Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

miércoles, 21 de octubre de 2009

LA OFERTA LECTORA EN UN QUIOSCO PORTEÑO DE LOS AÑOS ´40.

Los semanarios y magazines de la época en un bien surtido quiosco porteño.


Siempre fui "retro". La fascinación por el pasado que antecedió mi arribo a este valle de lágrimas cautivó el interés de mis primeras lecturas.

En casa- ya lo dije- leíamos tres periódicos al día y varias revistas semanales.

De entrada me deslumbraron las historietas, sobre todo las que continuaban de una a otra entrega, prolongando la emoción de compartir las peripecias del héroe en el imaginario. En mi niñez "Patoruzito", "El Gorrión", "Puño Fuerte" y "Pif Paf" ocupaban el primer plano, junto a las aventuras completas de "La Revista del Superhombre" y las entregas educativas del "Billiken", con su ristra de personajes agregados.

La devoción de las mujeres de casa por la radio y el cine las aficionó a "Antena " y "Radiolandia". También a mí. "Leoplán", "Vea y Lea", "Esto Es" y "Selecciones del Reader´s" llenaban otro apartado conectado a la política, la crónica negra, y el mundanal ruido.

Ya adulto, mi afición por la lectura de revistas y magazines alcanzó elevadas cotas, compartiendo espacio con el cine, la literatura y después la Historia.

Una de mis inveteradas constumbres fue acudir casi a diario a las librerías de viejo, en busca del ayer, y cómo no, del anteayer.

En mi afán rastreando épocas y papel amarillento, no me privé de nada. Ni siquiera de visitar con asiduidad los archivos de "La Nación y "La Prensa", o adquirir ejemplares antiguos de los semanarios arriba mencionados.

La visión de esta instantánea que preside el artículo de hoy, despliega cosas que rescaté del tiempo y llegué a conservar unos años,

En el ítem historietístico, el quiosco exhibe ejemplares de "El Gorrión", "Historietas", "Espinaca" (las tres de la Editorial Manuel Láinez) y "Patoruzú". "Antena" y "Sintonía" monopolizan el espacio dedicado al biógrafo, junto a "Cinelandia", que era una publicación castellana impresa en Nueva York, dedicada a Hollywood.

"La Chacra","Mundo Argentino", "Hobby", "Mundo Rural", "Mecánica Popular" o "El Hogar" reflejan otros lectores.

No faltan las pequeñas revistas dedicadas al tango, entre ellas un infaltable álbum de "Carlos Gardel" y la entonces popular "El Alma que Canta". El auge impresionante del dos por cuatro en los años ´40 no volvería a ser igualado. Tampoco el culto al Libertador José de San Martín, presente en la cubierta de una revista que la distancia del foco y la cierta superposición de otras vuelven anónima.

En general, las publicaciones criollas más destacadas se exportaban al resto de América Latina. Pulidas y bien armadas aunque sin llegar a la perfección y el lujo de las norteamericanas (salvando el caso de "Cinegraf"), desarrollaron culturalmente el país, situando un número de lectores muy elevado en proporción al número de habitantes.

El coste de los diarios y las revistas en esos años era accesible al ciudadano medio. La proliferación de quioscos bien surtidos en la Capital Federal y las principales ciudades o pueblos del país garantizaba su paulatino crecimiento.

Resulté beneficiado por aquel rampante fenómeno de la cultura popular y su robusto mercado.

Si viajabas en tren subte o colectivo (autobús en castizo), leías como casi todo el mundo. Era un fenómeno contagioso que desarrollaba la imaginación; y aún lo sigue haciendo para los que se aficionan a devorar periódicos, revistas y cotidianos.

Sin duda alguna y desde hace algunos años baja la cota de consumidores en lo que atiene al papel impreso, dada la variedad de oferta mediática cada vez más vanguardista, poderosa y diversificada.

Algunos expertos vaticinan incluso la próxima defunción de la secular modalidad, en base a cifras demoledoras que afectan cada vez más a miles de periódicos y cotidianos.

Mi formación literaria es tributaria de un pasado que supo combinar lectura e imágenes. Por eso cuando escribo narro a dos aguas. O a tres, metido en la Red.

La entrañable foto del quiosco porteño (por lo que reconozco, de la primera mitad de los ´40) me emociona al juntarme en un friso el improvisado escaparate montado en cualquier esquina de Corrientes, Callao, Florida, Córdoba, o la de cualquier ciudad provincial.

Me llevó al pasado que fui heredando poco después mediando el hábito argentino de leer y leer, para gozar; y más tarde (aunque nunca del todo) para escribir, imaginando lo que aquellos papeles viejos y sus imágenes derramaron como agua bendita en lo que hoy comporta pasión y oficio.






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