdo de partes, facilitando los destrozos,
ya insinuados por Zapatero, y que el inefable Rajoy hundió como una
estaca en el cuerpo social de esta nación, hoy vasalla sin careta
alguna, por obra y gracia del mismo Dios que iluminó el sendero de
Francisco Franco Bahamonde, y su sueño abstruso de "Una Grande y Libre".
La enseña de su aguilucho, al fin y al cabo un ave rapaz, es la
misma que alzaron los fascistas de anteayer y los niñatos de las
"Jóvenes Generaciones" de la formación en el poder; agresores de los
veteranos afectados por las preferentes, y conmilitones de los alcaldes y
ediles que evocan al dictador. Un personaje "autoritario", no el
sátrapa y genocida, según el Presidente de gobierno; el mismo sujeto que
desde 1939 hasta 1975 nos salvó de la "República criminal", a tenor de
lo que desprende el preclaro señalamiento de su portavoz parlamentario,
el cínico señor Hernando, con su típica sonrisa de medio lado.
La
novedad más reciente en la gestión de este reino modélico erosionado por
la corrupción, es el inminente saqueo de las pensiones. No es lo que
faltaba. Con ellos en el poder y la oposición, falta mucho más.
La
voracidad de esta parentela llegará, amigos míos, tan lejos como lo
permitan el pueblo español, sus catalanes, gallegos, vascos y etc. Me
refiero a las víctimas del expolio, no a quienes lo ejecutan, por
mayoría absoluta o minorías complacientes. Por la gracia de Dios, de una
democracia a la que vienen saltando los fusibles, o de la fuerza bruta.
Esa que administra todo lo demás y se deja sentir, en esta patria
enajenada, víctima de la depredación continental por obra de propios y
extraños.
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