Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

domingo, 11 de octubre de 2009

EL PREMIO NOBEL DE LA PAZ Y TRES DUDOSOS PACIFISTAS.

Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson y Barack Hussein Obama; trío de ases belicistas y campeones de la intervención.

Me remitiré a historiar brevemente los prontuarios de estos galardonados por una institución sectorial en la que suelen primar las conveniencias políticas antes que un criterio realmente pacifista.
Viene a cuento hacerlo por la nueva afrenta que esta Fundación acaba de perpetrar contra los pueblos afgano e iraquí, hoy avasallados por el Ejército de los EEUU, y otros (entre ellos el nuestro, en Afganistán).

En ambos territorios los invasores han favorecido la entronización gubernamental de mafias políticas corrompidas e impopulares.

Si el pretexto en Irak fue terminar con Saddam Hussein y luego con Al Qaida, en Afganistan se trata de impedir que los talibanes (que ya controlan buena parte del territorio) retornen al poder, y que la virtual alianza de estos con Bin Laden no acabe de pudrir al vecino Pakistán, donde los atentados terroristas se disparan sin perspectivas de remisión.

Así, mientras Obama anuncia una parsimoniosa retirada de Irak, incrementa las tropas en territorio afgano, desconociendo la tradición de sus habitantes, segmentados en etnias y tribus levantiscas e indomables.

Mantener soldados en ambos frentes significa avituallarlos, y de ello se encarga el complejo militar industrial conectado al Pentágono y los lobbies económicos de la metrópoli.

La política exterior norteamericana no ha cambiado un ápice en su orientación belicista; aunque la presencia del nuevo Presidente pregone la paz universal y la reconciliación de viejos enemigos jurados, como son los palestinos e israelíes. Estos últimos representan excelentes negocios para el complejo citado, además de contar con las simpatías prodigadas por buena parte de los estadounidenses; sobre todo el lobby sionista, los fabricantes de armamento altamente sofisticado y el alto mando militar.

Operando en otro frente, Obama -incapaz de resolver la minucia hondureña- da su propia batalla por generalizar un sistema sanitario que resisten los ricos y acomodados. Busca una base política propia que consolide su precario poder, estrictamente coyuntural, merced a los dasatinos de Bush y la crisis económica que tanto afecta al país.

Y es precisamente en este campo donde la inhumanidad de un sistema cruel e insolidario refleja sus hipocresías mayores.

Si comparamos el número de víctimas del 11 S con los enfermos que mueren anualmente por falta de atención sanitaria (inmediata o mediata) en los Estados de la Unión, la cifra de cadáveres y mutilados por el feroz atentado aéreo en las desaparecidas Torres Gemelas, auténtica catástrofe nacional, se proyecta irrisoria.

De emplearse el gasto global que insume guerrear contra iraquíes y afganos en subsidiar la sanidad, los muertos por enfermedades que no cubre el estado menguarían en forma espectacular.

Sin embargo, al Pentágono y los políticos de la Unión, representados en la Casa Blanca por el señor Obama y su encantadora familia, les preocupan más el conjurar nuevos ataques terroristas organizados desde Afganistán y el vecino país, hoy contaminados por los talibanes y al Qaida.

Lo otro se cede a la esfera de negocios privados de enorme envergadura, que encabezan las aseguradoras y los grandes laboratorios para quienes puedan pagarse la salud.

El valor de la vida humana en el país más poderoso del planeta se relaciona exclusivamente con el dinero y los negocios.

Las consideraciónes de la respetable Fundación creada por Alfred Nobel para con esta filosofía, tributaria del calvinismo y los pioneros del Myflower no han variado de óptica al respecto.

El primer representante político de esta filosofía que deslumbró a la Fundación (en 1906) fue Theodore Roosevelt, virtual inventor del intervencionismo militar en el area internacional; basado en el viejo espíritu colonial adaptado a otra modalidad, que formalmente respetaba la independencia de los nuevos vasallos.

Antes de asumir la presidencia en 1901 (desde la Vice, por asesinato de McKinley, titular ultimado por un anarquista), maquinó, apoltronado en la Secretaría Adjunta para la Armada, la voladura del Maine, la guerra con España y la invasión final de Cuba en 1906, convertida en virtual protectorado, del que desgajó Guantánamo como base militar.

De igual tenor fue la maquinación que llevo a "proteger" a los filipinos en el otro extremo del globo. Otras hazañas del antiguo "rough rider" de la caballería, fueron la forzada secesión de Panamá (que era territorio colombiano), con el fin de apropiarse del recién construido Canal.

Ya en 1902 había proclamado la doctrina del "Gran Garrote" (o Big Stick) para las relaciones internacionales. Según sus palabras:

"Hay que hablar tranquilamente a la vez que se sotiene un gran garrote".

Su penúltima intervención formal fletando a la soldadesca fue destinada a la República Dominicana, hacia 1904.

Dos años después recibió El Premio Nobel de la Paz gracias a su mediación desde el liderazgo del tribunal de La Haya, en conflictos entre Francia y Marruecos, y los habidos en la Guerra Ruso Japonesa.

En el galardón que se otorgó a Woodrow Wilson mediarían consideraciones pacifistas igualmente objetables.

En 1914 ordenó invadir México, inmiscuyéndose en sus asuntos políticos hasta que el arrogante General Pershing y su tropa debieron poner pies en polvorosa camino al norte ante la contraofensiva del revolucionario Pancho Villa y su ejército campesino.

Más suerte tuvo en Haití, tras ordenar el asesinato de su Presidente, y de nuevo en la República Dominicana. La intención del ascético e "idealista" Wilson era instalar mandaderos nativos más o menos presentables que consolidasen la presencia de la United Fruit Co. y otras empresas norteamericanas.

En 1915 resolvió el ingreso de los EEUU en la Gran Guerra europea, junto a los ingleses, franceses y rusos, contra el Kaiser y el Imperio Austro Húngaro; formidable negocio que, sin comprometer un palmo de territorio en la contienda permitió a los EEUU erigirse en el mayor acreedor de la Historia.

Otra de sus bazas fue constituirse en pilar del Tratado de Versailles, de trágicas consecuencias para Alemania ( y que luego daría lugar a la emergencia del revanchismo nazi).

En 1921 recibió su Nobel de la Paz, mérito que le proveyó su esfuerzo en la creación de la Sociedad de Naciones, de eficacia dudosa y breve existencia, pese a prefigurar la posterior ONU.

A diferencia del recién entronizado Obama, tanto Roosevelt como Wilson promovieron reformas importantes y beneficiosas fronteras adentro; aunque las del extrarradio fuesen vulneradas por una contumaz política imperialista.

Por supuesto que Obama no es George Walker Bush, ni Ronald Reagan o Bush padre, modernos trogloditas sin el brillo patriótico del viejo Theodore o el melancólico Woodrow.
A la hora de reservar símbolos patrióticos a la intimidad familiar, el primero acaba de instalar en un muro de la Casa Blanca un lienzo de la Smithsonian en el que los indios americanos cazan sus búfalos; a diferencia del antecesor, de cuyo budoir probablemente colgase otro de Custer masacrándolos.
Mas allá del simbolo y su valor afectivo, cuenta la cruda realidad. Tanto el abominable Bush como él, masacran afganos e iraquíes con los mismos argumentos chauvinistas travestidos de occidentalismo "democrático".

Por ello y pese a su manifisto pro europeísmo -que tan bien cae en la UE- el merecimiento del Premio Nobel de la Paz sigue sin ajustarse a la lógica que, por ejemplo primó -entre otros fallos menos torticeros- con Carlos Saavedra Lamas, Martin Luther King, Willi Brandt, Andrei Sajarov, Lech Walesa, Adolfo Pérez Esquivel o hasta incluso Jimmy Carter (siendo ya ex Presidente).

La premura en brindárselo va dirigida a reforzar sus posiciones ante el bloque neconservador y el complejo militar - industrial que frena sus reformas. Un asunto que va más allá de competencias, sólo dirimibles en las entrañas mismas de la sociedad norteamericana y el curso de esta crisis que allí se inició, y nadie sabe dónde ni cuándo teminará...


PD. En 1945 se otorgó a Cordel Hull, Secretario de Estado de Franklin D. Roosevelt, el Nobel de la Paz. Un año antes este viejo intervencionista en los asuntos latinoamericanos, rumiaba la invasión de la República Argentina para desalojar al Coronel Perón y los militares obreristas del poder, con el pretexto de "extirpar el nazifascismo del Cono Sur". Finalmente se resolvió emplear la "vía diplomática" fletando al especialista Spruille Braden, templado en Cuba, Colombia, y las negociaciones que pusieron fin a la Guerra del Chaco; eventos en los que la diplomacia criolla se había mostrado "hueso duro de roer", según escribió luego Braden en sus memorias; rifirrafe que ya había reportado el Canciller Saavedra Lamas (premiado con el galardón en 1936 por su eficaz mediación en el conflicto) al mandatario de entonces, General Justo.

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