Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

jueves, 29 de octubre de 2009

MI DISFRAZ FAVORITO EN LOS CARNAVALES QUILMEÑOS

En la imagen, la silueta enmascarada del Zorro, plasmada por Alex Toth para los comics.

Una típica propaganda insertada en la contracubierta interior del "Billiken", promocionando disfraces en populosos carnavales de antaño.

El disfraz de "Zorro" tardaba en aparecer y mis siete añitos pletóricos de hazañas imaginarias clamaban por lucirlo en los carnavales quilmeños.
Recuerdo cómo si el paisaje de las murgas y disfraces desfilando por la Calle Rivadavia o la 12 de Octubre reviviera de pronto ante mis ojos. Eran carnavales modélicos y muy concurridos los de mi ciudad. La gente de Ranelagh, Berazategui, Ezpeleta, Bernal, Wilde, Don Bosco O Villa Domínico se allegaba hasta los breves e intensos festejos febreristas, amanecidos por baldazos en los mediodías barriales, en los que participabamos los chicos y los grandes.

Los corsos de las citadas calles, veraniegas en febrero, se encendían con las estrellas en el cielo y la redondez de una luna clara o menguante. Desde las aceras, las familias se apoltronaban en los bares aledaños devorando pizzas o sendos aperitivos, mientras los pibes nos perseguíamos con los "pomos", mojándonos un poco. Por el centro de la calzada, las "murgas" y carrozas provenientes de todos los barrios desfilaban entusiastas desparramando a su paso confetti y sepentinas.
A mí, más que integrar las murgas pedigüeñas, y mojar o mojarme, me fascinaban los disfraces. "Billiken" promocionaba los de "Casa Lamota" (donde se vestía "Carlota", según el primitivo slogan publicitario), pero el que sacaron después de "Zorro" no me entusiasmaba. Claro; yo quería parecerme al que encarnaba Tyrone Power en el filme de la Fox, o el de Clayton Moore (que después compuso al "Llanero Solitario") para los seriales en episodios del "Cervantes".

La popularidad del personaje en Argentina era enorme. Incluso una revista ("El Gorrión") publicaba sus aventuras promocionándolo semana a semana en las cubiertas.

Fue entonces cuando, ante mi creciente obsesión infantil, las mujeres de mi casa resolvieron dotar una pizca de realidad al sueño y, con ayuda de tijeras de patronaje, algunas ropas viejas y una liviana cortina negra en desuso desenfundaron la vieja "Singer" y me cosieron un disfraz. El sombrero de ala ancha lo montaron en cartulina negra untada con pegamento. Lo más accesible fue el antifaz, de venta en cualquier juguetería o casa de cotillón. Eso sí, en vez de botas negras, debí conformarme con unas marrones, que me habían comprado para bailar el malambo en una fiesta de la Escuelita número 7.

Lo que más me impresionaba del conjunto no era la espada de lata con funda de material plástico, ni un potro negro inexistente. Tampoco aquellos retazos que en mi temprana ilusión superaban los lienzos de "Casa Lamota". Fue la capa, ancha y larga. Con ella me envolvía, embozando parte de la nariz y la quijada. El foco movible en la mesita de luz me servía para ensayar un aire misterioso frente al espejo abierto de mi armario, al proyectar mi propia sombra, de chambergo para abajo.

El carnaval de 1951 resultó tan exitoso como siempre fueron cada uno de los festejos quilmeños, mientras duró la edad de oro de la ciudad. El detalle que me permite recordarlo especialmente fue el disfraz de Zorro, y el paseo por 12 de Octubre junto a mis padres y tíos.

Hubo algo más, que el paso del tiempo se encargó de fijar mediante el recuerdo en un sueño recurrente.

Por alguna mudanza, la vecindad con la adolescencia o cualquier otro motivo, el disfraz se desvaneció un día impreciso, para reaparecer parcialmente una noche en las imágenes que ciertos sueños transforman en símbolos. Y mi símbolo era la capa flameando en el viento.

La capa del Zorro.

En esa prenda se fundían ilusiones de justicia para todos, que el tiempo fue deformando, o asfixió en parte. El hallazgo de la capa en un viejo baúl, que mis nocturnas duermevelas rescataron de una voraz e implacable hoguera de San Juan, era el intento de restaurar valores e ideales, sustituyendo errores y terrores por alivio y aciertos, que llegaban de golpe.

Mis recuerdos de los carnavales quilmeños sintetizan lo que mi niñez argamasó, en medio de risas y lágrimas; de juegos y penitencias; de valores y experiencias que se perdieron, aunque nunca del todo.

Por eso es que mi Blog evoca en su cabecera al Zorro de la leyenda que sembraron sus novelas, los cómics y las películas, o hasta incluso la serie de Disney, tan popular en Argentina. La diferencia radica en la entraña del símbolo. Ahora mi espada no es de lata y material plástico; la fraguan ideas sociales, percepciones de la realidad, algunas aficiones y mi devoción por la esgrima conceptual.

Por ello quizá, hace ya tiempo dejé de soñar con la capa. Sin embargo, está implícita en mi espacio, junto a los recuerdos indelebles de la extraordinaria infancia que viví en una maravillosa ciudad, donde los sueños eran el pan de cada alborada; cuando a los pibes de Quilmes -sin distinción de clases- nos enfundaban el guardapolvo recién planchado tras el desayuno, para que nos educaran en la escuela, y en las horas de recreo pudiéramos jugar a ser "El Zorro", aunque el bullicio de los carnavales hubiese caducado...




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