En libertad, Luis Bárcenas sería para algunos un blanco móvil. En Soto del Real lo es objetivado.
Las imágenes que le captaron los fisgones de "La Sexta" en el interior,
le muestran distendido y arropado por los compañeros de talego. Sin
embargo, sus inquietos enemigos o cómplices del pasado en los últimos
veinte años gozan de libertad. Y lo que es peor, de inmenso poder.
Le temen
todos y uno a uno hasta dónde lo permiten los secretos que guarda con
celo, parte de ellos revelados y muchos otros sin revelar.
Pero en
una cárcel purgan rejas delincuentes bastante menos afortunados, y por
ende sobornables. Con el ojo público centrado en sus movidas es difícil
hoy un ajuste de cuentas entre el preso y sus enconados ex.
Claro
que, puestos a borrar documentos comprometedores, negando delitos y
faltas con el mayor descaro, suprimir una amenaza viviente por obra de
algún "loco suelto", o accidente bien untado de parné, no es cosa del
otro mundo.
Como mafioso de ley, Bárcenas lo sabe. Su aterrorizada
consorte comparte esa inquietud. También su abogado, el distinguido
Javier Gómez de Liaño.
En el hipotético caso de que el juez Ruz
abra la jaula a su defendido, tal como solicita, la amenaza cambiaría de
escenario, no de objetivo a batir.
El que yo describa complejas
tramas de poder o fama, y novelas negras tintas en sangre, no me ha
calentado la mollera. España no es Chicago, Buenos Aires en su peor
momento, Miami, Las Vegas, o una carretera nocturna de nuestro colorido
mapa.
Por efecto de la miseria social, el aumento de la
criminalidad y con la mugre política en franco avance, todo, desde el
accidente más sórdido hasta que lo atragante un hueso de pollo en su
celda sin que nadie intervenga, es posible.
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